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Reportaje:Accidente minero en Chile

"Esta mina llora demasiado"

Los mineros atrapados en Chile se quejaban a sus familiares de los desprendimientos de roca, pero la empresa pagaba mejor que ninguna

Francisco Peregil

Aquel 5 de agosto en que 33 hombres cayeron enterrados bajo 700 metros de mineral, sus familiares continuaron sus vidas como si no pasara nada. Eran las dos de la tarde. A las tres, a las cuatro, a las cinco y a las seis, los 150.000 habitantes de la ciudad norteña de Copiapó seguían con su rutina. Los dos dueños de las minas habían optado por no avisar a nadie, ni siquiera al Gobierno.

Mientras tanto, abajo, el polvo cegaba a los mineros, según explicaría 17 días después Yonny Barrios a su familia. Y no había por dónde salir. "Se me cayó el alma cuando nos explicaba que salieron corriendo hacia la chimenea para subir por ella, pero no había escalera", comenta su hermana Zuleyma Barrios. "¿Cuánto pudo haber costado esa escalera? ¿500 dólares? Eso habría costado las vidas de 33 personas", explicaba el abogado Eduardo Reinoso a las 27 familias que han presentado una querella contra los dueños de Minera San Esteban.

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Hasta las ocho de la noche no empezaron a llamar los responsables de la mina a las autoridades para contarles lo que sucedía. Los familiares se fueron enterando por el boca a boca a partir de las nueve. "Esas seis horas de trabajo se perdieron, y se podían haber aprovechado para rescatarlos con todos los medios posibles", comenta Zuleyma Barrios.

Lo peor es que casi todos los mineros enterrados habían previsto la catástrofe. Todos le comentaron alguna vez a sus familias que había que dejar pronto ese sitio. "El Darío decía que esa mina lloraba mucho. Así es como ellos hablan para referirse a los desprendimientos de roca", explica Yésica Chilla, compañera sentimental de Darío Segovia, quien tiene 48 años, tres hijos de una relación anterior y tres hijas de Yésica a las que les ha dado su apellido. "El día antes me dijo que la mina estaba a punto de asentarse y que no le gustaría ser uno del turno de trabajo cuando llegara el derrumbe. Pero necesitábamos la plata. Y él había acabado su turno de siete por siete [una semana de trabajo en jornada de 12 horas y otra de descanso]. Pero le ofrecieron horas extras y nadie se niega a las extras, porque te pagan el doble. Ese día iba a ganar 90.000 pesos [140 euros]. Pero él quería dejar ese trabajo para hacer fletes con una camioneta".

Todos cuentan una historia parecida. Iban a dejarlo cuando consiguieran platita, unas cuantas lucas para pagar deudas, para montar la casa o un negocio, para superar algún bache, para jubilarse más tranquilos. Muchos de ellos eran jóvenes sin apenas experiencia en minería.

En cuanto se supo la noticia, los familiares llegaron al desierto de Copiapó, donde se encuentra la mina, y allá acamparon, entre el calor abrasante del día y el frío de la noche. Les aguardaban 17 días de incertidumbre, de impotencia, de intentos fallidos de contactarlos, de frases lapidarias de expertos que decían que era harto improbable que los 33 se encontraran con vida, porque en una mina las cuadrillas se diseminan en los túneles.

Hubo hasta tres mineros de pico y martillo que decían que estaban dispuestos a bajar hasta el fondo, porque conocían el camino. Hasta que por fin, el 22 de agosto a la una de la tarde, un obrero bajó corriendo desde lo alto de la mina hacia el campamento y empezó a gritar. "¡Están vivos, están vivos!". Pero no había confirmación oficial. "Los 33 se las habían ingeniado para pintar de rojo el tubo que les mandaron. Así, cuando lo recogieran los de arriba se darían cuenta de que venía con mensajes", comenta Javier Castillo, secretario del único sindicato de la Minera San Esteban. "Pero el ministro de Minas se calló, no quiso decir nada hasta que no llegara aquí el presidente [Sebastián Piñera] y pudiera venderlo él mismo. Pero un minero se saltó la jerarquía y les cagó la estrategia. Si no llega a ser por eso, habrían prolongado dos horas más la incertidumbre y el sufrimiento de la gente", añade Castillo.

Alejandro Bohn, uno de los dueños de la mina, declaró esta semana: "No es momento de asumir culpas ni de pedir perdón". Y, además, ha advertido de que una mina cerrada no puede obtener beneficios y, por tanto, podría declararse en quiebra. La centena de mineros de San José que no sufrieron el accidente siguen acudiendo todos los días al tajo. Un autobús los lleva por el desierto durante una hora para que fichen y entonces... se pasan las 12 horas de su turno dando vueltas por el campamento, sin hacer nada. Al cabo de ese tiempo vuelven a fichar, otro autobús los recoge y un nuevo turno los reemplaza para no hacer nada. "Es absurdo, sí", comenta Dayana Donaire, esposa de un minero, "pero hay que hacerlo porque la empresa va a buscar cualquier pretexto para no darles el finiquito. Y a las tres faltas, te despiden y te quedaste sin él".

Algunos mineros han mostrado expresamente su preocupación por el dinero y las deudas contraídas. Al fin y al cabo, fue la necesidad de dinero la que los llevó hacia esa mina. El conductor de maquinaria pesada José Henríquez reclama por escrito a sus hijas que regresen a sus casas en Talca, a 16 horas en autobús desde la mina, y que no gasten más dinero "ahí arriba". En la película que los propios mineros han grabado, el enfermero Yonny Barrios le pide a su amante que se ocupe de transmitirle a la gente que ya pagará la plata que debe. Carlos Bugueño, de 27 años, le escribió a su madre en su primera carta que le "rescatara" la mochila del vestuario porque tenía la plata que había cobrado: 300.000 pesos (470 euros). Ese es el sueldo de la cesta básica, el dinero con el que una familia de tres o cuatro miembros puede vivir dignamente en Chile, según Javier Castillo.

La madre le ha respondido que ya le ingresó su dinero en el banco. Lo que no sabe el hijo es que, además de los 300.000, le esperan cinco millones de pesos (7.850 euros) que el empresario minero Leonardo Farkas ha donado para cada uno de los 33. Otro empresario que venía con él entregó un millón y un anónimo, otro millón. En total, a Carlos Bugueño le esperan casi 11.000 euros... De momento. Farkas pretende iniciar una campaña para recolectar uno o dos millones de dólares para cada minero. Los psicólogos han prohibido a los familiares hablarles de cuestiones monetarias a los atrapados. Pero en el campamento ya ha habido algunas peleas casi físicas entre esposas con papeles y amantes.

Pero, mientras tanto, sus vidas siguen pendiendo de un hilo. No será nada fácil rescatarlos sin que la mina vuelva a llorar.

Ramón Ávalo, de 81 años, se seca las lágrimas al ver las banderas con los nombres de sus dos nietos, atrapados en la mina San José.
Ramón Ávalo, de 81 años, se seca las lágrimas al ver las banderas con los nombres de sus dos nietos, atrapados en la mina San José.AP
En el video los 33 mineros atrapados en una mina de Chile envían saludos a sus familiares y amigos. <strong>Especial: <a href="http://www.elpais.com/especial/33-vidas-bajo-tierra/">Mineros atrapados en Chile</a></strong> Vídeo: CNN CHILE

La voz de las familias que esperan

Margarita Lagos, madre de Claudio Yáñez

- Claudio Yáñez, de 34 años y dos hijas, solo llevaba ocho meses como minero. "Era obrero de la construcción y lo ganaba bien, unos 200.000 pesos (314 euros) al mes", comenta su madre, Margarita Lagos. "Pero aquí le pagaban el doble. El día del accidente me dijo que iba con mucho sueño. Yo le dije: 'Pero devuélvete...' Y él me dijo: 'No, que son 35.000 pesos (55) lo que nos quitan por día de falta".

Lilianeth Gómez, hija de Mario Gómez

- Mario Gómez es, a sus 63 años, el mayor del grupo. Llevaba tiempo pensando en prejubilarse. Padece silicosis y perdió tres dedos de la mano izquierda en una explosión. "Nos decía que los sueldos son altos aquí porque nadie quiere venir", indica su hija Lilianeth. "En una carta nos dice que está con hartas ganas de salir, pero con mucha fuerza. Tiene depositada toda su confianza en Dios".

Verónica Quisque, esposa de Carlos Mamani Solis

Carlos Mamani, de 24 años y una hija, es el único inmigrante del grupo. Lleva cinco años en Chile junto a su esposa y sus suegros. "El Gobierno de Bolivia apenas nos ha ayudado. Unos pañales y un poco de leche para la niña es todo lo que nos ha dado el cónsul", señala su esposa, Verónica Quispe. El padre de ella, Yonny Quispe, de 38 años, también trabaja en Mina San José. "Mi papá se salvó de poquito. Salió un minuto antes del derrumbe".

Yésica Cortés, esposa de Víctor Zamora

Víctor Zamora, de 33 años, es el bromista del grupo. En su primera carta escribió a su esposa, Yésica Cortés: "No te amo, pero te quiero. Cuídame a mi hijo". Ella optó por reírse. "Yo creo que de ahí va a salir más maduro, se tomará más en serio la vida", cuenta su madre, Nelly Bugueño, que aparece en la foto junto a su nuera. "Nunca hubo forma de quitarle la sonrisa".

Carolina Véliz, novia de Carlos Barrios

A Carlos Barrios, que tiene un hijo de cinco años, nunca le gustaron demasiado los niños. Una semana después del derrumbe, Carolina Véliz, su novia desde hace siete meses, supo que estaba embarazada. Los psicólogos le han prohibido decírselo. "No sé cómo le afectará cuando salga", dice. "Pero yo le pienso poner a mi bebé su nombre. Y si es niña, será Carla".

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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