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Claroscuros de un acuerdo positivo

Falta mucho para poder decir que el euro está fuera de peligro, pero se ha salvado el 'match ball'

Claudi Pérez
La primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt, junto al presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, y la Comisión, José Manuel Barroso.
La primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt, junto al presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, y la Comisión, José Manuel Barroso.FRANÇOIS LENOIR (REUTERS)

En una tensa cumbre de más de 12 horas de duración, Italia y España, con el aval imprescindible de Francia, se plantaron anoche, en un movimiento táctico sin trascendencia económica pero con una enorme importancia estratégica: bloquearon el pacto por el crecimiento que debe acompañar el pacto que consagra la austeridad a rajatabla en Europa para conseguir las imprescindibles medidas urgentes que permitan calmar la asfixiante tensión en los mercados. La supercumbre europea tenía una agenda ambiciosa: medidas para el crecimiento (por fin), medidas para modificar la arquitectura institucional del euro (por fin), pero corría el riesgo de olvidarse de lo urgente: evitar un nuevo accidente financiero en España o Italia, o incluso una crisis política en Roma; deshacer el punto muerto político en el que se había metido Europa por obra y gracia de la sucesión de negativas alemanas con respecto a las posibles soluciones a cortísimo plazo.

El acuerdo es positivo: falta aún mucho para poder decir que el euro está fuera de peligro, pero al menos se ha salvado el match ball. Europa necesita ganar credibilidad a largo plazo: de ahí los pasos que hoy se darán hacia la unión política, la unión bancaria y la unión fiscal, que suponen una pérdida de soberanía (a la que siempre se ha resistido París). Pero sobre todo a corto plazo: de ahí que las concesiones de Alemania sean tan importantes para que la marea baje en los mercados.

Las líneas maestras del acuerdo son conocidas. Los fondos de rescate (el temporal, EFSF, y el permanente, ESM) podrán recapitalizar los bancos directamente, tal y como solicitaba España. Además, tendrán más flexibilidad para intervenir en el mercado de segunda mano de deuda y conseguir que las primas de riesgo se relajen, tal y como pedía España. La reacción inicial de los mercados ha sido muy positiva: Europa tiene el golpe de mano que necesitaba; de alguna manera recupera el toque que parecía perdido en ese permanente diálogo con los mercados. Ahí va una lista de las fortalezas y debilidades del pacto.

Potencia de fuego suficiente (o no). Los expertos consideran que las condiciones mínimas para salvar un accidente eran tres: que el mecanismo de rescate pueda comprar bonos; que ese fondo pueda recapitalizar los bancos directamente; y que tenga licencia bancaria. Las dos primeras se consiguen con condiciones. La tercera no. El mecanismo de rescate permanente tiene una potencia de fuego de medio billón de euros. Puede que eso parezca mucho. Pero los mercados ya echan cuentas: las necesidades de refinanciación de España e Italia en los dos próximos años superan con creces esa cifra. Por eso los expertos consideran que sería mejor que el Banco Central Europeo entrara directamente con el bazuca en el mercado de deuda; los 500.000 millones pueden parecerle a los mercados, si Europa no restaña las heridas sobre su credibilidad, una pistola de agua. “Si tienes un bazuca, lo más probable es que los lobos se asusten y no tengas que usarlo; si tienes una pistola de agua vas a tener que disparar”, decía un secretario del Tesoro norteamericano cuando Estados Unidos se vio en la misma tesitura. La solución hubiera sido darle la licencia bancaria al mecanismo de rescate (Mede) para que pudiera ir a la ventanilla del BCE y disparar todo lo necesario en caso de apuro. Alemania se opuso. Como también se opuso a aumentar el tamaño del Mede.

Condiciones: el típico acuerdo de compromiso de la UE. Si un país solicita la recapitalización directa de sus bancos estará sometido a condicionalidad estricta en su sistema financiero. Y lo mismo en la parte fiscal, aunque ahí la redacción del acuerdo es más difusa para buscar el típico compromiso comunitario que permitirá a Alemania vender que la condicionalidad macroeconómica va a ser estricta (y será así: nadie regala dinero sin condiciones; ni siquiera los socios europeos, vino a decir hace unos días el comisario Joaquín Almunia). En cuanto a la compra de bonos, que puede llevarse a cabo en el mercado de segunda mano o en el primario, donde los Estados realizan las subastas, la condicionalidad es también muy difusa. Pero existe. Alemania no cede en ese aspecto y el recurso a los fondos europeos exigirá la firma de un memorando de entendimiento. Ahí Merkel no hace grandes concesiones. Los analistas traducen que habrá alguna condicionalidad, pero que no se tratará de una intervención. Esa es la interpretación más lógica. Pero si es cierto que los mercados demandan claridad, el acuerdo no brilla precisamente en ese aspecto. Puede que de forma deliberada.

Cronología (el peligro del ‘a largo plazo, todos muertos’). El documento presentado la madrugada de ayer habla de conseguir todo eso por la vía urgente. Esto es, “antes de finales de 2012”. Pero los plazos son, como las condiciones, enormemente difusos. Por varias razones. No está claro si son necesarios cambios en el tratado del mecanismo de rescate Mede (aunque parece que no). No está claro que el Gobierno alemán no vaya a tener problemas hoy mismo con la aprobación del Mede, y en el futuro con el ya casi tradicional revés del Tribunal Constitucional alemán, que podría alargar todo el proceso. Tan solo siete países han aprobado por ahora el tratado del Mede.

El pacto exige, además, que el BCE sea ya en octubre el supervisor bancario europeo, lo cual tampoco parece sencillo porque exige cierta cesión de soberanía que puede provocar urticaria. Se trata de un primer paso hacia la unión bancaria, y esta debe estar asociada a la necesaria unión fiscal. Todo ello es muy necesario para remozar la arquitectura institucional europea, cuya credibilidad ha salido muy dañada por la pésima gestión de la crisis. Pero los expertos consideran que ese paso fundamental en la construcción europea que significa que el BCE sea el supervisor bancario puede llevar meses o incluso años. Es un riesgo elevado. “Puede que la UE esté siendo excesivamente optimista con los plazos”, según el think tank de Bruselas Eurointelligence.

España. Siempre España. Se supone que el rescate solicitado por España llegará por la vía antigua: una línea de crédito al Estado, a través del fondo de rescate bancario (FROB), lo que supone elevar hasta 10 puntos la deuda pública española. Una vez esté aprobada la nueva función del Mede para recapitalizar directamente los bancos, eso ya no será así. Pero hay grandes incertidumbres al respecto. Fuentes europeas interpretan que los primeros tramos del rescate contarán como deuda pública, pero que en cuanto esté listo el nuevo mecanismo las inyecciones directas a la banca evitarán que se eleve el endeudamiento del Estado. Eso supone claros incentivos para el Gobierno español para retrasar al máximo todo el proceso. El 9 de julio deberían estar listas las condiciones del préstamo a España, aunque la Comisión Europea ya ha adelantado que esa fecha podría rebasarse. Es del todo lógico pensar que España hará lo posible porque así sea. El peligro es que los mercados castiguen esa estrategia de dilación ante la necesidad de clarificar la situación de Bankia y de varias cajas de ahorros. Pero también podrían castigar por el hecho de que la deuda se hinche demasiado. Una vez más, se trata de encontrar soluciones técnicas, que las hay, si hay voluntad política.

Hay una buena noticia adicional. Queda claro que sea cual sea el fondo de rescate que use España para recapitalizar sus bancos, eso no supondrá que los socios europeos sean acreedores preferentes, algo que había atemorizado a los asustadizos mercados.

Alemania ante el espejo. El frente común España-Italia-Francia dejó a Alemania ante la posibilidad de bloquear cualquier acuerdo o buscar una salida. La negativa a un compromiso hubiera tenido graves consecuencias, no solo para Italia (en forma de crisis política y de insoportable presión en los mercados) o para España (a los pies de los caballos por las dudas sobre su banca y ese círculo vicioso entre el agujero financiero y las cuentas públicas): el peligro era un fracaso europeo, uno más, que inflamara el eurodesencanto que se va fraguando en algunas capitales europeos, en varios parlamentos a los que han entrado partidos populistas o abiertamente antieuropeos, esas cosas. La canciller Angela Merkel tiene hoy la difícil papeleta de convencer al Bundestag (Parlamento) para que apruebe el tratado del mecanismo de rescate con una mayoría lo suficientemente holgada para que no tenga que temer por el tribunal de Karlsruhe. Y de convencer también a su electorado (y a alguna de la prensa más conservadora o directamente reaccionaria) de que lo que es bueno para Europa es bueno para Alemania. Su mentor, Helmut Kohl, contribuyó a esa narrativa en momentos clave para la creación del euro. Merkel debe jugar ahora ese mismo papel para salvar la moneda única. Nada fácil. Hay políticos que son como espejos: suscitan reflejos entre sus conciudadanos. Cuando eso no sucede hay que acordarse de Maquiavelo: “Y cuando el azar hace que el pueblo ya no confíe en nadie, acaece necesariamente la ruina”.

La gran incógnita: la recesión. Europa dio ayer y dará hoy un gran paso adelante en el proyecto del euro a largo plazo, con ese camino hacia la unión política fundamental para la credibilidad de una moneda única que no servía ya de impulso hacia ninguna parte. Las medidas urgentes son también importantísimas para evitar un accidente político o en los mercados en Italia y España, que suman una cuarta parte del PIB europeos y activos bancarios de unos ocho billones de euros. Pero, al cabo, todo eso servirá de poco si la Unión sigue deslizándose hacia una recesión que será profunda al menos en el Sur. Los socios han aprobado un plan de 120.000 millones de euros, el 1% del PIB europeo, gracias a la insistencia francesa. Pero puede que esa cifra se queda corta, máxime si la mayor parte de las medidas se basan en pura ingeniería financiera o en recolocar los fondos estructurales ya existentes.

Analistas como el Nobel Paul Krugman llevan mucho tiempo explicando que no es el momento de que la UE sea timorata en las políticas de estímulo: donde no haya margen para asumir más deuda debería ser la UE quien tomara prestado; y donde hay margen (de nuevo, Alemania) es hora de ver cambios sustanciales a la vista de que la austeridad por sí sola no lleva a ningún lado. Las primeras pistas de si de veras el acuerdo europeo supone un cambio de aire se verán en unos días, en Fráncfort: el BCE está prácticamente obligado a dejar de estar cruzado de brazos. Los socios europeos le han dado poderes en el sistema bancario como para que dé un golpe de mano: una rebaja sustancial de los tipos de interés y nuevas medidas excepcionales. Si la recesión prosigue, a pesar de todas las medidas, la banca volverá a sufrir, y la situación fiscal de los países: nadie paga sus deudas si no crece. Alemania, de nuevo, ha dado señales esperanzadoras, con la posibilidad de que Berlín acepte una inflación más alta. Fráncfort, sede del BCE, debería poner ahora de su parte.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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