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Los derechos humanos en Cuba

EE UU pide la liberación de todos los presos políticos

El fallecimiento de Zapata cuestiona el acercamiento de Obama a La Habana

Antonio Caño

La muerte por huelga de hambre en Cuba del preso político Orlando Zapata podría dar al traste con el tímido intento de aproximación que EE UU hizo a la isla en el inicio de la Administración de Barack Obama. El trágico final del disidente fue recibido con consternación por el Gobierno estadounidense, que pidió la liberación "sin demora" de todos los presos políticos cubanos, y con indignación por el Congreso, donde varios representantes y senadores están promoviendo represalias contra el régimen comunista.

"La muerte de Zapata pone en evidencia la injusticia que Cuba comete al mantener encarcelados a más de 200 prisioneros políticos que deberían ser puestos en libertad sin demora", declaró ayer el secretario de Estado adjunto Philip Crowley. "La muerte de Zapata es innecesaria y evitable", manifestó Ricardo Zúñiga, director de la Oficina de Cuba en el Departamento de Estado. "Estamos conmocionados", añadió Zúñiga, "al comprobar que (...) fue trasladado al hospital sólo un día antes de su muerte".

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El Gobierno estadounidense se había interesado por la situación de Zapata, según Crowley, durante la reunión que comisiones de ambos países sostuvieron el viernes pasado en La Habana para tratar asuntos migratorios. En esa oportunidad, los representantes de Washington advirtieron sobre el mal estado de salud del preso y reclamaron a las autoridades cubanas facilitarle toda la atención médica necesaria.

Esa reclamación, unida a las quejas de la delegación de EE UU por la detención en Cuba de un ciudadano de este país a quien los cubanos acusan de espionaje, provocó el fracaso de la reunión, que acabó sin acuerdos y sin cita para un nuevo encuentro.

Ésta era la segunda oportunidad que Cuba y EE UU tenían, desde que Obama asumió la presidencia, para mejorar sus relaciones. La primera, en diciembre pasado, después de que Obama acabara con las restricciones a los contactos entre los cubanos del exilio con sus parientes en la isla, no ofreció resultados. La Habana no ha respondido jamás a los gestos de buena voluntad de Obama, que ahora, tras la muerte de Zapata, parece condenado a volver a la política del enfrentamiento.

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Aunque en Washington se apreciaban ayer síntomas de prudencia respecto a los acontecimientos en Cuba -todos los Gobiernos estadounidenses se han cuidado de provocar una desestabilización que produjera una oleada migratoria en la isla-, se ha empezado a construir una fuerte presión en el Congreso y entre la opinión pública. En este último campo, el protagonismo le corresponde a la madre de Zapata, Reina Luisa Tamayo, que pocos días antes de la muerte de su hijo había enviado una carta a Obama en la que le pedía "unir su voz a la campaña internacional para salvar la vida de Orlando".

En el Congreso, varios miembros expresaron ayer sus críticas al régimen de Fidel y Raúl Castro. El senador demócrata Bill Nelson consideró la muerte de Zapata como "un triste recordatorio del trágico precio de la opresión y de una dictadura que devalúa la vida humana". En la Cámara de Representantes, el más activo congresista en asuntos cubanos, el republicano Lincoln Díaz-Balart, dijo que la desaparición de Zapata "jamás será perdonada".

Pero el margen que tiene EE UU para actuar contra Cuba es muy escaso. El aval que el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, dio al régimen con su presencia en La Habana complica la maniobra política en Washington. Lula era hasta ahora el mejor aliado de Obama en América Latina. Comprometer esa amistad no es sencillo para la Casa Blanca. Tampoco es fácil revertir medidas que se tomaron hace pocos meses para facilitar el acercamiento a Cuba y que, obviamente, no están funcionando.

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