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Tribuna:EL BLOQUEO DEL PROCESO DE PAZ
Tribuna
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Europa y el conflicto de Oriente Próximo

El autor afirma que la Unión Europea debe apoyar decididamente a los moderados israelíes y palestinos y disuadir en ambos las tendencias extremistas.

No se puede comprender el actual bloqueo del proceso de paz de Oriente Próximo sin recurrir a la historia y sin evocar el papel y la responsabilidad de Europa. Dado que está en la raíz del problema, Europa no puede renunciar a la ambición de, al menos, ser parte de la solución. No se puede contentar con jugar al banquero frustrado.

La incapacidad de los israelíes y de los palestinos para avanzar en el diálogo tiene por origen, en gran medida, la lectura incompatible que ambos hacen de sus respectivas historias. Los israelíes se consideran el último movimiento de independencia nacional surgido de los nacionalismos europeos del siglo XIX. Su drama es que su Risorgimento se materializó justo después de la II Guerra Mundial, en el momento en que comenzaba el segundo fenómeno histórico de relevancia similar, la descolonización. Para el conjunto del mundo árabe y, en especial, para los palestinos, el Estado judío no es más que la última y la más inaceptable manifestación del imperialismo colonial de Occidente. Todavía hoy, los palestinos más abiertos al diálogo hablan del fenómeno de colonización sionista. Una referencia histórica que no es neutra. ¿Acaso los colonos no terminan siempre por marcharse? Así, un alto responsable francés escuchó de boca de su interlocutor palestino, alcalde de una ciudad importante, que 'la paz no la verá mi generación, ni la generación de mis hijos, ni la de mis nietos... Y durante todo ese tiempo, los palestinos serán cada vez más numerosos, cada vez más salvajes, estarán cada vez más desesperados. Y los israelíes, cada vez más occidentalizados y menos dispuestos a aceptar pérdidas de vidas humanas, terminarán por marcharse'. El problema es que los israelíes no se ven como colonos; no tienen al otro lado del Mediterráneo una Madre Patria a la que retirarse.

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Los europeos están en la raíz de estas percepciones antagónicas, nacidas del antisemitismo y de la colonización. A través del colonialismo, Europa quiso imponer su historia, su cultura y sus lenguas a unos pueblos que conquistó y dominó. En cambio, a través del antisemitismo, presencia constante en diferentes grados en la historia europea, negó la condición de europeos de pleno derecho a los judíos. Una negación de identidad que se tradujo en los pogromos, en la exclusión y, por último, en la simple caída en la barbarie. Al igual que el 'pecado colonial' no puede hacer olvidar el antisemitismo, el Holocausto no puede ocultar los daños o los costes de una descolonización apresurada, cínica y a menudo irresponsable. Saber guardar un equilibrio entre estos dos sentimientos de culpabilidad, entre estas dos memorias, más allá de los intereses y de los cálculos, es la primera y la más importante responsabilidad de Europa. Es también el único modo de construir una posición común entre los europeos. Es una tarea especialmente difícil para el dúo franco-alemán. Francia no puede actuar en Oriente Próximo sin esforzarse por respetar las sensibilidades de una Alemania todavía marcada por doce años de régimen nazi. Alemania debe integrar aquello que, más allá de los intereses diplomáticos y mercantiles, traduce una sensibilidad poscolonial propiamente francesa.

En este contexto histórico, doloroso y complejo, Europa no sólo tiene derechos y deberes; también tiene unos instrumentos de influencia real que tiende a ignorar. El Estado de Israel ha podido tener una percepción globalmente negativa de una Europa parcial e impotente. No estará dispuesto a cambiar la garantía estadounidense por una forma de seguridad europea. Pero Israel, cuya economía es próspera y que está involucrado en la aventura de la nueva economía, ve en la Unión Europea a un socio natural, una salida fundamental tanto para su agricultura como para sus nuevas tecnologías. Si el mundo del deporte es una prefiguración del de la política, entonces Israel ya es un país europeo, inscrito en las competiciones deportivas europeas. Para la UE, este deseo de Europa es una forma de ejercer presión sobre Israel. Un país que pretende presentarse como un socio privilegiado de la Unión no puede ignorar un cierto número de reglas elementales en materia de derechos humanos, aunque tenga que hacer frente a formas de terrorismo especialmente salvajes. Del mismo modo, la Autoridad Palestina depende para su supervivencia económica y, por tanto, política, de la ayuda de la Unión. Esta ayuda debe estar cada vez más condicionada. Dos bombas cuyas mechas son cada vez más cortas vuelven hoy imposible toda esperanza de paz: los asentamientos israelíes, por un lado, y la gestión no democrática y corrupta de la Autoridad Palestina, por otro. Convencer a los israelíes de que se retiren de unos territorios que pueden ser perjudiciales para su seguridad y convencer a Arafat y a los palestinos de que no serán creíbles sin transparencia democrática: éstos son los mensajes sobre los que la UE podría alcanzar un acuerdo.

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El fracaso del proceso de Oslo nació del choque entre la desesperación y el miedo. Confortar a los palestinos, tranquilizar a los israelíes; la comunidad internacional tiene un doble papel que desempeñar. El momento no es necesariamente malo. Desde el comienzo de la segunda Intifada, Israel ha perdido la guerra de la imagen y la guerra de las palabras, pero Arafat está perdiendo la batalla política sobre el terreno. Ya no son sólo las cancillerías occidentales las que en su gran mayoría cuestionan la 'prudencia' del líder palestino, sino que cada vez hay más palestinos que se preguntan sobre la legitimidad de una política que puede asemejarse a una ocasión perdida. Ciertamente, Barak era un pobre táctico, pero al decirle no en Camp David, Arafat se reveló como un muy mal estratega y, en todo caso, un dirigente que evita muy poco derramamiento de sangre humana.

El problema para Europa no es equilibrar la posición proisraelí de EE UU mediante un apoyo más marcado a los palestinos. El único papel que debe desempeñar Europa es apoyar con pasión a los moderados de ambas partes y disuadir en ambos bandos las tendencias extremistas. Aplicando al pie de la letra la fórmula de Camus según la cual 'siempre se es demasiado generoso con la sangre de los demás', Europa será más europea y reconciliará mejor sus dos responsabilidades históricas.

Dominique Moïsi es director adjunto del Instituto Francés de Relaciones Internacionales.

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