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Tribuna
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De la Rúa se tambalea y el peronismo vacila

Fernando de la Rúa, con mandato presidencial hasta diciembre de 2003, se tambalea en el cargo. Un hecho novedoso lo está cercando dramáticamente: la sociedad argentina -la de los barrios elegantes, la de la clase media y la de las orillas de la pobreza- le ha perdido la confianza. Creyó, equivocado, que estaba consiguiendo una tregua cuando, en la sediciosa noche del miércoles, el azorado presidente le entregó a la rebelión social la cabeza del superministro Domingo Cavallo. Pero nada es suficiente ya, mientras la vorágine de la crisis consume dirigentes y proyectos en pocas horas o en minutos apenas.

Un Gobierno de exabruptos cotidianos cometió el último error hace 18 días, cuando empujó a la conservadora clase media hacia la protesta y el motín. De la Rúa decidió entonces congelar los depósitos bancarios y permitir extracciones sólo en cuentagotas. Amputó en 24 horas a la economía informal, que es el 40% de la economía global argentina, y sometió a la sociedad al ajetreo infernal de un sistema bancario caro y obsoleto, que durante décadas se dedicó a prestarle dinero a tasas colosales a un Estado deficitario. Los bancos miraron siempre al Gobierno de turno y no a sus clientes.

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Si De la Rúa se tambalea, el peronismo vacila. El presidente ha sido abandonado por su partido, el radical. Desde hace mucho tiempo ya no tiene a la coalición que lo llevó al poder, rota entre escándalos de corrupción e incoherencias ideológicas. El peronismo, la oposición, es la única alternativa política de la Argentina.

Pero está fragmentado entre sectores que le responden al ex presidente Carlos Menem o al caudillo de Buenos Aires, Eduardo Duhalde. Los dos libran una batalla entre ellos de dimensiones operísticas ya. El interior peronista del país no le responde a ninguno de los dos, porque es una sumatoria de feudos comarcales. El eventual relevo del presidente débil y aislado no encuentra una fórmula que conforme a todos los peronistas. La irritación social empezó su venganza con el Gobierno, pero nada asegura que no continúe con el peronismo, si éste se mostrara solamente ambicioso, atolondrado e incompetente. Hasta ahora no ha dado muestras de ser el revés de eso.

Cavallo regresó hace nueve meses al poder. Su espíritu desmedido y mesiánico, un cruzado perpetuo de su propia causa, lo llevó a enfrentarse de manera definitiva, en poco tiempo, con el Gobierno de Washington, con el Fondo Monetario y con los gobernantes de Brasil, el monumental vecino de Argentina y su principal socio comercial. El miércoles, el mismo día que las clases media y pobre del país se unían para pedir las renuncias de De la Rúa y de Cavallo, un mensaje del Gobierno norteamericano hacía saber que cualquier solución al conflicto argentino sería más fácil de implementar con otro ministro de Economía. Una pinza inédita se había cerrado sobre el cuello de Cavallo. Los funcionarios económicos argentinos solían irse vapuleados por la gente común o desestabilizados por Washington, pero nunca por los dos al mismo tiempo. De la Rúa se abrazó a Cavallo hasta el último instante, cuando ya el vendaval social amenazaba con llevárselos a los dos juntos. El presidente no confiaba ya en Cavallo ni había en su alma ninguna luz de esperanza por la gestión del ministro de Economía. Pero De la Rúa creyó que con la enorme personalidad de Cavallo a su lado podía repartir ante la historia las culpas de la ruina. No pudo ni eso.

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Joaquín Morales Solá es columnista del diario La Nación.

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