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Así se eligió al papa Pablo VI

Juan Arias

Algunos cardenales, al llegar a Roma, declararon que este cónclave será muy breve: máximo tres días. Es posible, porque las nuevas normas establecidas por Pablo VI permiten que si la elección no se obtiene con la mayoría de dos tercios se pueda pasar a la mayoría de la mitad más uno e incluso a votar sólo los dos candidatos que hayan obtenido más consensos. Podrá ser, pues, un cónclave breve, pero ¿será fácil y sin tensiones? Para comprender mejor la dificultad de esta elección del Papa, con una mezcla de política humana y de inspiración divina, la cual muchas veces parece ausente, es importante recordar la historia del último cónclave eligió Papa a Pablo VI. La opinión pública piensa que fue un cónclave pacífico, ya que Montini «era ya Papa antes de entrar en el cónclave». Sin embargo, no fue así. A pesar del secreto que envuelve a los cónclaves, se ha podido reconstruir muy bien, como acaba de hacerlo Giancarlo Zizola en su último libro ¿Qué Papa? la triste historia de aquella elección. La lucha debió ser tan dura que el cardenal Testa cuando salió del cónclave comentó: «Han sucedido cosas horribles. Tengo que pedir al Papa el permiso para contarlas para poder liberarme.» Parece ser que fue él, antes de morir, quien contó todo. Es cierto que el candidato de Juan XXIII era Montini al cual mandó un telegrama horas antes de morir. Pero precisamente por eso la curia que no había sopor de Juan XXIII era Montini, al cual cónclave decidida a no votarlo. Los votos de este grupo conservador confluyeron desde el principio en Antoniutti, que tenía todo el apoyo del Opus Dei. Ya en el discurso a los cardenales antes del cónclave. el curial Tondini hizo un retrato del nuevo Papa que era lo opuesto al pontificado de Juan XXIII. Este había condenado a les «profetas de desventuras» y Tondini hizo del mundo el cuadro más pesimista posible. El cardenal Siri, en la catedral de Génova, había dicho que serían necesarios muchos años para rehacer lo que Juan XXIII había estropeado en la Iglesia.En este clima, ya en las primeras votaciones, 'Montini obtuvo treinta votos y Antoniotti veinte. El otro candidato más votado era Lercaro. Eran votos de los extranjeros más abiertos que veían en Lercaro un sucesor de Juan XXIII por su gran espíritu evangélico. Ya por la tarde del primer día de votaciones los votos de Lercaro pasaron a Montini ante el temor que pudiera ser elegido Antoniutti, pero a pesar de todo, Montini no lograba obtener los votos suficientes. Los progresistas ya no tenían más votos. La elección se quedó congelada. La curia hizo una maniobra: presentó la candidatura del curial Roberti para indicar que de ninguna manera habrían votado a Montini. Los electores de Montini se encontraron entre la espada y la pared: o aceptar a Roberti, que era un conservador, o aceptar el desafío hasta que explotara la situación. Y la situación explotó como ninguno se lo imaginaba: el cardenal Testa, curial, prefecto de la Congregación de las Iglesias Orientales, pero de una enorme rectitud moral, indignado ante el espectáculo que se estaba realizando en un cónclave que debía estar inspirado por el Espíritu Santo y saltándose a la torera todas las normas más sagradas del cónclave que prohiben severísimamente intervenir durante una votación, rompió el silencio para pedir que se abandonase aquel juego humillante, y pidió que se votara por Montini, ya que poseía los votos de la mayoría y había sido en realidad el candidato de Juan XXIII. Algunos cardenales se indignaron. Otros pidieron que se anulara la votación, pero lo cierto es que en otros hizo impresión y desde aquel momento empezaron a aumentar los votos de Montini, el cual aseguró a los conservadores que se mantendría fiel a la tradición. A Cicognani le aseguró que lo mantendría como secretario de Estado. Fue decisiva la «conversión» del anciano Ottaviani, presidente del Santo Oficio. Parece ser que fue quien convenció a algunos curiales a votar a Montini abiertamente «para poder condicionar después su pontificado». A pesar de todo. Montini fue elegido sólo con el margen de tres votos.

El viejo y duro Ottaviani no perdonó a Pablo VI que le pidiera la dimisión del Santo Oficio, que era como el Ministerio del Interior de la Iglesia. Fue durante años el cardenal más potente de la Iglesia y el eclesiástico con mayor influencia en la política italiana. Los observadores dicen que bastaba una tarjeta de Ottaviani para hacer temblar a un ministro.

Convencido de que sin él Pablo VI no hubiese sido Papa, cuando se vio relegado de su feudo de poder dijo con amargura: «Seré viejo, pero quién sabe si él no morirá antes que yo.» De hecho Ottaviani, en estos días no quiere recibir a nadie y deberá vivir el cónclave a través de la televisión sin poder influir como elector por «culpa de Pablo VI», que impidió con el nuevo reglamento participar a quienes han cumplido los ochenta años.

Casi ciego y con pocas fuerzas físicas, no ha perdido su antigua vena polémica. De hecho, protestó violentamente porque a la primera «congregación» de cardenales reunida para el gobierno normal de la Iglesia y para preparar las cosas del cónclave, no fueron invitados los ochentones. Según Ottaviani, no pueden votar pero no está escrito en el reglamento que no puedan asistir a estas reuniones, en las cuales, como, sabe el muy experto cardenal, se prepara la verdadera elección del Papa. El problema aún no ha sido resuelto.

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