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EE UU ha forjado una coalición contra el terrorismo con varios grados de adhesión

La 'doctrina Powell' ha permitido la colaboración de países árabes en materia de información

La impresión que causaron los atentados del 11 de septiembre dio inmediato paso a una nueva realidad: el siglo XXI entraba en un nuevo conflicto, desconocido hasta entonces, una guerra larga ante un enemigo nada convencional. La Casa Blanca ha reeditado la doctrina Powell a la hora de coordinar la acción diplomática y los preparativos militares, como ocurrió en la Guerra del Golfo, pero ha puesto en marcha nuevos recursos, como aceptar diversos grados de adhesión e incluso organizar la ayuda humanitaria al pueblo afgano, a las posibles víctimas inocentes.

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Las primeras palabras de George W. Bush tras los atentados contra las Torres Gemelas y al Pentágono tuvieron un tono puramente vengativo. Desde un primer momento, el presidente calificó el atentado como un acto de guerra y señaló a Bin Laden como presunto responsable. Bush habló de perseguir y castigar a los culpables. Dos días después, en una de sus alocuciones al pueblo norteamericano, prometió conducir 'al mundo a la victoria' contra los instigadores de la 'primera guerra del siglo XXI'.

La idea de una amplia coalición internacional -de una extensión mayor que la organizada durante la Guerra del Golfo contra Irak- donde el grado de implicación respetara las peculiaridades diplomáticas de sus miembros se había puesto en marcha. Para algunos analistas, la doctrina Powell, al menos en su vertiente diplomática, se había impuesto en la Casa Blanca. Bush habló ante el pueblo norteamericano preparándole para una guerra larga, sin un enemigo conocido. Podía ser una guerra contra un país o varios países, contra uno o varios grupos terrorristas. Era la guerra contra el terrorismo, la primera guerra del siglo XXI.

Solidaridad con las víctimas

El Gobierno de Washington se había puesto en marcha para contestar militar y diplomáticamente a ese enemigo desconocido, limitado en primera instancia al rostro de Bin Laden: el Senado aprobaba el día 14 una partida especial de 40.000 millones de dólares para financiar los preparativos, al tiempo que Bush autorizaba la llamada de unos 50.000 reservistas. Las reacciones internacionales se extendían por los cinco continentes mostrando su solidaridad con el presidente norteamericano y las víctimas de los atentados.

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La diplomacia estadounidense comenzó a funcionar a un ritmo acelerado. 'Ayúdennos a apresar a esa gente', dijo Bush dirigiéndose a la comunidad internacional, al tiempo que comenzaban a sumarse aliados a los planes de Washington. Además del apoyo sin concesiones del primer ministro británico Tony Blair, Rusia y Alemania expresaban en estos primeros momentos su deseo de participar en una coalición internacional. España se sumaba al proyecto, como los demás socios de la OTAN. En un primer momento era una alianza genérica, casi sin concesiones por parte de los países occidentales. Pero la diplomacia de la Casa Blanca abría el radio de acción a los países árabes, en consonancia con la coalición de la Guerra del Golfo. Se trataba de moderar el discurso de Bush, dispuesto a dividir el mundo entre amigos y enemigos ('Quien no esté con nosotros, estará contra nosotros'). Colin Powell iniciaba una ofensiva diplomática con los países árabes. Los primeros contactados fueron Arabia Saudí, Marruecos y Túnez. Los movimientos de Colin Powell también se habían dirigido hacia la ONU, que al día siguiente de los atentados, había aprobado una resolución contra el terrorismo. Para obtener el mejor respaldo posible, Powell conseguía que el Congreso de los Estados Unidos aprobara repentinamente el pago de 585 de los 862 millones de dólares que estados Unidos debía a la ONU.

Jacques Chirac, presidente de la República francesa, visitó Nueva York el día 19 de septiembre y comenzó a fijar algunos criterios novedosos de la coalición. 'La acción militar no puede ser la única solución, hay que montar una auténtica acción coordinada internacional a medio plazo contra el terrorismo. Esto es algo que solo la ONU es capaz de hacer'. Chirac fijaba dos criterios que han sido adoptados por la Casa Blanca: implicar a las naciones árabes y demostrar que el culpable de los ataques era Bin Laden. En esa misma línea estaba Javier Solana, como representante de Exteriores de la UE: 'Es importante evitar sacar la conclusión de que se trata de un choque de civilizaciones'.

Actividad en varios frentes

La actividad diplomática conoció varios frentes: desde la visita de la troika comunitaria a los países de Asia Central (momento en el que sufrió un inesperado revés al difundirse una declaraciones del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, en las que se refería a la superioridad de la civilización occidental sobre la islámica), a la del secretario de Defensa, Rumsfeld, por Arabia Saudí, Omán, Egipto y Turquía, sin dejar de tomar en consideración la visita de Blair a Pakistán. Por entonces, la Casa Blanca dejaba bien claro que habría distintas formas de adherirse a la coalición, que unos aliados serían más activos en el plano militar, otros en el logístico y que habría países cuya colaboración podría ser más interesante en el terreno de la información, en una clara alusión tanto a Arabia Saudí, reacia a dejar sus bases para uso militar contra un país musulmán, y a Pakistán, país donde el integrismo talibán tiene un buen número de adeptos.

Los pasos anunciados durante los primeros días fueron cumpliéndose. Los preparativos militares también. Al mismo tiempo, la Casa Blanca ponía en conocimiento de sus principales socios las pruebas que obraban contra Bin Laden y su grupo terrorista. Desde hace una semana, se esperaba una acción militar inminente. Los plazos se han ido cumpliendo, así como seguramente las iniciales previsiones: no será una guerra convencional y sí un largo conflicto.

El secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, junto a su homólogo saudí, Abdul Aziz.
El secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, junto a su homólogo saudí, Abdul Aziz.AP

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