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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Si no lo logras, inténtalo otra vez

Joaquín Estefanía

En 1990 Suecia sufrió una crisis financiera muy intensa motivada por el estallido de una burbuja inmobiliaria (que se arregló, en parte, creando un banco malo para cada entidad con problemas). El Gobierno entró en acción inmediatamente para recatar a los bancos en dificultades, cuyas pérdidas equivalían al 12% del PIB. A la crisis financiera le sucedió una recesión económica que redujo el crecimiento real (con ajuste de la inflación) un 4%. La economía sueca no regresó al PIB previo a la crisis hasta cuatro años después.

Las lecciones que proporciona la historia indican que no se puede tener bienestar sin un sistema financiero con un funcionamiento normal (generando crédito a las familias y empresas), pero que el mero hecho de estabilizar el sistema financiero no es garantía de prosperidad sino que se necesita, al tiempo, un plan de rescate para la economía real, con el objeto de multiplicar la producción y crear empleo, y que sea tan intenso en sus metas al menos como el rescate financiero.

El G-8 propone que haya ayudas para los bancos pero también para los ciudadanos

Ello se ha olvidado en Europa en los dos últimos años, con los resultados conocidos: no han remitido las primas de riesgo de los países con problemas, que tampoco han reducido en lo que se esperaba el déficit público y casi todos han aumentado la deuda pública, se ha multiplicado el paro, el empobrecimiento de las clases medias y la mortandad empresarial. Ahora, la reunión del G-8 celebrada en Camp Davis propone evitar el hundimiento completo y generar ayudas para los bancos pero también para los ciudadanos. ¿Está cambiando de verdad el clima intelectual de nuestra época, desplazándose desde la austeridad hacia el crecimiento? Eso es lo que dice el comunicado final de la reunión. Se trata de salir del momento Minski (por el economista del mismo nombre) en el que los deudores no pueden pagar, los acreedores no quieren pagar y todos intentan cancelar la deuda al mismo tiempo.

El comunicado del G-8 reconoce también, en términos genéricos, el distinto momento del ciclo en el que están las diferentes zonas geográficas del planeta: “Nos comprometemos a tomar todas las medidas necesarias para fortalecer nuestras economías y a combatir las tensiones financieras, reconociendo que las medidas adecuadas no son las mismas para cada uno de nosotros”. Esto vale para EEUU y Europa, pero también para el interior de la Unión Europea, donde, por ejemplo, la coyuntura alemana no es la misma que la española.

Ahora los deudores no pueden pagar y los acreedores no quieren hacerlo

La posición del G-8 ha de ser asumida a partir de ahora tanto por cada una de las regiones (pasado mañana tendrá lugar en la UE la llamada cumbre del crecimiento) como por el conjunto de las mismas, incluidas las emergentes, en el G-20 que se celebrará en junio. Será el séptimo G-20 desde que se inició la Gran Recesión. En las tres primeras cumbres (Washington, Londres, Pittsburg) se defendió el mismo sentido común económico: políticas de dinero barato, de estímulo fiscal y de ayudas a la banca para impedir que se produjera el hundimiento general de las finanzas que tuvo lugar en los primeros años de la Gran Depresión de la década de los treinta. Pero la acción política no tuvo ni de lejos la fuerza precisa para impedir el crecimiento constante e intenso del desempleo, la reducción de la producción y el parón de la demanda. En los G-20 de Toronto, Seúl y Cannes, lejos de reconocerse el defecto de escasez de la respuesta y de las políticas de estímulo, el mundo se dividió en dos: los que entendían que la ausencia de crecimiento seguía siendo el problema principal y los que apelaron a políticas de estabilización fiscal y de austeridad para volver a los equilibrios macroeconómicos. Los resultados están a la vista. Pruebas y no prejuicios.

Pronto vuelve a reunirse el G-20, esta vez en México. Se trata de saber si los mandatarios van a seguir para la economía real el mismo principio de determinación rooselveltiana (por Franklin Delano Roosevelt, el presidente americano que salvó al mundo de la Gran Depresión) que han adoptado en las finanzas: las rondas de recapitalización que sean precisas, con el fin de salvarlas. Ese principio dice: si no lo has conseguido a la primera, vuélvelo a intentar.

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