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Última oportunidad para Zimbabue

Mugabe y la oposición pactan un Gobierno de unidad en un país sumido en la hiperinflación y el azote del cólera

Oriol Güell

Las preocupaciones en casa de Beaugy, una profesora de 40 años de los suburbios de la capital, Harare, empiezan antes del amanecer. Hay que racionar el agua embotellada para evitar el cólera que se esconde en la red pública, calcular cuánto valen los 33 trillones de dólares zimbabueses de su último salario -el lunes equivalían a tres dólares americanos; el jueves, a menos de uno-, y planificar el día para dedicarse a la única actividad económica (corrupción aparte) en auge en Zimbabue, el trapicheo. Más del 90% de los 10 millones de habitantes del país, según estimaciones oficiosas, se han visto abocados al comercio callejero de todo tipo de bienes básicos.

"Compro un saco de maíz o un bidón de aceite por 10 dólares americanos, lo empaqueto en pequeñas dosis y lo vendo en la calle, también en dólares o rands surafricanos. Con suerte, al final del día doblo lo que me ha costado", explica Beaugy.

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Los habitantes de Zimbabue describen por teléfono un país difícil de comprender, en el que hospitales, colegios y universidades han cerrado por falta de medios; la inflación, sin datos oficiales, se mide a ojo -"ayer se doblaron los precios del maíz, pero la semana pasada era peor: las patatas se triplicaban en una mañana"-; y se habla del cólera, que desde agosto ha causado 3.160 muertes, como si fuera un molesto vecino con el que hay que convivir.

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Es el resultado de años de políticas erráticas del antiguo héroe de la independencia, Robert Mugabe, de 84 años, que arruinó a principios de esta década el motor económico de Zimbabue con una reforma agraria. En síntesis, el proceso consistió en requisar las granjas a los blancos para repartirlas entre sus allegados y aliados políticos. Mugabe hizo frente a la caída de ingresos del Estado imprimiendo más dinero, lo que desató una hiperinflación que arruinó salarios y destrozó toda actividad económica formal, pública y privada. Sin cloro para depurar el agua ni médicos en los hospitales, el cólera tuvo vía libre para extenderse, mientras el país entraba en una parálisis política por la negativa de Mugabe a aceptar su derrota en las elecciones de marzo de 2008.

"Ha sido el derrumbe absoluto de un Estado que fue uno de los más prósperos de África", resume desde el anonimato la abogada de una ONG dedicada al desarrollo social y económico. "Nuestras actividades juntaban a funcionarios, profesionales y campesinos para extender las buenas prácticas de gestión, gobierno y desarrollo. ¿Qué sentido tiene hacerlo ahora cuando políticos, empresarios y funcionarios se han dividido entre los que han hecho fortunas especulando y los que no han podido o sabido hacerlo?".

Tras 10 meses de tensas negociaciones, Mugabe y la oposición confirmaron ayer un acuerdo de Gobierno por el que el primero seguirá como presidente y el líder opositor, Morgan Tsvangirai, será el nuevo primer ministro. Una fórmula cuestionable democráticamente, pero que ha permitido adoptar las primeras decisiones, como legalizar la circulación en Zimbabue de monedas extranjeras para las compras cotidianas. "Era algo ya generalizado, pero al estar prohibido, abocaba a la población a vivir al margen de la ley y no frenaba la inflación en la moneda oficial. Zimbabue importa todo lo que consume y al poder la gente comprar y vender legalmente con otras monedas, los precios empezarán a frenarse", explica Malefa Rose Malefane, profesora de Macroeconomía en Pretoria por la Universidad de Suráfrica.

La liberalización de las divisas permitirá a muchos colectivos, especialmente las comunidades rurales, recuperar todo el tiempo que hasta ahora dedicaban a capear con la hiperinflación. "Es algo que llega a ser agotador", explica Diane, una mujer blanca descendiente de granjeros ingleses que promueve una cooperativa en una zona de población negra. "Hay que vender los productos, pero también cambiar de moneda constantemente para no perder valor. Nosotros creamos una moneda propia, que imprimimos en el extranjero a través de una ONG, para que los campesinos comercien entre ellos sin riesgo", explica.

El acuerdo entre Mugabe y la oposición, sin embargo, no cierra las heridas abiertas, especialmente por la desconfianza de la población con la clase dirigente. Sindicatos y colectivos profesionales llevan semanas en lucha para que el Gobierno, el mayor empleador del país, acepte pagarles el sueldo en moneda extranjera. "Los altos funcionarios, militares y políticos aprobaron una ley para que ellos sí cobren en divisas", explica Osweld Madziva, del sindicato de maestros Progressive Teacher's Union. "Es una absoluta discriminación que deja a decenas de miles de maestros con unos salarios que no valen nada".

En esta situación, el brote de cólera, con más de 60.000 afectados, se ha expandido a las zonas rurales de más difícil acceso. "En las ciudades está más o menos controlado", explica Manuel López, responsable de Médicos Sin Fronteras en Zimbabue. "Pero las lluvias, que llevan la bacteria a los ríos, y la costumbre de enterrar a los muertos en las aldeas de origen ha extendido los focos de contagio hasta lugares donde nos es casi imposible llegar". Con el sistema sanitario y de sanidad mortuoria fuera de juego desde hace meses, López estima que el brote "que con unos recursos mínimos debería haber terminado hace tiempo", siga aumentando la cifra de muertes hasta abril. O lo que es peor: "Si las cosas siguen como están, el cólera podría convertirse en endémico en todo el país".

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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