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Columna
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En la mira, Damasco

El 14 de febrero moría asesinado Rafik Hariri, frecuente jefe de Gobierno libanés, y un gran coro mundial cuyos solistas eran la oposición antisiria de Beirut y Estados Unidos alzaba el dedo acusador contra Damasco. Hariri, súbitamente convertido en enemigo secular de Siria, no podía haber muerto, se decía, más que a causa de la perfidia de ese país. Era irrelevante que Hariri hubiera sido un excelente amigo de la potencia ocupante de Líbano durante 10 de los últimos 12 años en que había sido jefe del Ejecutivo, o que acabara de entrevistarse con el viceministro de Exteriores sirio, Walid Mualim, para ofrecerse como mediador con la oposición, indignada ésta por la pretensión de Damasco de prolongar tres años el mandato de su hombre ligio en Beirut, el presidente Émile Lahoud.

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El viernes pasado, un atentado terrorista en Tel Aviv era igualmente atribuido por el Gobierno israelí a Siria, acusación que en alguna medida respaldaba también la Autoridad Palestina. Y Estados Unidos y Francia, por su parte, no paran de pedir, en cumplimiento de una resolución de la ONU, que Damasco retire su contingente militar de 14.000 hombres, que lleva 30 años acampando en el valle de la Bekaa. ¿Ganaba algo Siria con la muerte de Hariri o con la matanza de Tel Aviv? No está claro cómo.

Pero sí es significativo que se produzca ahora en Líbano una especie de sobresalto cívico para exigir, en lo que se denomina Intifada pacífica, el fin del tutelaje de Damasco, pese a que el mundo había vivido durante décadas perfectamente de acuerdo con el mismo. Los partidarios de la política norteamericana de reconstrucción de Oriente Medio subrayan que las elecciones en Afganistán, Irak, Palestina, el anuncio del presidente egipcio Hosni Mubarak de que pronto se podrá votar para elegir al primer magistrado del país, y ahora el vibrante reencuentro libanés con su propio sentimiento nacional, son prueba de que un pronóstico de cambio democrático conmueve las almas en el mundo islámico. Líbano sería sólo, según esta visión de las cosas, el último eslabón de una imparable cadena de éxitos.

Pero la adición de churras con merinas puede dar lugar a operaciones un tanto heterogéneas. Si bien alguna medida de democracia se expresa con el arduo ejercicio del voto en Afganistán e Irak, es, sin embargo, un escarnio insinuar que Palestina le debe un solo sufragio a nadie; muy al contrario, la ceremonia democrática en Gaza y Cisjordania se ha completado en contra de casi todos, y en particular del ocupante y su guerra contra todo lo palestino; lo que revisionistas israelíes llaman politicidio o sociecidio de un país. Igualmente, el anuncio de Mubarak suena muchísimo más a Tancredi que a Robespierre: cambiemos algo para que todo siga igual. Y, por último, sin discutir que Líbano tiene todo el derecho del mundo a librarse de su prolongado arresto domiciliario, su reciente ataque de nacionalismo sólo cobra pleno sentido porque encuentra a Estados Unidos en condiciones de excepcional sintonía a causa, en lo inmediato, del 11-S, que ha puesto al presidente Bush en el sendero de la guerra, y en lo de fondo, por la desaparición de la URSS. Mientras Moscú estuviera en Moscú, Damasco podía seguir en la Bekaa, porque ése era el mínimo rédito que cabía esperar de hallarse bajo la protección de un gran patrono universal.

¿Pero por qué han transcurrido tantos años entre la defunción soviética y la más que probable retirada siria del Líbano? La tectónica lleva su tiempo. La victoria norteamericana en la I Guerra del Golfo (1991) se cerró con pleamares de protesta en todo el mundo islámico, y la línea orientalista del pensamiento occidental se regocijó sobremanera subrayando que, pasado ya algún año, seguían sin sucederse los cataclismos que algunos habían asociado al desencadenamiento de la ira del mundo árabe desde Marraquech en el Atlántico a los confines de Irán en el Asia central; pero en ese año Al Qaeda era apenas un santo y seña en clave, y hoy es todo un espantajo planetario. Las cosas llegan cuando están maduras para ello, no como la hora del dentista. Y, de igual manera, iniciado ya el presente corrimiento de tierras, Damasco no se va a librar tan sólo porque recoja grupas militares. El perdón o incluso la indiferencia de Washington van a estar muy caras esta vez.

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