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Cambio de juego

David Trueba

Hollywood liberals es el epíteto con que la Norteamérica conservadora transmite su desprecio hacia los valores progresistas de la gente del espectáculo en aquel país. Aunque todas las comparaciones son facilonas y reductoras sería el equivalente al exitoso desprecio que se expandió bajo la etiqueta de Los de la zeja. Ningún país es original, reconozcámoslo. El pase en Canal + de Game Change resucita en cambio las grandes distancias entre la televisión americana de cable, con su habilidad para formalizar un relato sobre la actualidad política y social, y gran parte de la española emperrada en contarnos la seudobiografía latosa de folclóricas y celebridades.

Teñida de la distancia irónica de quienes miran a las bases republicanas como exaltados reaccionarios, el cuento de hadas palurdas que protagonizó Sarah Palin al ser elevada desde Alaska a candidata a la vicepresidencia junto al desbordado McCain cobra fuerza cuando analiza las exigencias del reclamo electoral. En ese circo fundamental para la democracia se entrecruza lo relevante con lo anecdótico, el discurso de calado con la frivolidad fotogénica. Aunque sin demasiada riqueza visual ni ingenio expresivo, el director de dos Austin Powers y dos Padres de ella, Jay Roach, se beneficia de la calidad de actriz y la asombrosa simbiosis de Julianne Moore con la gobernadora de Alaska. Creacionista e inculta, la Palin real despertó la identificación sin complejos de una parte de su electorado.

Todo lo que motiva en ella a los votantes del republicanismo profundo es una mina para la sátira progresista, capitaneada por su imitadora más demoledora, la Tina Fay del Saturday Night Live. La telepelícula retrata el dolor ante esa burla pero también la fatalidad de un McCain (Ed Harris sobreenvejecido) condenado a una campaña mezquina y extremista. La reflexión llega en precampaña y ayuda a entender la psicología colectiva que manejan Romney y Obama a la hora de completar su cartel electoral. Palin pertenece a la pose antipolítica de quienes juegan a desmarcarse de un oficio en desprestigio. Engatusar al electorado siempre será más rentable que tratarlo como adulto, informado y crítico. El nivel de la democracia también se mide por el nivel de sus candidatos y cuando acepta el disparate retrata el deprimente nivel de quienes estamos al otro lado de la urna.

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