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Reportaje:

Rusia SA: una democracia vigilada

Pilar Bonet

Es último sábado de enero. Mediodía. Doscientas personas a lo sumo se agolpan frente al Ministerio de Defensa, junto a la boca de metro Arbat. Han venido a solidarizarse con el soldado Andréi Sychov, de 19 años, al que ha habido que amputar las dos piernas y los órganos genitales a consecuencia de la brutal paliza que le propinaron sus camaradas en la academia de tanquistas de Cheliábinsk durante el fin de año. Cuatro días estuvo el soldado Sychov sin recibir atención médica y muchos más tardó el ministro de Defensa, Serguéi Ivanov, en enterarse del caso, que por otra parte es uno de los miles de percances que ocurren cada año en el Ejército ruso.

"Autoridades, mandad a vuestros hijos a la mili", rezan los carteles que llevan algunos de los manifestantes. La tragedia del soldado Sychov llevará consigo detenciones y ceses, entre ellos el del director de la academia. Los altos cargos del Estado, incluido el presidente, tomarán cartas en el asunto y exigirán cambios en el sistema de educación militar. Pero eso será en los próximos días, cuando la vergüenza aflore masivamente a la superficie junto con ese sentido moral dramático que siempre parece llegar después de la tragedia real.

Al soldado Andréi Sychov, de 19 años, le amputaron las dos piernas y los genitales tras sufrir una paliza de sus compañeros. Es uno más entre miles de percances que se dan cada año en el ejército
Grandes novelas de la época soviética están pasando en forma de serial por las pantallas de televisión. Pero las denuncias sobre espías con micrófonos en piedras no son una ficción
Paso a paso, el presidente Putin ha puesto los pilares de un sistema autoritario que socava la Constitución y pone en peligro la democracia
Rusia nada hoy en la abundancia gracias a la exportación de crudo, que se ha doblado desde 1999, pero las diferencias sociales son escandalosas

En este sábado de enero, sin embargo, el número de personas que se solidariza con Sychov en Moscú, una metrópoli de diez millones de habitantes, es insignificante y lo es también en Yekaterinburgo, el centro industrial de los Urales de donde procede el soldado. Otra manifestación, esta vez en contra del nuevo código de circulación, ha tenido más poder de convocatoria. La nueva normativa de tráfico obliga a instalar intermitentes de color amarillo. Protestan los conductores de coches con intermitentes de color rojo, por lo general vehículos de fabricación norteamericana. Participan miles de coches en cinco ciudades de Rusia. El Gobierno cede y retrasa la aplicación de la ley.

Moscú, trepidante y lleno de contrastes, sirve de telón de fondo a los manifestantes que reparten el número de cuenta bancaria de la madre de Sychov. Desde la fachada del cine Judózhestveni, Zhania Friske, la vampiresa de Los guardianes del día, la película más taquillera del cine ruso, guiña un ojo cómplice a los transeúntes. Al otro lado de la calle se anuncia el serial televisivo En el primer círculo, adaptación de la novela de Alexandr Solzhenitsin filmada por Gleb Panfílov. Por las pantallas televisivas, en forma de serial, han pasado, una tras otra, las grandes novelas de la literatura soviética, como Los niños de Arbat, de Anatoli Ribakov, o El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov.

Tragedia y farsa

Algunos intelectuales críticos se hacen cábalas sobre las causas del gran interés que la televisión estatal presta al periodo soviético, y en especial al estalinismo, ahora que los canales del Estado y NTV (perteneciente a Gazprom) son claros instrumentos de propaganda política. Por las razones que sea, el periodo comunista, como tragedia y como farsa, es diseccionado públicamente justo cuando las autoridades rusas desempolvan algunos de los métodos de aquella época que muchos creían obsoletos.

El ejemplo más reciente es la historia de las pseudo-piedras de los servicios secretos del Reino Unido. El Servicio Federal de Seguridad (SFS) ha acusado a cuatro diplomáticos británicos de espionaje y de financiar a las organizaciones no gubernamentales críticas con el régimen. La rocambolesca historia de las piedras no es parte de ningún serial, sino de los boletines informativos. Por televisión, en forma de insinuaciones, comentarios mal intencionados, calumnias no acabadas de desarrollar para no enfrentarse a responsabilidades penales, se ha lanzado una lluvia de fango sobre las ONG que denuncian abusos en Chechenia, arbitrariedades policiales, desastres ecológicos y persecución de musulmanes. En la gran Rusia, con sus 11 husos horarios, la televisión es el principal, y a menudo el único, medio de información.

Paso a paso, Vladímir Putin ha puesto los pilares de un sistema autoritario que socava la Constitución y pone en peligro la democracia. Lo han dicho los líderes de partidos políticos marginados por el Kremlin, como Yábloko. Lo dicen los veteranos del movimiento disidente de la época soviética, como Serguéi Kovaliov o Liudmila Alexéieva, e incluso lo afirman los dos jueces del Tribunal Constitucional que emitieron un voto particular discrepante en diciembre pasado cuando éste legitimó el nombramiento de los gobernadores, en lugar de su elección.

Vladímir Yaroslávtsev, uno de los dos jueces disidentes del Constitucional, cree que existe una "crisis del sistema del poder". Rusia vive en una "democracia dirigida, copiosamente condimentada con la arbitrariedad, la permisividad y la impunidad de los que mandan". Esta realidad se presenta "en un repulsivo envoltorio de adulación, servilismo y abierta mentira, y va acompañada de una desmedida pasión por el lujo, el derroche y la pompa; por supuesto, a costa del pueblo". Su opinión no encuentra eco en la prensa. Rossýskaya Gazeta, el diario del Gobierno, publica las resoluciones del Constitucional, pero no las opiniones discrepantes de sus jueces.

"Poco a poco, se están aprobando leyes federales a gusto de las autoridades, que van cambiando paulatinamente el espíritu y la letra de la Constitución. La gota que ha colmado el vaso ha sido la ley para nombrar a los gobernadores", dice. La democracia dirigida está al servicio de un aparato funcionarial corrupto, y no del ciudadano. "Las autoridades están fuera del control del pueblo", señala. Para "restablecer la soberanía popular", Yaroslávtsev cree que hay que elegir a los gobernadores y hacer que la Cámara alta vuelva a estar formada por políticos elegidos, y no por los "lobbistas y asalariados".

Espaldarazo a Putin

El dictamen del alto tribunal es un importante espaldarazo a la política de control de Putin. El presidente, sin embargo, no utiliza su poder para defender al ciudadano en las regiones donde reina el caciquismo y la corrupción, como en Kalmikia o en Bashkiria, por citar dos ejemplos. En esta última república petrolera permanecen impunes los responsables de una violenta y arbitraria acción policial ocurrida en diciembre de 2004, en la que varios centenares de personas fueron golpeadas y maltratadas.

La república separatista de Chechenia sigue siendo un problema. Se mata menos, pero, según los defensores de derechos humanos locales, también hay menos denuncias por desapariciones y asesinatos, porque los chechenos prefieren ajustar cuentas entre ellos. La chechenización bajo la égida del primitivo Ramzán Kadírov (partidario de liquidar a los guerrilleros sobre el terreno y de introducir la poligamia) deja indefenso al ciudadano en aquel territorio caucásico, donde el año pasado perecieron 103 soldados del Ministerio de Defensa y 121 policías locales.

En el barrio de Arbat, a poca distancia del Ministerio de Defensa, está la Casa del Libro. En la sección de más vendidos hay obras sobre el oligarca Mijaíl Jodorkovski, que cumple condena de nueve años en un penal de Siberia, y las dos últimas novelas de Oxana Robski, una mujer guapa y rica que describe la vida de los adinerados de Rublióvskoye Shossé, considerada la zona más chic de los alrededores de Moscú. Si Harry Potter fue el libro más vendido de diciembre, el primer best seller político durante ese mes fue una disparatada historia de ciencia-ficción escrita por el periodista Serguéi Dorenko y titulada 2008, en alusión a la fecha en que concluye el segundo y último mandato de Putin. En la fábula de Dorenko, Putin trata de conseguir la inmortalidad con ayuda de los médicos chinos que rejuvenecieron a Borís Yeltsin. La obra, en la que hay incluso fantasías sexuales con Putin como protagonista, concluye con el ataque checheno a una central nuclear cercana a Moscú, la toma del Kremlin por el partido de los nacional-bolcheviques (los verdaderos enfants terribles de la política rusa, que hoy están prohibidos). Mientras Putin espera en un búnker a que George Bush le mande un equipo de rescate y los terroristas a que el viento sople hacia la capital para hacer volar la central, Jodorkovski, liberado de la cárcel, se dirige al Kremlin y acepta el cargo de primer ministro que le proponen los nacional-bolcheviques.

Libertad restringida

La venta del libro de Dorenko y de otros libros políticos críticos ocurre en paralelo con las restricciones de la libertad de expresión en los ámbitos que influyen masivamente en la opinión pública, como es la televisión. Sin embargo, un 55% de los rusos (frente a un 29%) creen que la libertad ha aumentado en los últimos años, a juzgar por las encuestas del centro Yuri Levada.

Ayudan a comprender este estado de cosas los razonamientos de Andréi Ilariónov, el consejero económico de Putin que dimitió en diciembre pasado tras negarse a secundar la nueva política energética del presidente en relación con Ucrania. Cree Ilariónov que el Estado ruso se ha convertido en una Sociedad Anónima Limitada de tipo corporativo, selectiva y discriminatoria. Se trata de un capitalismo de Estado, cuyos altos ejecutivos se instalan al frente de las empresas estatales y hacen suyo el lema de "privatizar los beneficios y nacionalizar las pérdidas". Este sistema, que vive del petróleo y las materias primas, paraliza la reforma económica y la modernización del país.

En Rusia se puede hacer dinero (hasta cierto punto, siempre que no se toquen los intereses de la Sociedad Limitada), se puede hacer cultura (ampliamente), pero no se puede hacer política sin subordinarse a Putin y a su Administración y sin pasar por el molde de Rusia Unida, el partido de los seguidores del presidente.

Más allá del territorio donde la Sociedad Limitada reclama su dominio, hay algunos periódicos (la tirada conjunta de los diarios centrales críticos no llega a 500.000 ejemplares) y la emisora Eco de Moscú. Esta radio, modelo de pluralismo informativo de calidad, pertenece a Gazprom, como NTV, que, a diferencia de la emisora, se ha convertido en instrumento de propaganda de la empresa monopolista del gas.

Putin se ha afianzado en el poder y tiene el apoyo del 71% de sus conciudadanos, según los sondeos del centro Levada, lo que resulta envidiable para un líder en el sexto año de su gestión. Los politólogos constatan la divergencia entre el lenguaje liberal del presidente y la consecuente estrategia de renacionalización que ha llevado a cabo en los sectores claves de la economía, sobre todo en el energético. El encarcelamiento de Jodorkovski, el oligarca más ambicioso y brillante de todos cuantos desafiaron a Putin, ha domesticado al empresariado ruso.

Rusia nada hoy en la abundancia gracias a la exportación de crudo, que prácticamente se ha duplicado desde 1999, el último año de la presidencia de Yeltsin. Sin embargo, las diferencias sociales entre los que se benefician de la riqueza y los que no, son escandalosas. Según las estadísticas, 22,6 millones de personas (un 15,8% de la población) son pobres en Rusia, es decir, viven con ingresos inferiores al mínimo vital, una cifra controvertida que depende de las regiones. En Kabardino-Balkaria y otras zonas del Cáucaso, por ejemplo, sólo son consideradas pobres las personas en edad laboral con ingresos inferiores a 70 euros al mes. La élite dirigente no es una casta espartana de luchadores contra la corrupción. Hay tres ministros con ingresos superiores al millón de euros, según datos oficiales. El récord lo tiene Ígor Levitin, titular de Transporte, que declaró ganancias superiores a los 4 millones de euros en 2004, además de una dacha de 522 metros cuadrados. Le siguen Yuri Trútnev, de Recursos Naturales, con más de 3,2 millones, y Mijaíl Zurábov, de Salud y Desarrollo Social, con más de 1,2 millones.

Los empleados de Gazprom -330.000- se ven privilegiados con un sueldo de unos 1.300 euros, muy por encima de la media en Rusia (unos 250). Los directivos del monopolio superaron los 42.500 euros al mes en 2004. Los miembros de la junta directiva de la empresa eléctrica que dirige el liberal Anatoli Chubáis reciben un millón de euros anuales.

El ministro de Finanzas, Alexéi Kudrin, ha criticado este orden de cosas y ha pedido frenar el ritmo de crecimiento de los sueldos en las compañías estatales. En ellas se enriquecen, además, los parientes de los dirigentes rusos. Por ejemplo, Serguéi Ivanov, júnior, hijo del ministro de Defensa, que a sus 23 años pasó a ser vicepresidente del Gazprombank.

El petróleo ha infundido optimismo al régimen y ha alimentado las ambiciones aletargadas en los noventa, tras la desintegración de la URSS. Rusia ha incrementado los precios del gas a Ucrania y a otros vecinos que hasta ahora compraban combustible a precios subvencionados.

Hace varios años, Putin trató de convencer a una delegación de la Unión Europea de que no debían comprar hidrocarburos directamente a los países asiáticos postsoviéticos, que, según él, eran poco de fiar y tenían sus instalaciones en mal estado, sino hacerlo por mediación de Rusia. El líder ruso, por lo visto, pensaba ya entonces en controlar el mercado de los hidrocarburos en el continente Euroasiático.

Algo de chino y de alemán

"Hubo un tiempo en que Rusia dudaba entre Asia y Europa. Ahora, es como el águila de dos cabezas de su escudo y mira hacia ambas partes. Putin tiene una estrategia, pero, como buen espía, no la revela del todo a nadie, porque no es hora de asustar a Occidente. Hemos de esperar a ser más fuertes", dice uno de los propagandistas que participa en reuniones a puerta cerrada con el presidente. "Putin tiene algo de chino y algo de alemán", agrega, ya que "llegará el momento en que Rusia podrá plantarle cara a EE UU y así convertirse en otro polo de poder, más justo, en alianza con la estancada, pero necesaria, Europa". En su opinión, Putin y su equipo "no han llegado al poder para enriquecerse, sino por un sentido de patriotismo".

La política rusa se dirige entre bastidores. Desde el Kremlin, Vladislav Surkov controla Rusia Unida. Entre sus afiliados hay gente competente, pero ese partido más bien parece neutralizar los talentos individuales que darles una oportunidad de desarrollarse. La Duma Estatal ha renunciado a sus funciones de control y aprueba obediente todo lo que le manda el Kremlin e incluso asume responsabilidades por los fallos del presidente y del Gobierno. La disciplina que muestran los militantes de Rusia Unida ha de servirles de poco a corto y medio plazo. Putin sostiene que no ha llegado el momento de que los partidos políticos formen Gobierno en Rusia y considera que ese es un tema para las futuras generaciones.

La oposición, por su parte, es débil y está quemada. El ex primer ministro Mijaíl Kasiánov no tiene el carisma, ni el espíritu de lucha ni la biografía ni los aliados necesarios para convertirse en un verdadero peligro para Putin. El Kremlin, sin embargo, a través de los tribunales ha abierto una investigación judicial contra él, señal de que le teme. Y ésta es otra de las paradojas de la política rusa hoy: ¿será que el régimen de Vladímir Putin no se siente tan seguro y tan fuerte como pretende aparentar?

El presidente ruso, Vladímir Putin, es aplaudido por los asistentes al acto de toma de posesión de su segundo mandato, el 7 de mayo de 2004.
El presidente ruso, Vladímir Putin, es aplaudido por los asistentes al acto de toma de posesión de su segundo mandato, el 7 de mayo de 2004.AP

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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