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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La broma de mal gusto de Romney

El candidato republicano intentó engañar a los ciudadanos y no debería salirse con la suya

Paul Krugman

"Número uno”, declaraba Mitt Romney en el debate del miércoles: “Mi plan contempla la cobertura de enfermedades preexistentes”. No es así (como han reconocido anteriormente los propios asesores de Romney y volvieron a reconocer después del debate).

¿Estaba mintiendo Romney? Bueno, o eso, o estaba gastando lo que equivale a una broma de mal gusto. Sea como sea, su intento de engañar al electorado en este asunto fue la más grave de muchas afirmaciones engañosas o deshonestas que hizo en el transcurso de esa hora y media. Sí, el presidente Obama lo hizo muy mal a la hora de responder. Pero dejaré la crítica teatral a otros y hablaré en su lugar del asunto que debería ser el centro de atención en estas elecciones.

De modo que, en relación con esa broma de mal gusto, lo que Romney realmente propone es que a los estadounidenses con enfermedades preexistentes que ya tienen cobertura sanitaria se les permita conservar esa cobertura aun cuando pierdan su empleo, siempre y cuando sigan pagando las primas del seguro. Se da la circunstancia de que eso ya es un principio legal fundamental. Pero no es lo que cualquier persona en la vida real entiende por tener un plan sanitario que cubra enfermedades preexistentes, porque solo se aplica a quienes, para empezar, se las apañan para conseguir un trabajo que incluye un seguro sanitario (y son capaces de mantener sus pagos al día a pesar de haber perdido ese trabajo). ¿He mencionado que el número de puestos de trabajo que incluyen un seguro sanitario ha estado disminuyendo sin parar durante la década pasada?

Lo que Romney hizo en el debate, en otras palabras, fue, en el mejor de los casos, un juego de palabras con los votantes fingiendo ofrecer algo sustancial a los no asegurados cuando en realidad no les ofrece nada. A efectos meramente prácticos, simplemente mintió sobre lo que sus propuestas políticas representarían.

¿Cuántos estadounidenses quedarían desprotegidos según el plan de Romney? Una posible respuesta es que 89 millones. Según la no partidista Commonwealth Foundation, ese es el número de estadounidenses que carecen de la “cobertura continua” que les permitiría optar a un seguro sanitario de acuerdo con las promesas vacías de Romney. Por cierto, eso supone más de un tercio de la población de EE UU de menos de 65 años.

Otra posible respuesta es 45 millones, el número aproximado de personas que tendrían seguro sanitario si Obama fuese reelegido, pero que lo perderían si Romney ganase.

Esa cifra aproximada es el reflejo de dos factores. Primero: Romney propone revocar la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible, lo que supone acabar con todas las formas en que dicha ley ayudaría a decenas de millones de estadounidenses que tienen enfermedades preexistentes o que no pueden permitirse un seguro sanitario por otros motivos. Segundo: Romney propone unos recortes drásticos en Medicaid —esencialmente para ahorrar un dinero que podría usar para bajarles los impuestos a los ricos— que negarían la asistencia sanitaria básica a varios millones más de estadounidenses. (Y no, a pesar de lo que ha dicho, uno no puede recibir la asistencia que necesita con solo ir al servicio de urgencias).

Pero esperen, que es aún peor. El verdadero número de víctimas de las propuestas sanitarias de Romney sería muy superior a cualquiera de estas cifras por un par de razones.

Una es que Medicaid no solo proporciona asistencia sanitaria a los estadounidenses que son demasiado jóvenes para pertenecer a Medicare; también paga los cuidados de enfermería y otras necesidades a muchos estadounidenses mayores.

Además, muchos estadounidenses tienen un seguro sanitario, pero viven bajo la amenaza constante de perderlo. Obamacare haría desaparecer esta amenaza, pero Romney la traería de vuelta y la haría peor. Las redes de seguridad no solo ayudan a las personas que de hecho se caen, también hacen que la vida sea más segura para todos aquellos que podrían caer. Pero Romney nos arrebatará esa seguridad, no solo en la asistencia sanitaria, sino en todos los aspectos.

¿Qué hay de la afirmación que hizo un asesor de Romney después del debate sobre que los Estados podrían intervenir para garantizar la cobertura por enfermedades preexistentes? Eso es una tontería en muchos aspectos. Por una parte, Romney quiere eliminar las restricciones impuestas a las ventas interestatales de seguros y privar a los Estados de su capacidad reguladora. Además, si uno se limita a exigir que las empresas de seguros cubran a todo el mundo, las personas sanas esperarán a ponerse enfermas para contratarlos, lo que hará que las primas de los seguros se disparen. De modo que es necesario acompañar las normas que se aplican a las aseguradoras con el requisito de que todo el mundo tenga seguro. Y para que eso sea factible hay que ofrecer subvenciones para pagar los seguros a los estadounidenses con rentas bajas, subvenciones que deberá pagar el Gobierno federal.

Y lo que tenemos al final es —precisamente— la reforma sanitaria que el presidente Obama ha convertido en ley.

Habría sido deseable que Obama hubiese defendido este argumento con eficacia en el debate. Tenía todo el derecho a saltar y decir: “Ya estamos otra vez”: la afirmación de Romney no solo era básicamente engañosa, sino que ya ha sido desacreditada por todo el mundo y la propia campaña de Romney ha admitido que es falsa.

Por la razón que sea, el presidente no lo hizo, ni en relación con la asistencia sanitaria ni en ningún otro asunto. Pero, como he dicho, no me preocupa la crítica teatral. El hecho es que Romney intentó engañar a los ciudadanos y no deberían permitirle que se salga con la suya.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, es profesor de la Universidad de Princeton.

Traducción de News Clips.

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