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Reportaje:EL FIN DE UN PAPADO | La transición

Con el Papa desaparece también su círculo polaco

Los altos cargos y los colaboradores de Juan Pablo II tendrán apenas 48 horas para abandonar los aposentos privados del Pontífice

Una tradición milenaria marca cada final de pontificado con una cierta obligada desbandada. Mientras cardenales, obispos y vaticanistas rivalizan en los elogios al Papa difunto, el círculo más íntimo de colaboradores de Juan Pablo II vive con pesadumbre el final, no sólo por la suerte del Pontífice, sino por la propia. La muerte de Karol Wojtyla representa también el cese automático de los altos cargos de la Curia, y la disolución de la pequeña familia eslava que cuidó de él durante los más de 26 años de residencia en Roma, -las religiosas enfermeras y los secretarios polacos-. Hasta su portavoz, el español Joaquín Navarro-Valls, tiene las horas contadas.

La única excepción la constituye el secretario privado y arzobispo Stanislaw Dziwisz, que tendrá un papel de relieve en la organización de las exequias del Pontífice, y al que muchos rumores identifican como el cardenal in pectore nombrado en secreto por Wojtyla en octubre de 2003. Para ellos, el sonido de las campanas de la Roma, en honor del Papa muerto, tenía un sentido más amplio y profundo, y de mayores consecuencias a largo plazo. Mientras el cuartel general de la Iglesia Católica se prepara para representar la ceremonia más importante -al menos en un plano no espiritual-, el tránsito de un Pontífice a otro, los allegados al Papa hacen las maletas.

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La sensación de adiós era más aguda para todos ellos, que para los centenares de sacerdotes, religiosas, miembros de la Curia y de los fieles que se concentraron en la plaza de San Pedro para despedir al Papa, bajo las ventanas iluminadas de su apartamento privado. Eran momentos estelares para Roma y para algunos de los principales actores del drama, incluido el Papa difunto, objeto de los mayores homenajes en los medios de comunicación, en la calle y por parte de los líderes políticos.

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Pero, bajo el manto de las buenas formas, en la Curia vaticana se esconden profundas inquinas contra algunos de los que han acumulado mayor poder durante el reinado de Juan Pablo II. Y, aunque no hay que temer, como en la Edad Media y el Renacimiento, multitudes enardecidas esperando el último suspiro del Papa para entrar a saco en sus aposentos y destrozarlo todo, las espaldas están también aquí en alto. No habrá masas enfurecidas dispuestas a linchar a ningún polaco, como ocurrió a comienzos del siglo XVI, a la muerte de Alejandro VI, el Papa Borgia, con los españoles que copaban los principales puestos de la Curia. Los tiempos han cambiado. Pero la muerte de Wojtyla tendrá consecuencias para sus ayudantes y consejeros, que dispondrán apenas de 48 horas para abandonar el apartamento privado del Papa. Uno de estos hombres es, sin lugar a dudas, el que ha sido como un hijo para Wojtyla, su secretario Dziwisz. Ante él se abre una disyuntiva extrema: podría ser uno de los primeros defenestrados (apenas un nuevo Papa se instale en el palacio Apostólico), o un elector en el cónclave, de confirmarse que Juan Pablo II le otorgó la púrpura en secreto.

Un colaborador de Wojtyla que no sobrevivirá en su cargo es el portavoz vaticano, Navarro-Valls, nunca aceptado del todo en la Curia, no sólo por su condición de miembro del Opus Dei. Navarro, al borde de las lágrimas durante su comparecencia del viernes ante la prensa, recibió ayer un trato cariñoso en casi todos los medios. Pero el lenguaje vaticanista es cifrado: esconde a menudo lo contrario de lo que aparenta.

La muerte del Papa va a producir a fin de cuentas, una parálisis total en este pequeño y enigmático Estado de apenas medio kilómetro cuadrado de extensión. Y la suerte de sus más estrechos colaboradores no será diferente a la que han de sufrir, -tal y como está estipulado en la constitución promulgada por Juan Pablo II, en 1996-, todos los altos cargos que le han rodeado en estos años, pues cesarán de inmediato. Sólo cinco personas, entre ellas el cardenal español Eduardo Martínez Somalo, de 78 años, actual camarlengo, permanecerán en sus puestos.

Martínez Somalo era anoche la persona clave en el Vaticano. El encargado de sellar los aposentos del Pontífice difunto, de comunicar su fallecimiento y romper el anillo del pescador con su sello privado. Paradójicamente, ahora será el momento de los segundos. Mientras el secretario de Estado, Angelo Sodano, deja de serlo de inmediato -aunque conserva parte de su poder-, los arzobispos Leonardo Sandri y Giovanni Lajolo, ministros del Interior y de Exteriores, respectivamente, seguirán en sus puestos, bien visibles para los feligreses y para la prensa.

También abandonará su cargo, como prefecto de la Congregación para la Educación Católica, el cardenal polaco Zenón Grocholewski, de 65 años, que el viernes, en un arranque de sinceridad, confió a los periodistas como si hablara precisamente del futuro del clan polaco: "No hay por qué tener miedo. Es Cristo el que guía la Iglesia". Aunque el futuro inmediato de Grocholewski está claro. Será uno de los 117 cardenales que, encerrados en la Capilla Sextina, procederán a la elección del sucesor de Wojtyla, dentro de una veintena de días, cuando finalicen las prolijas exequias. Será su primer cónclave, como para la mayoría de los 117 cardenales que participarán en él. Dicho en otras palabras, sólo quedan tres electores -el alemán Joseph Ratzinger, el estadounidense William Wafelfield Baum y el filipino Jaime Lachica Sin- nombrados por Pablo VI, los restantes le deben el cargo a Wojtyla.

Los cambios de poder que se avecinan justifican por sí solos los apresurados nombramientos que se han ido efectuando mientras el Papa agonizaba en su lecho blanco, en la tercera planta del Palacio Apostólico. Aunque dependían de la firma de un Papa moribundo, una nueva hornada de obispos (18 para ser exactos) salió el viernes de la prefectura de la Congregación para el Clero, cuyo titular es el cardenal Giovanni Battista Re. Otros nombramientos similares, realizados las últimas semanas de agonía del Papa, provocaron algún atisbo de crítica en la prensa italiana, pero, quizás no haya nada de extraño en estas decisiones. Sea quien sea el Papa que gobierne la Iglesia, una parte de ese poder absoluto se queda siempre entre las manos de sus ministros y colaboradores.

Lo curioso de esta tradición de desaparición obligada del entorno del Papa que fallece es que no alcanza a todos. El médico privado de Juan Pablo II, Renato Buzzonetti, lo fue de sus inmediatos antecesores, y en esa condición de médico papal fue el que certificó la defunción de Juan Pablo I. Sólo la edad -es octogenario- privará de sus servicios al próximo Papa.

Juan Pablo II, durante una visita a Polonia en 1987, sube unas escaleras para celebrar misa en Gdynia.
Juan Pablo II, durante una visita a Polonia en 1987, sube unas escaleras para celebrar misa en Gdynia.AFP
Un sacerdote sostiene una vela junto a una fotografía de Juan Pablo II durante una misa celebrada ayer en una iglesia de Phuket (Tailandia).
Un sacerdote sostiene una vela junto a una fotografía de Juan Pablo II durante una misa celebrada ayer en una iglesia de Phuket (Tailandia).REUTERS
Un camarógrafo filma el atardecer ayer en el Vaticano.
Un camarógrafo filma el atardecer ayer en el Vaticano.ASSOCIATED PRESS

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