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Reportaje:

Desde el corazón de la red de Bin Laden

Jamal Ahmed Al Fadl llegó con 23 años a Estados Unidos como un inmigrante más desde su remoto pueblo de Ruffa, en Sudán, en 1986. Su desarraigo le llevó primero a rodar por Atlanta y Carolina del Norte hasta que, tiempo después, se instaló en Nueva York, trabajando como dependiente en tiendas de ultramarinos. Allí su existencia sin rumbo encontró un propósito: descubrió la religión y comenzó a colaborar en la mezquita Al Faruq, en Brooklyn, recaudando dinero y reclutando musulmanes para la yihad contra los soviéticos en Afganistán.

Hasta entonces su único problema legal había sido su expulsión de Arabia Saudí por fumar marihuana. Desde hace cinco años es para las autoridades de EE UU un CS-1, la 'fuente confidencial número 1', y está adscrito al programa de protección de testigos del FBI. Al Fadl es al día de hoy el principal testigo de cargo contra la trama terrorista internacional de Osama Bin Laden. Y sabe de lo que habla, porque él ayudó a crearla.

Al Fadl rompió con Al Qaeda no por discrepancias ideológicas o religiosas. Simplemente les había robado dinero y se refugió en una embajada de EE UU
Al Fadl participó en 1993 en un intento de compra de uranio para fabricar bombas atómicas o un artefacto que al explosionar esparcería radiactividad
Bin Laden dijo a sus hombres que había que convertir a los Gobiernos árabes en musulmanes y elegir un califa que liderara a los islamistas en esta guerra

Su información a la justicia norteamericana no permite el escepticismo. Describe con nombres y apellidos, fechas, lugares y cifras la organización y los dirigentes del grupo de Bin Laden, Al Qaeda (La Base), su red de cómplices internacionales, sus cuentas bancarias, las empresas a su servicio y hasta los salarios de sus miembros. Pero hay más. El propio Al Fadl participó a finales de 1993 en un intento de compra de uranio en Sudán para fabricar bombas atómicas o, en su defecto, las llamadas bombas sucias, un artefacto convencional que al estallar esparcería material radiactivo. Una posibilidad de un futuro aterrador que desde el 11 de septiembre ha dejado de pertenecer al género de ficción.

Al Fadl rompió con Bin Laden en la primavera de 1996. Su caída del caballo no se debió a discrepancias ideológicas o religiosas. Simplemente había robado dinero a Al Qaeda, y temiendo por su vida se presentó en una Embajada de Estados Unidos. El trato que ofrecía estaba claro: protección a cambio de información.

En la legación diplomática, y tras esperar 20 minutos, explicó que había estado en Afganistán y pertenecido a un grupo que quería 'hacer la guerra contra Estados Unidos'. Añadió que ese grupo 'intentaría hacer algo dentro de Estados Unidos', 'combatiría al Ejército norteamericano en ultramar' y 'que también intentaba atentar contra alguna embajada'.

Sus advertencias no sirvieron para prevenir que dos años más tarde las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania saltaran por los aires causando 224 muertos y miles de heridos, pero sí atrajo el interés del FBI. Interrogado por los federales durante tres semanas, Al Fadl fue llevado a Europa y después a Estados Unidos y puesto bajo custodia. Su acuerdo de colaboración con el Gobierno de Washington consistió en declararse culpable de la acusación de terrorismo a cambio de una condena de 15 años de cárcel y su inclusión y la de su familia en el programa de protección de testigos.

Los motivos de su traición a Bin Laden fue uno de los muchos momentos espectaculares que tuvo su testimonio ante un tribunal de Manhattan Sur, en febrero de este año. Al Fadl fue presentado como testigo por la fiscalía en la causa abierta contra cuatro árabes sospechosos de haber cometido los atentados contra las embajadas de EE UU en África en 1998. Ese año él ya estaba fuera de la organización de Bin Laden, pero su testimonio iba a servir para probar la extensión de la conspiración terrorista. Su declaración ante un juez de Manhattan pasó en gran parte inadvertida en su momento. Su lectura ahora, disponible en Internet, resulta apasionante (http://cns.miis.edu/pubs/reports/binladen.htm).

El primer argumento de la defensa de los cuatro acusados -dos de ellos se enfrentaban a sendas penas de muerte- fue cuestionar la credibilidad de Al Fadl. Sin embargo, razonó el fiscal, si nunca tuvo contactos con Bin Laden, qué necesidad tenía de urdir una sarta de mentiras que sólo podrían dañar su propia credibilidad. Además, otro testigo en el caso Essam Ridi, un piloto egipcio nacionalizado estadounidense que había ayudado a Bin Laden a adquirir un jet privado, confirmó su relato.

Éste comienza en 1988 con su viaje desde Nueva York a Pesahawar, en Pakistán, provisto con fondos de la mezquita Al Faruq, para enrolarse en la lucha para expulsar a los soviéticos de Afganistán. Tras pasar por campos de entrenamiento militar e instrucción religiosa, recibe un nuevo nombre, Abu Bakr Sudani, y marcha al frente, donde participa en acciones bélicas tratando de abatir tanques y derribar helicópteros, por cierto, con nulo éxito. Es entonces, a finales de ese año, cuando tiene su primer contacto con Abu Abdallah, cuyo verdadero nombre es Osama Muhammad al Wahad Bin Laden, un joven carismático saudí. Meses después, al producirse la retirada de la URSS, Al Fadl vive su momento de gloria: asiste a la fundación de Al Qaeda. Bin Laden expone a sus hombres de confianza la necesidad de crear un grupo para dar 'un nuevo paso una vez acabado todo en Afganistán' para continuar la lucha por la 'conversión de los Gobiernos árabes en musulmanes' y de elegir un 'califa' que 'lidere a todo el mundo musulmán en esta guerra'.

En aquel reducido núcleo fundacional hay egipcios, como Al Zawahiri -actualmente, mano derecha de Bin Laden, uno de los objetivos del presidente Bush en la guerra contra el terrorismo y buscado por la Interpol-, iraquíes, yemeníes, saudíes... Algunos son médicos; otros, cirujanos o tienen estudios. Son como el propio Bin Laden y, se decía antiguamente, pura clase dirigente.

Al Qaeda se organiza de forma piramidal bajo la dirección de Bin Laden, con un consejo, o shura, integrado por líderes militares y religiosos, del que dependen cuatro comités: militar, religioso, prensa y propaganda y financiero, al que es asignado el antiguo dependiente de Brooklyn. Su tarea va a consistir en adquirir compañías y negocios que den cobertura a las operaciones de estos soldados del terror.

En pocos años la organización teje una telaraña de grupos armados que van desde Argelia a Pakistán, de Somalia a Chechenia, y una red financiera que dispone de cuentas bancarias en Sudán, Malaisia, Tailandia, Dubai, Hong Kong y Londres.

Traslado a Sudán

A finales de 1990, declara Al Fadl, la organización de Bin Laden se traslada a Sudán, invitada por el Gobierno del Frente Nacional Islámico, que en aquel entonces dirige el doctor Hassan al Turabi, una especie de mahdi pasado por la Sorbona. En connivencia con los servicios secretos sudaneses, Al Qaeda compra y alquila pisos y oficinas en Jartum -la principal, 'en la calle McNimr, con ocho o nueve habitaciones'-, adquiere granjas donde se entrenan militarmente, fábricas y compañías de transporte e introduce y exporta armas y explosivos. Al Fadl cuenta con detalle la pasmosa facilidad con que él y sus compañeros se movieron en esos años mediante el disfraz -'me dijeron que me afeitase la barba y llevase mucha colonia'-, el soborno y la recomendación de un país musulmán a otro sin que ningún aduanero les causara problemas.

El traslado a Sudán coincidió con la guerra del Golfo y un cambio de estrategia de Bin Laden. Ahora el enemigo era EE UU, cuya intervención en Somalia iba a confirmar. Cuenta Al Fadl que en una reunión con una docena de personas, el millonario saudí expuso la nueva línea con estas palabras: 'La serpiente es Estados Unidos y tenemos que impedir lo que están haciendo. Tenemos que cortarle la cabeza a la serpiente'.

Había empezado la escalada: el primer atentado contra las Torres Gemelas en febrero de 1993, la muerte de 18 soldados norteamericanos en Mogadiscio en octubre de ese año, las bombas contra el Centro de Comunicaciones de la Guardia Saudí en Riad en 1995, contra las tropas de EE UU en Dharam al año siguiente, contra las embajadas en África en 1998, y así hasta el 11 de septiembre.

Y la escalada no ha terminado. Al Fadl aporta pruebas de la obsesión de Bin Laden por hacerse con armas de destrucción masiva, la fase superior del terrorismo. Relata cómo participó en el intento de adquirir uranio en Sudán por 1,5 millón de dólares. Lo importante, dijo a sus intermediarios, no era el coste, sino la calidad del material. Sus servicios en la operación le reportaron 10.000 dólares, pero fue relevado en 1994 antes de cerrarse el trato. Sus últimas noticias, declaró ante el tribunal de Manhattan, eran que un miembro del Frente Nacional Islámico de Sudán le comentó que el uranio iba a ser comprobado en algún lugar de Chipre.

El diario árabe Al-Watan Al-Arabi informó en 1998 de la oferta de Bin Laden a la guerrilla chechena de darles 30 millones de dólares en efectivo y dos toneladas de opio afgano a cambio de 20 cabezas nucleares y de que en su grupo trabajaban 'cinco científicos nucleares de Turkmenistán'. Hace menos de un mes estas historias sólo servían para guiones de cine. Desde el 11 de septiembre, la amenaza es real.Jamal Ahmed Al Fadl llegó con 23 años a Estados Unidos como un inmigrante más desde su remoto pueblo de Ruffa, en Sudán, en 1986. Su desarraigo le llevó primero a rodar por Atlanta y Carolina del Norte hasta que, tiempo después, se instaló en Nueva York, trabajando como dependiente en tiendas de ultramarinos. Allí su existencia sin rumbo encontró un propósito: descubrió la religión y comenzó a colaborar en la mezquita Al Faruq, en Brooklyn, recaudando dinero y reclutando musulmanes para la yihad contra los soviéticos en Afganistán.

Hasta entonces su único problema legal había sido su expulsión de Arabia Saudí por fumar marihuana. Desde hace cinco años es para las autoridades de EE UU un CS-1, la 'fuente confidencial número 1', y está adscrito al programa de protección de testigos del FBI. Al Fadl es al día de hoy el principal testigo de cargo contra la trama terrorista internacional de Osama Bin Laden. Y sabe de lo que habla, porque él ayudó a crearla.

Su información a la justicia norteamericana no permite el escepticismo. Describe con nombres y apellidos, fechas, lugares y cifras la organización y los dirigentes del grupo de Bin Laden, Al Qaeda (La Base), su red de cómplices internacionales, sus cuentas bancarias, las empresas a su servicio y hasta los salarios de sus miembros. Pero hay más. El propio Al Fadl participó a finales de 1993 en un intento de compra de uranio en Sudán para fabricar bombas atómicas o, en su defecto, las llamadas bombas sucias, un artefacto convencional que al estallar esparcería material radiactivo. Una posibilidad de un futuro aterrador que desde el 11 de septiembre ha dejado de pertenecer al género de ficción.

Al Fadl rompió con Bin Laden en la primavera de 1996. Su caída del caballo no se debió a discrepancias ideológicas o religiosas. Simplemente había robado dinero a Al Qaeda, y temiendo por su vida se presentó en una Embajada de Estados Unidos. El trato que ofrecía estaba claro: protección a cambio de información.

En la legación diplomática, y tras esperar 20 minutos, explicó que había estado en Afganistán y pertenecido a un grupo que quería 'hacer la guerra contra Estados Unidos'. Añadió que ese grupo 'intentaría hacer algo dentro de Estados Unidos', 'combatiría al Ejército norteamericano en ultramar' y 'que también intentaba atentar contra alguna embajada'.

Sus advertencias no sirvieron para prevenir que dos años más tarde las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania saltaran por los aires causando 224 muertos y miles de heridos, pero sí atrajo el interés del FBI. Interrogado por los federales durante tres semanas, Al Fadl fue llevado a Europa y después a Estados Unidos y puesto bajo custodia. Su acuerdo de colaboración con el Gobierno de Washington consistió en declararse culpable de la acusación de terrorismo a cambio de una condena de 15 años de cárcel y su inclusión y la de su familia en el programa de protección de testigos.

Los motivos de su traición a Bin Laden fue uno de los muchos momentos espectaculares que tuvo su testimonio ante un tribunal de Manhattan Sur, en febrero de este año. Al Fadl fue presentado como testigo por la fiscalía en la causa abierta contra cuatro árabes sospechosos de haber cometido los atentados contra las embajadas de EE UU en África en 1998. Ese año él ya estaba fuera de la organización de Bin Laden, pero su testimonio iba a servir para probar la extensión de la conspiración terrorista. Su declaración ante un juez de Manhattan pasó en gran parte inadvertida en su momento. Su lectura ahora, disponible en Internet, resulta apasionante (http://cns.miis.edu/pubs/reports/binladen.htm).

El primer argumento de la defensa de los cuatro acusados -dos de ellos se enfrentaban a sendas penas de muerte- fue cuestionar la credibilidad de Al Fadl. Sin embargo, razonó el fiscal, si nunca tuvo contactos con Bin Laden, qué necesidad tenía de urdir una sarta de mentiras que sólo podrían dañar su propia credibilidad. Además, otro testigo en el caso Essam Ridi, un piloto egipcio nacionalizado estadounidense que había ayudado a Bin Laden a adquirir un jet privado, confirmó su relato.

Éste comienza en 1988 con su viaje desde Nueva York a Pesahawar, en Pakistán, provisto con fondos de la mezquita Al Faruq, para enrolarse en la lucha para expulsar a los soviéticos de Afganistán. Tras pasar por campos de entrenamiento militar e instrucción religiosa, recibe un nuevo nombre, Abu Bakr Sudani, y marcha al frente, donde participa en acciones bélicas tratando de abatir tanques y derribar helicópteros, por cierto, con nulo éxito. Es entonces, a finales de ese año, cuando tiene su primer contacto con Abu Abdallah, cuyo verdadero nombre es Osama Muhammad al Wahad Bin Laden, un joven carismático saudí. Meses después, al producirse la retirada de la URSS, Al Fadl vive su momento de gloria: asiste a la fundación de Al Qaeda. Bin Laden expone a sus hombres de confianza la necesidad de crear un grupo para dar 'un nuevo paso una vez acabado todo en Afganistán' para continuar la lucha por la 'conversión de los Gobiernos árabes en musulmanes' y de elegir un 'califa' que 'lidere a todo el mundo musulmán en esta guerra'.

En aquel reducido núcleo fundacional hay egipcios, como Al Zawahiri -actualmente, mano derecha de Bin Laden, uno de los objetivos del presidente Bush en la guerra contra el terrorismo y buscado por la Interpol-, iraquíes, yemeníes, saudíes... Algunos son médicos; otros, cirujanos o tienen estudios. Son como el propio Bin Laden y, se decía antiguamente, pura clase dirigente.

Al Qaeda se organiza de forma piramidal bajo la dirección de Bin Laden, con un consejo, o shura, integrado por líderes militares y religiosos, del que dependen cuatro comités: militar, religioso, prensa y propaganda y financiero, al que es asignado el antiguo dependiente de Brooklyn. Su tarea va a consistir en adquirir compañías y negocios que den cobertura a las operaciones de estos soldados del terror.

En pocos años la organización teje una telaraña de grupos armados que van desde Argelia a Pakistán, de Somalia a Chechenia, y una red financiera que dispone de cuentas bancarias en Sudán, Malaisia, Tailandia, Dubai, Hong Kong y Londres.

Traslado a Sudán

A finales de 1990, declara Al Fadl, la organización de Bin Laden se traslada a Sudán, invitada por el Gobierno del Frente Nacional Islámico, que en aquel entonces dirige el doctor Hassan al Turabi, una especie de mahdi pasado por la Sorbona. En connivencia con los servicios secretos sudaneses, Al Qaeda compra y alquila pisos y oficinas en Jartum -la principal, 'en la calle McNimr, con ocho o nueve habitaciones'-, adquiere granjas donde se entrenan militarmente, fábricas y compañías de transporte e introduce y exporta armas y explosivos. Al Fadl cuenta con detalle la pasmosa facilidad con que él y sus compañeros se movieron en esos años mediante el disfraz -'me dijeron que me afeitase la barba y llevase mucha colonia'-, el soborno y la recomendación de un país musulmán a otro sin que ningún aduanero les causara problemas.

El traslado a Sudán coincidió con la guerra del Golfo y un cambio de estrategia de Bin Laden. Ahora el enemigo era EE UU, cuya intervención en Somalia iba a confirmar. Cuenta Al Fadl que en una reunión con una docena de personas, el millonario saudí expuso la nueva línea con estas palabras: 'La serpiente es Estados Unidos y tenemos que impedir lo que están haciendo. Tenemos que cortarle la cabeza a la serpiente'.

Había empezado la escalada: el primer atentado contra las Torres Gemelas en febrero de 1993, la muerte de 18 soldados norteamericanos en Mogadiscio en octubre de ese año, las bombas contra el Centro de Comunicaciones de la Guardia Saudí en Riad en 1995, contra las tropas de EE UU en Dharam al año siguiente, contra las embajadas en África en 1998, y así hasta el 11 de septiembre.

Y la escalada no ha terminado. Al Fadl aporta pruebas de la obsesión de Bin Laden por hacerse con armas de destrucción masiva, la fase superior del terrorismo. Relata cómo participó en el intento de adquirir uranio en Sudán por 1,5 millón de dólares. Lo importante, dijo a sus intermediarios, no era el coste, sino la calidad del material. Sus servicios en la operación le reportaron 10.000 dólares, pero fue relevado en 1994 antes de cerrarse el trato. Sus últimas noticias, declaró ante el tribunal de Manhattan, eran que un miembro del Frente Nacional Islámico de Sudán le comentó que el uranio iba a ser comprobado en algún lugar de Chipre.

El diario árabe Al-Watan Al-Arabi informó en 1998 de la oferta de Bin Laden a la guerrilla chechena de darles 30 millones de dólares en efectivo y dos toneladas de opio afgano a cambio de 20 cabezas nucleares y de que en su grupo trabajaban 'cinco científicos nucleares de Turkmenistán'. Hace menos de un mes estas historias sólo servían para guiones de cine. Desde el 11 de septiembre, la amenaza es real.

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