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Misa campestre en la mayor ciudad de Escocia

San Pedro se alió ayer con Benedicto XVI y permitió que el sol brillara todo el día en el parque Bellahouston de Glasgow, donde pronunció su primera misa en territorio británico. Pero el pagano Eolo, Dios de los vientos, convirtió un tibio día de final de verano en un hermoso pero frío día de principios de otoño.

Hermoso para los peregrinos, pero tediosamente largo y financieramente ruinoso para quienes estaban allí, no por su amor al Papa, sino para dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Los puestos de hamburguesas, fish and chips, bocadillos o alitas de pollo apenas tenían clientela. Los peregrinos solo querían té o café para calentarse.

"Me parece que no va a ser un buen día", vaticinaba Francesca mientras cocinaba una crêpe con algo lejanamente parecido a mozarela. "Yo estuve aquí en 1982 vendiendo perritos calientes y fue otra cosa. La gente quería a aquel Papa y esto estaba abarrotado. Había ambiente de fiesta, no como ahora. Claro que entonces la entrada era gratis". Pero no parece ese el único problema. "No, claro que no", asiente Francesa, "es por lo de los abusos".

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"Aunque los medios lo están aprovechando, sobre todo la BBC, lo de los abusos me da vergüenza", reconoce Paul Stratton, de 63 años. Está sentado en una silla plegable junto a su mujer, Elaine, en primera fila de una de las zonas más cercanas al altar. "Hemos venido a las diez y cuarto", explica. Viven cerca de Paisley, a tiro de piedra de Bellahouston. Ella ya estuvo aquí en el 82 con su hija pero él no, porque tenía que trabajar. "Fue muy diferente", reconocen. "Era un día caluroso y había un cuarto de millón de personas. El altar estaba allá, en el otro lado. Pero espero que poco a poco se vaya calentando el ambiente", añade, optimista.

Paul es de la línea dura: no a las mujeres sacerdote, sí al celibato sacerdotal. Mejor no preguntarle por los gais o por el aborto. Al final, todo se explica: "Soy del Opus Dei", proclama con orgullo. El resto de la familia, no. "Mi hija dice que somos una organización secreta", ríe. "Pero lo único que hacemos es ir a misa cada día, rezar el rosario y amar al prójimo".

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Poco a poco, el recinto se va llenando. A la Iglesia no es fácil meterle goles y el estadio siempre acabará estando lleno: si sobra grada, se reduce el aforo. No hay apreturas y el público mata la espera comiendo los bocadillos que han traído de casa, sentados en la hierba o en sillas plegables. Pero, por hacer una comparación picante, no hay más fiesta ni mucha más gente que en la Gay Pride de Brighton. Lo que sí hay es más hombres con falda que en la fiesta gay: muchas sotanas en el altar y mucho kilt escocés entre los fieles.

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