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Elecciones en EE UU
Columna
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Estábamos soñando

Francisco G. Basterra

Lo que parecían dos noticias bomba en octubre de 2008 se han demostrado aún prematuras. El fin del capitalismo arrastrado por su crisis interna y la llegada a la Casa Blanca del primer presidente negro, para cambiar el rumbo de Estados Unidos y, soñábamos, de rebote el del mundo. El sistema, rescatado por los perdedores, sigue mostrando una resistencia superior a la política para señalar la hoja de ruta de la gobernanza mundial.

Barack Obama, y con él la esperanza y el cambio que encarnaban su triunfo electoral el 4 de noviembre, han quedado laminados por la recesión. Su insospechada vulnerabilidad doméstica ha tenido un correlato evidente en la posición global de EE UU. En un mundo definido por el ascenso de los otros, los emergentes, la antigua superpotencia, sin dejar todavía de serlo, lo es menos, y ya no puede dictar sus condiciones. Sean estas económicas, políticas o militares. Por virtud o por necesidad, Obama ha tendido su mano a los adversarios, sobre todo al mundo musulmán. Sin resultados por el momento. A Obama le ha ocurrido lo que al último líder soviético Mijaíl Gorbachov: su popularidad internacional supera la obtenida dentro de su país.

El Tea Party, mezcla difusa de furia y frustraciones, ha potenciado la tormenta perfecta sobre Obama

Por el contrario, otra noticia bomba sí puede confirmarse: la consolidación de China como poder mundial en un práctico tuteo con Estados Unidos, a quien sirve además de banquero prestamista. El triunfo de su capitalismo de Estado con el monopolio político del partido comunista. Segunda economía mundial, capaz de sacar de la pobreza a centenares de millones de chinos, y que protagoniza la salida de la gran recesión. Acabamos de conocer que el superordenador más rápido del mundo es chino y puede realizar 2.500 billones de operaciones por segundo.

Obama no se presenta a las elecciones legislativas del próximo martes (renovación total de la Cámara de Representantes y de un tercio del Senado), pero los comicios se plantean como un referéndum sobre su presidencia justo en el ecuador de medio mandato. Un mal resultado es previsible: perder la Cámara y, quizás, conservar el control del Senado. El presidente todavía entona el "sí, podemos", pero con un matiz, "no de la noche a la mañana". No desde luego en sus primeros 21 meses en la Casa Blanca.

No le ha bastado el poder de su palabra desde el púlpito que ofrece la presidencia; ni siquiera la amplia mayoría demócrata de la que ha disfrutado en el Congreso. Ha defraudado a izquierda y derecha. A un sector de los demócratas, por moderado y no atreverse a realizar una verdadera transformación social. Le ha faltado empatía con los ciudadanos, algo que salvó la presidencia de Bill Clinton, y le ha sobrado frialdad y distancia ante la amplitud de la ansiedad provocada por la crisis. Perdió su magia inicial nada más traspasar las puertas de la Casa Blanca. La ciudadanía está quemada: un 10% de paro, no puede pagar sus hipotecas, y solo ve el horizonte de vivir peor que sus padres. El cambio es volver al crecimiento que traiga empleos dignos y estables. Este es el sueño americano, un término acuñado en plena Depresión de los años veinte.

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El presidente que venía a unir al país y a cambiar la manera de hacer política en Washington ha pinchado en los dos objetivos. La polarización política ha aumentado, gracias en gran medida a la labor del movimiento conservador del Tea Party, mezcla difusa de furia y frustraciones, que ha potenciado los elementos de la tormenta perfecta desatada sobre Obama.

Cunde la idea de que el Gobierno ha abandonado a la clase media y solo ayuda a los más ricos. Las elecciones del martes son de alguna manera la revancha de un país airado, del miedo a un futuro incierto, que quiere menos gasto público, y recuperar una América prístina inexistente. Es también una cruzada antielitista: "Yo no he ido a Yale", en la que la ignorancia constituye un valor. Los sondeos reflejan que Obama ha perdido el apoyo de la clase trabajadora blanca, de las mujeres y los independientes.

La furia llevará a los norteamericanos el martes a castigar a un partido, el demócrata, con el que están furiosos, para dar más poder a otro, el republicano, al que no pueden aguantar y que está abducido por un movimiento extremista, incapaz de gobernar. "Una opción patética", según Matt Miller, del Centro para el Progreso Americano. La presidencia de Obama sufrirá una corrección necesaria y deberá pulsar la tecla de reinicio. La campaña presidencial de 2012 comienza el miércoles, pero en los resultados de las elecciones no estará escrito que Obama es un presidente de un solo mandato. Quizás, como le ocurrió a Mark Twain, "las noticias sobre su muerte son muy exageradas." fgbasterra@gmail.com

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