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Columna
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Ventanas para la paz

Lluís Bassets

La época de Bush estaba dominada por la claridad moral, un sentido de superioridad de los conservadores sobre buenistas y apaciguadores que prometía al mundo horizontes radiantes de libertad, aunque fuera obtenida a sangre y fuego y recortando derechos y libertades. La época de Obama es de dudas y transacciones entre gradaciones del bien, o en términos más crudos, entre males de distinta envergadura. Con Bush, la contundencia de la decisión no daba otra opción más que situarse a un lado o en el contrario, con Washington o con el Eje del Mal. Con Obama llegaron las largas deliberaciones, las argumentaciones contradictorias dentro de su propio Gobierno y los matices a veces incomprensibles para un gran público habituado a los superhéroes y no a los espinosos dilemas morales entre seguridad nacional y libertad, intereses y valores, que el gobernante prudente quiere convertir en compatibles.

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El descabezamiento de Al Qaeda ha venido a disipar, al menos en parte, la brumosa política exterior de Estados Unidos tras 20 meses de presidencia de Barack Obama. Así se deduce de un reciente discurso del consejero Seguridad Nacional, Tom Donilon, en este puesto crucial al lado del presidente desde octubre del pasado año. Según Donilon, EE UU ha dado un golpe decisivo a Al Qaeda, especialmente eficaz porque coincide con los efectos de la primavera árabe. Su realización ha sido una brillante operación militar y uno de los mayores éxitos históricos del espionaje estadounidense. Pero también puede que lo sea en sus resultados, por las decenas de miles de documentos audiovisuales y los millones de textos relevantes encontrados en la guarida del megaterrorista. Lo más significativo políticamente para el consejero de Seguridad Nacional es que la acción de Abbottabad "lanza un poderoso mensaje a nuestros amigos y adversarios: hacemos lo que decimos que haremos. Es un mensaje de persistencia, determinación y dedicación. No importan los obstáculos, EE UU hace lo que debe hacer, por encima de presidencias y partidos".

Esta ventana azul entre la niebla de una política exterior vacilante pertenece, sin embargo, al territorio decisionista por excelencia. Obama dijo que utilizaría la diplomacia y no sólo la fuerza, pero solo cuando ha utilizado la fuerza ha empezado a afirmar su autoridad, así es que quizás podrá empezar ahora a utilizar con mayor éxito y contundencia la diplomacia. La lista de sus fallos y vacilaciones es inacabable en este capítulo. Sus propuestas han sido objeto de numerosos desaires, sobre todo por parte de países emergentes; los más sonoros, de mano de los más estrechos aliados, como es el caso del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, insumiso ante la exigencia de congelar las colonias en Cisjordania. Le faltaron reflejos ante la revolución verde que se levantó contra Ahmadineyad. Tampoco fue muy clarividente ante la primavera árabe, acogida con prudencia excesiva primero y luego con un giro que permitió el derrocamiento de Mubarak y suscitó malestar en Arabia Saudí e Israel. Y, sobre todo, ha cedido el protagonismo en la crisis Libia a Sarkozy y Cameron, dejando que cundiera la sensación de un mundo sin conductor al volante.

Uno de sus colaboradores quiso defender esta peculiar política exterior describiéndola como una forma de "dirigir desde atrás", que es un eufemismo por falta de liderazgo y a la vez un oxímoron por la contradicción entre sus dos términos. Para el columnista neocon Charles Krauthammer, "es un estilo y no una doctrina", que consiste en no tener doctrina y en no dirigir. Hoy Obama tiene la oportunidad de responder a las críticas y de despejar las brumas de su política exterior. Pronunciará un discurso en el Departamento de Estado del que se espera una toma de posición respecto a la primavera árabe y sobre todo al conflicto entre Israel y Palestina, 24 horas antes de que Netanyahu emprenda viaje a Washington para abrir un cortafuegos a la ofensiva emprendida por Mahmud Abbas con el objetivo de obtener el reconocimiento del Estado palestino.

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El sistema de alianzas de EE UU en la zona está averiado. Sin una acción decidida para resolver negociadamente y pronto el contencioso israelí-palestino, crecerá el riesgo de una tercera Intifada, sobre todo si Naciones Unidas reconoce en septiembre el Estado palestino sobre las fronteras de 1967. Si Obama no aprovecha esta segunda ventana que se abre para Oriente Próximo, otras potencias emergentes querrán sacar partido del vacío de dirección. La primera ventana la abrió la esperanza suscitada por la elección de Obama y su mensaje al mundo árabe en El Cairo. La segunda la han abierto las revueltas. "En cinco meses han sucedido más cosas en la zona que en 50 años", ha dicho un portavoz de la Casa Blanca. Obama no puede resolver con un discurso las deficiencias de toda su presidencia, pero ahora no tiene más remedio que sacar los réditos de su autoridad renovada para asegurar que esas ventanas se abren de par en par a la paz.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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