El anhelo se extiende
La mecha encendida en Túnez y prendida después en el decisivo polvorín egipcio amenaza con reducir a ceniza la foto fija de un mundo árabe sometido inmemorialmente al ilimitado capricho y la rapiña de los déspotas de turno, reyes o plebeyos. En ese vasto arco que une el Mediterráneo occidental y el golfo de Adén, por donde se extiende rápidamente el anhelo de la dignidad y las libertades, los vaivenes políticos, por radicales que fueran, han ocurrido siempre a espaldas de sus sometidos ciudadanos.
Hace unas semanas resultaba impensable el triunfo de un levantamiento popular en Túnez, y ni se consideraba que pudiera plantearse en el granítico Egipto, epicentro árabe. Pero ayer mismo, otro autócrata, Ali Abdalá Saleh, presidente de Yemen -un país tribal, misérrimo y escindido, en la crucial vecindad de los exportadores petrolíferos del Golfo-, aliado privilegiado de Washington contra Al Qaeda, anunciaba tras 30 años de dictadura estar dispuesto a encabezar un Gobierno de unidad nacional, democratizar la ley electoral y renunciar a una nueva reelección. Y el joven rey jordano Abdalá II, entre cuyas competencias figura designar Gobiernos, aprobar leyes y disolver el Parlamento, acaba de destituir a su primer ministro para nombrar a Maruf Bahkit, militar y ex jefe del espionaje, que controló las elecciones fraudulentas de 2007. Un volatín cosmético, en este caso, para intentar convencer a los jordanos, que comienzan a levantar la voz, de que algo va a cambiar en un reino absolutista donde más del 80% del presupuesto se destina a militares y funcionarios. Abdalá es un bastión regional de Estados Unidos, y la estabilidad de Jordania resulta vital para Israel, con quien mantiene, como Egipto, un tratado de paz.
Es mucho lo que separa a Jordania y Yemen. Pero a Saleh y a Abdalá II, tan diferentes personalmente, les une su querencia por el poder incontrolado, por primera vez desafiado desde la calle.