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Columna
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Frodo enamorado

Lluís Bassets

Entre los simbolismos que puede atribuírsele a la sortija que cuelga del cuello de Frodo, el entrañable personaje de El señor de los anillos de Tolkien, cabe imaginar el de la llave de la maleta nuclear, ese artilugio que acompaña al presidente allí donde va y que sirve, según nos cuentan, para accionar el tiro que servirá para retener a un enemigo desatado o en caso de fracaso sumergirnos en el primer conflicto atómico de la historia. Frodo frecuenta cortes de viejos monarcas, pero no hay mujeres que distraigan su vida consagrada a la misión que le empuja. Tampoco a su sombra, ese Gollum bipolar que tanto se le parece y sin embargo arrastra sus ansias de poder por los submundos. Ahora nuestra rica actualidad europea nos proporciona una figura inédita, la de un extraño Frodo enamorado que exhibe sin pudor la fuerza que cuelga de su cuello a la vez que pasea y se hace aclamar en la corte de Inglaterra del brazo de su bella princesa descocada.

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El viaje de este pequeño hombre extraordinario ha sido hasta ahora tan insignificante como ruidoso. En diez meses de su fulgor presidencial no ha pasado nada. La economía de su Tierra Media no despega. Su compañía pierde unas elecciones, sin que su aura mágica estimule ya conciencia política alguna. Quedan aguados algunos de sus grandes proyectos, como esa Unión Mediterránea o el Comité de Sabios para fijar las fronteras de Europa. Sólo triunfan el jolgorio y el festejo de sus amores y las trifulcas que no faltan entre sus partidarios. Hasta ahora, momento crucial en el que el hobbit presidente cruza el canal y se planta en la corte de Londres con toda la fuerza de este anillo famoso que quiere despeñar algún día por una garganta ardiente de Mordor, para dar así al mundo la paz y el desarme.

Para conservar la force de frappe nuclear y mantener su valor, Francia deberá hacer un doloroso recorte militar. Habrá que cerrar cuarteles e instalaciones, reducir el número de soldados, renunciar a proyectos para la flota aérea y marítima, limitar la proliferación de misiones en el exterior, sobre todo en África. Todo por guardar el anillo. El viaje a Londres es un peldaño: la alianza con el Reino Unido es fundamental para el armazón de defensa francesa y europea. Dentro de una semana, en la cumbre de la OTAN, quedará sellada la ampliación de la misión y del compromiso francés en Afganistán. A mitad de abril se presentará el Libro Blanco de la Defensa. Luego llegará la presidencia europea, en la que París intentará la revisión de la estrategia europea de defensa, aprobada en 2003, algo que ya ha encontrado una severa resistencia por parte de Alemania. Dentro de un año, Sarkozy quiere que Francia se reintegre en la estructura militar de la OTAN, habiendo obtenido antes a cambio la luz verde de Washington para una defensa europea plenamente autónoma y con un cuartel general propio.

Reintegrarse en la OTAN significa ofrecer el paraguas nuclear a todos los europeos, aunque sin soltar el anillo: Frodo tiene prohibido prestarlo, incluso a los amigos. Hay también en el gesto una ambición de centralidad, que deja a Alemania en la periferia. Y un regalo de despedida al emperador George, que podría abandonar la Casa Blanca con una Francia atlantista, reintegrada al redil 42 años después de que la OTAN dejara París por Bruselas. Francia quería poseer una fuerza nuclear propia y rechazaba el sistema de doble llave a compartir con Estados Unidos, aceptado por Londres. Ahora, este hobbit increíble quiere cerrar el ciclo del anillo para regresar a una vieja propuesta del general De Gaulle, que Washington rechazó en su día. Compartir la llave sí, pero dentro de un directorio de los tres grandes (Washington, Londres y París) en el seno de la Alianza, que dirijan al resto de socios en nombre de su fuerza nuclear y de su presencia militar en el mundo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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