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Reportaje:

Irak, la hora de los chiíes

Ángeles Espinosa

Es la hora de los chiíes de Irak. Su oportunidad histórica. El peso demográfico está a su favor. Y, sin embargo, las elecciones que están llamados a ganar pueden convertirse en un regalo envenenado si sus líderes no son capaces de asegurar a la comunidad suní y a las otras minorías un respeto escrupuloso de sus derechos. Tras décadas de marginación, su conquista del poder despierta recelos tanto dentro como fuera del país. La insurgencia agita el espectro de la guerra civil, pero también está en juego el futuro de los chiíes de otros países árabes, cuyos Gobiernos temen que los chiíes iraquíes ganen las elecciones, declaren un Estado islámico y se alíen con Irán.

"El peor resultado (...) sería un nuevo Gobierno dominado por aquellos que puedan estar apoyados por Irán", admitió con extraordinaria sinceridad Abdalá II de Jordania en diciembre, en una entrevista con una cadena de televisión estadounidense. "Una media luna chií sería muy desestabilizadora para toda la región", añadió el monarca en unas palabras que causaron profundo malestar en Teherán, que luego se ha esforzado por suavizar, pero que reflejan un temor bastante generalizado en la región.

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La sombra de Irán eclipsa cualquier análisis racional sobre la capacidad de independencia de los chiíes iraquíes. Sus 65 millones de chiíes -90% de la población- suponen la mitad de los fieles de esa rama del islam que sigue uno de cada 10 musulmanes. De ahí la ascendencia política de sus dirigentes tras la Revolución Islámica iraní de 1979. De ahí su interés por cuanto sucede en el vecino Irak, donde se hallan los principales lugares santos del chiísmo: Nayaf, Kufa y Kerbala. Y la desconfianza de sus vecinos árabes, mayoritariamente suníes.

La división del islam entre suníes y chiíes se remonta al siglo VII, cuando, a la muerte de Mahoma, se produjo un desacuerdo sobre la sucesión. Los partidarios de Alí, que eso es lo que significa chiíes, consideraban que, en tanto que primo y yerno del profeta, él debía ser el nuevo califa. La batalla de Kerbala, en la que Husein, hijo de Alí y nieto de Mahoma, murió decapitado, puso fin a la disputa dinástica a favor de sus enemigos, que rechazaban el requisito de los lazos de sangre con el profeta y a los que desde entonces se conoce como suníes (de sunna, tradición o costumbre).

Desde la derrota de los mamelucos en Egipto, en todos los lugares donde se extendieron, desde el golfo Pérsico hasta la India, desde Líbano a Omán, los chiíes, a quienes los extremistas suníes tachan de apóstatas, han estado marginados de las tareas de gobierno. "Los chiíes son objeto de recelos en todo el mundo musulmán", señala el diplomático Ignacio Rupérez, gran conocedor de Oriente Próximo y encargado de negocios en Irak entre 1996 y 2000. Más allá de la rivalidad histórica con los suníes, ello es fruto del éxito de la Revolución Islámica iraní en 1979.

El ejemplo iraní

La llegada al poder del gran ayatolá Ruholá Jomeini fue, además de un logro político inesperado, ejemplo para los chiíes de todo el mundo. No era necesario vivir en la opresión permanente. Se podía decir no. Se podía alcanzar el Gobierno. La inspiración y la asistencia financiera de Irán ayudaron a los chiíes de Líbano en la segunda parte de la guerra civil en ese país (1975-1989). Y los chiíes de Irak -único país árabe en que son mayoría, junto a Bahrein-se convirtieron, como los de Kuwait o Arabia Saudí, en sospechosos de colaborar con Teherán.

Ahora, el cambio en las relaciones de poder entre suníes y chiíes de Irak ha hecho sonar las alarmas. Los suníes temen una nueva revolución chií. Observadores como Bent Scowcroft, consejero de Seguridad Nacional con George Bush, padre, se muestran convencidos de que el miedo a que controlen el Gobierno está "transformando gradualmente" la insurgencia de antiguos baazistas en una "revuelta suní". Las implicaciones son inmediatas. Si las elecciones arrojan un resultado dominado por los chiíes, aseguró recientemente Scowcroft en un seminario, "eso podría llevar a los suníes a una guerra civil contra el Gobierno chií", y esa violencia alentaría a los kurdos a la secesión.

Los chiíes de Irak -étnicamente árabes, salvo pequeñas minorías kurda, persa y turca- constituyen entre el 55% y el 65% de sus 25 millones de habitantes, aunque no hay un censo fiable. Al régimen de Sadam le interesó minimizar su peso y su influencia. Pero su marginación venía de atrás. A pesar de la conversión masiva de las tribus beduinas del sur del país el siglo anterior, en 1930, durante mandato británico, apenas suponían un 15% del funcionariado, frente a un 22% de kurdos, que formaban el 17% de la población.

"Tras la caída de Sadam, los chiíes hemos conseguido por fin una oportunidad de hacernos escuchar en proporción con nuestro peso numérico", confesaba a esta enviada, a su regreso de 30 años de exilio, el ayatolá Sami al Badri, consciente de la ocasión histórica.

La reafirmación de su identidad culminó el 22 de abril de 2003, justo tras la invasión estadounidense, cuando entre tres y cuatro millones de chiíes se congregaron en Kerbala en una de sus peregrinaciones rituales (arbaín) para conmemorar el martirio de Husein. Mientras en Bagdad los ocupantes apenas lograban contener el pillaje de mafias y desharrapados, las organizaciones religiosas chiíes dieron ejemplo de disciplina y control social: no hubo incidentes destacados en la semana larga que duró la romería. Su significado se entiende mejor con el dato de que el gran peregrinaje anual a La Meca (haj) reúne a dos millones de musulmanes.

¿Fue esa masa humana la que alertó a las otras comunidades iraquíes? Tal vez. Pero el salto cualitativo - y, según muchos observadores, el error histórico- se produjo cuando EE UU, como administrador ocupante a través de la Autoridad Provisional de la Coalición, designó un Consejo de Gobierno según el peso estadístico de los grupos étnicos y religiosos. Como advirtió el International Crisis Group, era "la primera vez en la historia moderna que la identidad étnica y religiosa se elevaba al rango de principio básico de organización política".

Aquella decisión ha fomentado una afiliación política en consonancia con esas líneas étnicas y religiosas, y debilitado a los iraquíes laicos (chiíes y suníes) y a todos quienes deseaban un sistema que mitigara esas divisiones. En el heterogéneo mundo chií, tres grupos han eclipsado su diversidad: el clero tradicional con base en Nayef, que lidera el gran ayatolá Alí Sistaní; la Asamblea Suprema para la Revolución Islámica en Irak (ASRII), fundada en Irán y dirigida por Abdulaziz Báquer al Hakim desde el asesinato de su hermano Mohamed en agosto de 2003, y, finalmente, el único movimiento genuinamente popular y autóctono surgido desde la invasión, el de los seguidores de Múqtada al Sáder, que toman el testigo de la tradicional contestación popular al clero establecido.

Con el visto bueno de Sistaní, Al Hakim encabeza la lista Alianza Unida Iraquí, que agrupa también a otros grupos chiíes y a algunos candidatos próximos a Múqtada. Hábilmente ambiguo, el clérigo rebelde asegura, no obstante, que se mantendrá al margen del proceso electoral mientras dure la ocupación. Pero su silencio de los últimos meses constituye un respaldo tácito a la lista chií. La ausencia de una evolución equivalente en el campo árabe suní deja a esa comunidad sin otra alternativa que la violencia. Los kurdos, aunque suníes, se concentran en asegurarse la autonomía.

Las perspectivas no son halagüeñas. Según una encuesta del Departamento de Estado norteamericano, 9 de cada 10 suníes declaran que no acudirán a votar si persiste la inseguridad. Tampoco tienen muchas opciones. El Partido Islámico de Irak (su mayor formación política) se ha retirado tras no conseguir un retraso de los comicios. Los principales dirigentes chiíes parecen haber comprendido la gravedad de la situación y multiplican los gestos hacia los suníes. Tanto Al Hakim como Yawad al Maliky, número dos de Al Dawa, han suavizado posiciones al admitir la necesidad de que todas las comunidades estén representadas en el Gobierno.

Juego para todos

"Sea cual sea el número de escaños que los suníes obtengan en el próximo Parlamento, necesitaremos la participación de todos", declaró hace unos días Al Hakim a la agencia France Presse. "Todos deben tener representación en el Gobierno y participar en la redacción de la Constitución", subrayó el clérigo, que encabeza la lista de la Alianza. Al Maliky, cuyo partido es el otro pilar de la lista, ha llegado a sugerir que se les reserven escaños en la Asamblea Nacional. Es la primera vez que los líderes chiíes muestran un apoyo tan claro a la presencia suní en el Gobierno. Pero ni siquiera esa mano tendida ha disipado las sospechas de los suníes dentro y fuera de Irak.

Las perspectivas de una victoria chií en las elecciones iraquíes no sólo han puesto nervioso al rey jordano. Las ricas monarquías petroleras de la península Arábiga también temen una creciente influencia de Irán en sus países. Aunque todas las familias reales son suníes, hay importantes minorías chiíes. Un 12% de sus 21 millones de nacionales siguen esa confesión, pero son mayoría en Bahrein y casi un tercio en Kuwait, país fronterizo con Irak y donde sólo tienen 5 de los 50 escaños del Parlamento. En Arabia Saudí son la mayoría de la población autóctona en la Provincia Oriental, bajo cuyo subsuelo se hallan las principales reservas de petróleo, y hasta hace dos años eran tachados de herejes en los libros de texto.

La posibilidad de una región autónoma chií en el sur de Irak ha motivado advertencias veladas. "Cualquier idea sectaria preocupa no sólo a Kuwait, sino a todos los vecinos", ha señalado recientemente el ministro kuwaití de Exteriores, jeque Mohamed al Sabah, para quien Bagdad debería evitar "ese camino detestable y peligroso". En su reunión anual en diciembre, el Gulf Research Center fue más lejos. Según expertos de este think tank de Dubai, la reforma en los países del Golfo depende de la normalización en Irak. "Si la situación no mejora, serán vulnerables a la radicalización y la violencia, y se frenará el proceso de reforma", advirtió su director de investigaciones, Dhafer al Ani.

Un modelo para los árabes

Conscientes de esa preocupación, los líderes chiíes locales multiplican declaraciones conciliadoras y niegan que el ascenso de sus correligionarios en Irak vaya a tener impacto negativo en la región. "Irak podría representar un modelo democrático para el mundo árabo-musulmán, que lleva experimentando conflictos vanos y utópicos durante 14 siglos", ha manifestado el jeque Alí Salmán, que dirige la Asociación del Acuerdo Nacional Islámico, suprema instancia chií de Bahrein.

"Los chiíes del Golfo, como el resto de sus conciudadanos, desean que haya una reforma política, que se amplíe la participación popular y no tienen una agenda especial", defiende, por su parte, el jeque Alí al Saffar, máxima autoridad chií en Arabia Saudí. "Los chiíes son un componente importante del mundo árabe, en el que están marginados, pero su marginación no favorece a los suníes sino a la política de represión que practican regímenes como el de Sadam Husein en Irak, cuya tiranía no distinguió entre chiíes o suníes", puntualiza el clérigo.

A pesar de su visibilidad, el modelo iraní ha sido una excepción en el chiísmo, históricamente caracterizado por la multiplicidad de centros de decisión. De hecho son dos ulemas iraquíes quienes sentaron las bases del islamismo liberal para contrarrestar la introducción por Jomeini de la doctrina del velayat-e-faqih, o gobierno del jurisconsulto, que fundamenta el sistema iraní, como recuerda el reputado especialista Faleh Abdul-Jabar. El autor de El movimiento chií en Irak, libro clave para entender el chiísmo en ese país, subraya el elemento de tensión que supone ese concepto entre la clase clerical iraquí.

En contraposición a Jomeini, los ayatolás Mohamed Baher al Ulum y Mohamed Husein Fadlalá (líder y fundador del Hezbolá libanés) defienden la alternativa democrática, al considerar la democracia como un mecanismo no ideológico en armonía con los preceptos del islam. Ambos rechazan -sin duda, influidos por la situación en Líbano, donde los chiíes son sólo la minoría mayoritaria- la pretensión de crear un Estado islámico en una sociedad multirreligiosa. Ese islamismo liberal fue asumido por Al Dawa en la segunda parte de su exilio, fuera de Irán, y hoy es el eje del ideario que lleva a la Alianza Iraquí Unida.

No obstante, la otra gran formación política chií, la ASRII, sigue siendo un partido islamista clásico que, en principio, defiende el establecimiento de una república islámica democrática donde la sharía (ley islámica) es única fuente del derecho. Aunque la mayoría de sus dirigentes se distancia del modelo iraní, sigue defendiendo un papel de guía y dirección para la clase clerical. Su diferenciación entre el derecho a gobernar y las funciones jurídicas del faqih es demasiado sutil para quienes no comparten su marco doctrinal.

La fuente de la ley

"La opción estratégica de los chiíes iraquíes no es la proclamación de una república islámica", asegura en Ammán el diplomático Hansi Escobar, estudioso de los movimientos islamistas en el mundo árabe. "Ahora bien, aspiran a que la sharía sea la fuente de la ley", precisa subrayando el artículo la. Escobar recuerda que, durante la conferencia de la oposición a Sadam, en diciembre de 2002 en Londres, los chiíes ya dejaron clara esta aspiración, si bien la traducción inglesa del texto árabe variaba sutilmente al cambiar ese "la fuente" por "una fuente". El mismo debate se produjo el año pasado durante la discusión de la Ley Administrativa Transitoria (Constitución provisional).

En cualquier caso, el peso de los religiosos se adivina grande. Tal como recuerda el académico Ibrahim Haydari, "la estructura constitutiva de la sociedad árabe-musulmana ha sido, y todavía es, esencialmente religiosa". Esta enviada lo comprendió cuando en una visita a la sede del Partido Comunista, el año pasado durante la Achura (la festividad que rememora el martirio de Husein), se encontró con el edificio lleno de banderas negras y la mayoría de los militantes igualmente de luto, de acuerdo con la tradición chií.

"El Gobierno provisional no refleja con fidelidad el carácter musulmán del pueblo iraquí", se quejaba el pasado verano el jeque Humam Báquer al Hamudi, consejero político de la ASRII. "Sólo tres de los 36 miembros del Ejecutivo, dos chiíes y un suní, son personalidades religiosas", constataba persuadido de que "la calle iraquí es musulmana". Adnán Pachachi, respetado político iraquí, contesta esa posibilidad. "No podemos tener una democracia basada en la religión", defiende convencido de que las fuerzas laicas y liberales son más numerosas, pero están desunidas y desorganizadas.

Unidos ante el voto

No ocurre lo mismo entre los chiíes. La celebración de las elecciones les ha unido por primera vez en su historia. Saben que el fracaso del proyecto democratizador se llevaría consigo sus esperanzas. Después de años de represión y marginación, los chííes de Irak han comprendido que sólo la vía democrática les garantiza una recuperación pacífica de sus derechos. Por eso apoyan el proyecto de Estados Unidos, aunque no terminen de creérselo. No tienen otra alternativa, salvo la guerra. Su máximo líder espiritual, el gran ayatolá Sistaní, ha dejado claro que ése no es el camino, pero los seguidores de Múqtada han demostrado que están dispuestos a emprenderlo.

"En cualquier caso, el futuro político de Irak pasa por las manos de la comunidad chií", concluye Escobar, quien aun así se muestra convencido de que la unión que ha mostrado cuando ha visto en peligro su representación en las nuevas estructuras del país "durará lo que dure el periodo transitorio". "Es un mundo muy heterogéneo", recuerda; "habrá que ver si la unidad se mantiene a la hora de redactar la Constitución, cuando habrá que decidir asuntos tan delicados como el papel de la sharía o el federalismo".

Un grupo de mujeres chiíes se dirige a la ciudad santa de Kerbala, a través de una tormenta de arena, en abril de 2003.
Un grupo de mujeres chiíes se dirige a la ciudad santa de Kerbala, a través de una tormenta de arena, en abril de 2003.REUTERS

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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