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EL FIN DE UN PAPADO | Españoles en Roma

La voz del Papa dirá adiós al Vaticano

Navarro-Valls se ha encargado de divulgar una imagen de un Papa cercano hasta el final

La vida entre los muros del Vaticano no ha sido un camino de rosas para Joaquín Navarro-Valls. Sólo ahora, en vísperas de su despedida tras casi 21 años como portavoz del Papa, este periodista y médico psiquiatra, el más famoso de los españoles en Roma, ha recibido de la prensa italiana alguna palmada amistosa en la espalda. Sólo ahora que deja un cargo de máxima confianza del Papa fallecido, y se aleja de este territorio minado por las luchas de poder, nadie sabe muy bien si para regresar a su antigua profesión, el periodismo, o para iniciar una nueva etapa.

Siempre bien trajeado, pulcro, fotogénico, la imagen de Joaquín Navarro-Valls (nacido en Cartagena, el 16 de noviembre de 1936) es casi indisociable de la del Papa muerto, del que ha sido no sólo un portavoz, sino una especie de asesor en cuestiones de comunicación. Navarro-Valls siempre ha defendido que su nombramiento como portavoz de Karol Wojtyla, el invierno de 1984, ocurrió por casualidad. Juan Pablo II quería romper el anquilosado y oscurantista estilo vaticano de comunicación con el mundo y vio en este periodista español, corresponsal del diario Abc y presidente de la asociación que agrupa a la prensa internacional en Italia, la persona ideal.

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Sus buenos contactos, como miembro numerario del Opus Dei, su facilidad para caer bien y para adornar las informaciones con detalles humanos muy apreciados por los vaticanistas de todo el mundo, especialmente por los italianos, le hicieron desde el principio uno de los personajes más buscados y escuchados en el entorno del Pontífice.

Navarro-Valls tenía fácil acceso a Wojtyla y a su secretario, el todopoderoso Stanislaw Dziwisz, y su influencia fue aumentando a medida que el papa Juan Pablo II entraba en una fase de decadencia física aguda, a partir de 1996. Pero esa proximidad le hizo acreedor también de envidias y enemistades en el seno de la curia, donde ha sido visto como un extranjero doblemente, por su nacionalidad y por su condición de laico.

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Después del descalabro informativo que supuso para el Vaticano la comunicación de la muerte de Juan Pablo I, apenas una treintena de días después de su elección, el verano de 1978, se hizo evidente que la Santa Sede no podía mantener eternamente una opacidad informativa que tan desastrosa se había demostrado. El nuevo Papa lo tuvo claro desde el principio, y Navarro-Valls fue el vehículo perfecto para poner en pie un nuevo estilo informativo abierto y transparente en la medida de lo posible.

Ponerlo en práctica resultó más complejo. El portavoz se vio con frecuencia entre la espada y la pared, ansioso de respetar su compromiso de transparencia y obligado a la vez a plegarse a una secular tradición de reserva. Una contradicción especialmente evidente en los dos meses de agonía del Papa, cuando Navarro-Valls ha mantenido contra viento y marea que el Sumo Pontífice se mantenía lúcido, entre sondas y tubos, rodeado de médicos y enfermeras, capaz de ingerir una decena de bizcochos después de sufrir una traqueotomía.

En su comparecencia del sábado por la mañana, a pocas horas del final, Navarro-Valls llegó a declarar que el Papa, "informado por las personas que le acompañan", de que la tarde anterior se habían dado cita miles de jóvenes en la plaza de San Pedro, tuvo unas palabras para todos ellos. No debió de ser fácil entenderlas. Pero el portavoz no se amilanó y continuó explicando: "De sus palabras, en varios trozos, se ha podido reconstruir la siguiente frase: 'Os he buscado, ahora habéis venido a mí y por eso os doy las gracias". Durante unas horas, hasta que se informó de la muerte de Juan Pablo II, esta frase fue un magnífico titular para los informativos de la televisión italiana.

El portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls, se dirige a la prensa el pasado viernes.
El portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls, se dirige a la prensa el pasado viernes.ASSOCIATED PRESS

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