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Reportaje:

Unos gritan, otros callan

La legislación sobre la blasfemia divide a la sociedad del país islámico

El sermón del imán Hanif Qureshi es tan fuerte que se escucha hasta la calle. Es el día de la oración y la mezquita Amina en Rawalpindi, vecina a Islamabad, está llena de fieles. En un viernes como este, el 31 diciembre pasado, Mumtaz Qadir también estaba aquí. Y según sus declaraciones, fue en ese sermón donde decidió que mataría a Salman Taseer, el gobernador del Punjab, el Estado más poblado de Pakistán. Qadir era su guardaespaldas y cuatro días después, el 4 de enero, le disparó 26 veces cuando se disponía a subir a su coche. Qadir asesinó a Taseer, según declaró, porque el gobernador cometió blasfemia al llamar "ley negra" a la que condena la blasfemia con muerte y defender a Asia Bibi, la cristiana condenada a la horca. Ese caso ya había enfrentado a los fundamentalistas con los liberales en Pakistán, pero el asesinato de Taseer ha marcado un antes y un después.

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Los que querían que se revocara o enmendara la ley de la blasfemia ahora tienen miedo de hablar. ¿Quién está a salvo si mataron al propio gobernador? Los extremistas religiosos, en cambio, se manifiestan en decenas de miles por las calles para que nadie toque la ley y consideran al asesino de Taseer un héroe.

Fuera de la mezquita Amina hay pósters que muestran la fotografía de un sonriente Qadir y que piden que se le deje libre. "Estamos orgullosos de él. Hizo lo que tenía que hacer", asegura Waqas Ahmed, uno de los más de tres mil fieles que asisten cada viernes a esta mezquita. Opina que cualquier hombre defendería a su padre si lo insultaran "y nosotros amamos al profeta más que a nadie".

Quadri recibió una lluvia de pétalos a su llegada a la corte que le está juzgando. Era la muestra de apoyo de cientos de paquistaníes, entre ellos muchos abogados. También se han abierto grupos a su favor en Facebook y sus vídeos en YouTube son un éxito. No se declaró ni culpable ni inocente: "No cometí asesinato intencionadamente. Pero he enseñado una lección a un apóstata y blasfemo". Entre los mayores apoyos de Qadri está precisamente Qureshi, el imán que lo "inspiró". No se conocían, pero Qureshi estuvo detenido durante la investigación para saber si instigó el asesinato. Quedó libre al no poderse comprobar.

Qureshi sale contento de la mezquita. Se sabe popular entre las masas. Le siguen miles de fieles y se venden CD de sus sermones. Dice que él no instigó a nadie y que Qadir podría haber bebido de otras fuentes, ya que "todo mundo consideraba al gobernador un blasfemo y tenía ya cinco fetuas". Apoya "legal y moralmente" a Qadir y espera que no le condenen a muerte. Iguala su acción con la defensa propia: "Él reaccionó así al ser herido en sus sentimientos religiosos". El joven imán se considera "un firme creyente del estado de derecho" y está en las leyes que los blasfemos sufran la pena capital.

Los fundamentalistas "son minoría", aseguran los expertos. Pero hacen mucho ruido, usando la violencia para imponer su ideología. "Y dentro de ellos sólo un pequeño grupo llegaría a matar. Pero muchos otros no lo van a condenar: eso es lo más peligroso", asegura el reconocido analista político Hasan Askari Rivzi. Para el experto la sociedad paquistaní se está deshumanizando en el nombre de la religión.

Son sobre todo los partidos religiosos que están defendiendo la ley de la blasfemia, explica la reconocida activista Tahira Abdullah. "Aunque nunca han tenido más del 3% de los votos, si han sabido explotar las emociones de una sociedad que en su mayoría es muy iletrada, pobre, explotada y oprimida", dice.

La parlamentaria Sherry Rehman se ha quedado casi sola en su lucha para cambiar la ley de la blasfemia. Presentó una propuesta de enmienda en la Asamblea Nacional. "Pero tras la presión de grupos religiosos mi partido (el PPP en el gobierno) la retiró", lamenta. Las condenas por blasfemia "aumentan exponencialmente y la mayoría son acusaciones falsas. Esta ley se aprovecha con fines de venganzas personales o contra las minorías. Algunos puntos de la enmienda contemplaban reducciones de las penas y que se penalizara a quien acusara falsamente.

Rehman, que vive bajo un estricto dispositivo de seguridad porque es objetivo de los radicales, se siente abandonada por su partido, pero más por los grupos de derechos humanos. "Antes pedían que se cambiara la ley. Ahora guardan silencio", dice.

Según los medios pakistaníes hasta 1.000 personas han sido condenadas por blasfemia desde 1986. Aunque ninguna condena ha sido finalmente ejecutada, una cuarentena de los que han sido liberados han sido asesinados por grupos radicales.

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