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La carrera hacia la Casa Blanca

Los demócratas buscan limitar los daños de la lucha Obama-Clinton

El empate amenaza con prolongarse hasta la convención

Antonio Caño

Física y financieramente agotados -Hillary Clinton tuvo que poner ayer cinco millones de dólares (3,5 millones de euros) de su propio bolsillo para seguir la pelea-, los candidatos demócratas afrontan a partir de mañana nuevas elecciones con serias dudas de que ninguno de ellos sea capaz de declararse vencedor en las urnas. El Partido Demócrata se prepara ya para intentar resolver con el menor daño político posible un previsible empate del que sólo se puede salir con una negociación.

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Así como John McCain es ya, de hecho, el candidato republicano a la presidencia -sólo le queda, y lo hará, unificar al partido a su alrededor-, el supermartes dejó la evidencia de que Clinton no es capaz de descolgar a Barack Obama. La senadora obtuvo unos 45.000 votos más que su rival en una jornada en la que participaron más de 15 millones de electores. Obama ganó en más Estados y ambos están virtualmente igualados en número de delegados (el recuento de éstos es impreciso por el complicado sistema que se usa para su elección).

Obama no ha tenido inconveniente en admitir después del supermartes que Clinton es "la favorita en cada Estado". Pero lo hace más bien para rebajar algo las altísimas expectativas creadas en torno a su propia candidatura, que ciertamente volaba sobre una nube de contagioso entusiasmo popular.

La verdad es que Obama es consciente de sus posibilidades. Sabe que puede ganar bastantes de las elecciones pendientes, en lugares importantes, como el propio Estado de Washington, un escenario de votantes blancos, educados, progresistas y prósperos muy acorde con el perfil que respalda al senador.

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Pero también es consciente de sus limitaciones y está preparado para dificilísimas elecciones después en sitios como Ohio, donde abunda el votante demócrata de clase baja y trabajadora, más inclinado por Clinton, y Tejas, donde Obama se las tiene que ver de nuevo con su peor clientela, los hispanos. Con mucha razón, el diario The Wall Street Journal resumía ayer la situación en los siguientes términos: "Clinton necesita dinero; Obama, latinos".

Pues bien, si cada uno sigue teniendo lo que le falta al otro -Obama está recolectando a un ritmo de tres millones de dólares diarios gracias a cheques de 10 y 20 dólares de miles de pequeños donantes-, es muy probable que ninguno gane. O que no gane con una diferencia suficiente como para proclamarse vencedor antes de la convención de finales de agosto en Denver (Colorado). Y entonces entra ya en acción toda esa complicadísima estructura de superdelegados (los cerca de 800 delegados que no son elegidos por los votantes, sino designados por la dirección del partido) y hasta podría Clinton tener la tentación de reclamar los puestos que ganó en Florida y Michigan porque Obama respetó la decisión del partido de anular las elecciones en esos Estados.

Ese escenario es la pesadilla actual de los demócratas. El presidente del partido, Howard Dean, ha admitido que no descarta la posibilidad de que haya que negociar. "Si no es posible que salga de las primarias, tendremos que elegirlo entre todos y encontrar algún tipo de arreglo", ha manifestado.

Ese arreglo no es fácil ni puede imaginarse otro que una candidatura conjunta de Clinton y Obama. Es la opción favorita de la mayoría de los votantes demócratas, pero es una opción muy difícil. Uno puede imaginarse a Obama como vicepresidente, adquiriendo experiencia y popularidad para volver a ser candidato dentro de ocho años, todavía joven. Pero es más difícil imaginarse a Hillary Clinton a las órdenes de su actual rival.

Una seguidora abraza a Barack Obama ayer  en Nueva Orleans.
Una seguidora abraza a Barack Obama ayer en Nueva Orleans.REUTERS

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