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Tribuna
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Un periodista en el huracán

¿Qué tanto cargó en la conciencia la vergonzosa no-cobertura del 2 de octubre de 1968? Ya habrá momento de desentrañarlo

Zabludovsky en una entrevista en Madrid en 2007.
Zabludovsky en una entrevista en Madrid en 2007.GORKA LEJARCEGI

Ya habrá oportunidad de considerar los errores que cometió Jacobo Zabludovsky durante sus siete décadas en el periodismo. Debió haberlo hecho el propio Zabludovsky, quien se negó a examinar a fondo sus nexos con el poder durante la segunda mitad del siglo XX, cuando el PRI exigía colaboración y, en el peor de los casos, subordinación. ¿Qué tanto pudo haber resistido Zabludovsky? ¿Debió haber denunciado o hasta renunciado? ¿Qué tanto cargó en la conciencia los peores episodios, como la vergonzosa no-cobertura del 2 de octubre de 1968? Llegará el momento de desentrañar todo aquello.

Por ahora, valga el reconocimiento de un par de virtudes inusuales. Primero, su devoción por la cultura en su definición más amplia. En un oficio en el que la fascinación por la política reduce al periodista a una suerte de autismo, Zabludovsky optó por llevar a la pantalla mexicana otros asuntos con otros protagonistas, muchas veces fascinantes. Era un maestro de la entrevista. La entendía no como la búsqueda obsesiva de “la nota” sino como una conversación. Su intención era revelar al personaje, no exhibirlo: la biografía antes que el escándalo. Zabludovsky recurría a su sentido del humor y a su abundante cultura (era un lector voraz, melómano y gastrónomo) para desarmar interlocutores. El resultado es una serie de encuentros deliciosos que, de no ser por él, jamás habrían aparecido en la televisión de habla hispana. Ahí está su duelo con María Félix, mezcla de asombro, coqueteo y provocación. O la entrevista a Mario Moreno, con el finísimo sarcasmo cantinflesco en primer plano. O la charla con Salvador Dalí, en la que, algo perplejo, trata de acompañar al genio de Figueres en sus divagaciones fantásticas. A lo largo de todas ellas, Zabludovsky mantiene alerta la capacidad de asombro y hace gala de una velocidad intelectual admirable. Vale la pena verlas de nuevo. No hay, ni por asomo, nada parecido en la televisión actual, presa de la síntesis y los campos minados.

Zabludovsky instruyó a varias generaciones de periodistas mexicanos, en prensa, televisión y radio. Todos le guardan respeto

La otra gran virtud de Zabludovsky fue haber hecho escuela. De manera casi anecdótica, me considero uno de sus discípulos: fue él quien me abrió las puertas del periodismo televisivo cuando tenía solo 17 años. Hay una larguísima lista de profesionales del oficio que le deben mucho más, incluso una amistad. Zabludovsky instruyó a varias generaciones de periodistas mexicanos, en prensa, televisión y radio. En mi experiencia, todos, sin excepción, le guardan agradecimiento y respeto. Fiel a su curiosidad universal, Zabludovsky ayudó a formar periodistas de espectáculos, reporteros de política y narradores deportivos. Incluso tuvo la suerte de engendrar periodistas desde el antagonismo. “Estudié periodismo para ser todo lo contrario a Jacobo”, me dijo un colega unas horas después de conocerse la noticia de la muerte. En el fondo, si se le piensa bien, no hay mejor halago. Intuyo que Zabludovsky habría disfrutado esa aversión. Setenta años en el ojo del huracán. ¿Hay algo mejor para un periodista?

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