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Tribuna
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La ambigüedad de la libertad de internet

Anonymous podría acabar siendo igual de amenaza que su principal enemigo, el gobierno de EE UU

Es difícil negar la ambigüedad intelectual de la idea misma de “libertad de internet” cuando entre sus más acérrimos defensores se encuentran los idealistas hacktivistasde Anonymous y los implacables diplomáticos del Departamento de Estado norteamericano, dos colectivos que por lo demás están en pleno desacuerdo sobre cualquier otra cosa.

Los problemas de los diplomáticos son bastante bien conocidos a estas alturas. Mientras Hillary Clinton se complace en hacer discursos en los que quiere aparecer como la mayor defensora mundial de la “libertad de internet”, la cruda realidad es que su mayor enemigo es su propio gobierno. Dada la interminable corriente de leyes draconianas sobre copyright y seguridad cibernética procedentes de Washington, ese hecho está siendo cada vez más difícil de ocultar al público de todo el mundo, que empieza a preguntarse por qué los diplomáticos norteamericanos siguen criticando a Rusia o China pero no dicen nada sobre la impresionante operación de espionaje online que la Agencia Nacional de Seguridad está montando en Utah. Ni tampoco objeta el Departamento de Estado el que sus aliados promuevan leyes de vigilancia; sirva de ejemplo el Reino Unido y sus proyectos de legislación al respecto. La “Internet freedom agenda” norteamericana, es, en el mejor de los casos, inocua, y, en el peor, contraproducente, ya que, al hacer demasiado hincapié en la promesa liberadora de los medios sociales en los regímenes autoritarios, oculta una buena cantidad de emergentes amenazas nacionales que nada tienen que ver con dictadores y sí mucho que ver con la vigilancia agresiva, la privacidad menguante y la asombrosa codicia de Silicon Valley.

Sin embargo, en el caso de Anonymous, la cosa no es tan sencilla. Este movimiento es tan disperso, fluido, y ocasionalmente desorganizado que cualquiera que busque encasillarlo en una coherente doctrina ideológica está perdiendo su tiempo. No obstante, la elección de los objetivos de Anonymous habla por sí misma: la mayoría de sus recientes y más notorios ataques, desde los sitios web de las compañías de seguridad cibernética a los del gobierno chino, están motivados por un deseo de defender la “libertad de internet”. Aquí, las agendas de Anonymous y del Departamento de Estado se solapan.

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¿Por qué esos objetivos precisamente? Como es de esperar, Anonymous reprueba a la industria de seguridad cibernética el que dé paso a una mayor vigilancia, mientras que el gobierno chino es (justamente) odiado por ser el más poderoso censor de Internet del mundo.

Debido a que tales ataques suponen un gran espectáculo, rara vez escapan a la atención de los medios, lo que, al menos en el caso de la pendiente legislación sobre seguridad cibernética, podría resultar extremadamente importante, ya que una mayor cobertura mediática puede ayudar a aumentar la conciencia acerca de cualesquiera de tales proyectos legislativos. Pero todos los espectáculos tienen necesariamente que acabar o se vuelven aburridos; inevitablemente llega un día en que los medios sencillamente pierden interés en ellos. En otras palabras, el espectáculo no es una estrategia políticamente sostenible. Y a Anonymous todavía tiene que ocurrírsele algo distinto al espectáculo; los ciberataques son baratos, fáciles, y pueden atraer a miles de participantes sin exigir mucho de ellos. En ese sentido, pueden ser vistos como una forma de “activismo laxo”, les hace a todos ellos sentirse bien pero no necesariamente hacen que avance la causa que promueven.

Los ataques de Anonymous dan al gobierno chino razones para invertir en vigilancia

Pero —otro paralelismo con el Departamento de Estado— no es solo que la campaña de Anonymous pueda ser inocua; también puede acabar siendo contraproducente. Por ejemplo, es improbable que la industria de la seguridad cibernética no pueda sacar provecho de la inmensa cantidad de ruido y de alarmismo que han generado los ataques de Anonymous. Cada nuevo ataque de Anonymous ha de ser saludado como una buena noticia en los despachos de las compañías que proveen de defensa cibernética tanto al sector público como al privado. Ahora que Anonymous ha revelado que incluso las compañías privadas de espionaje no son seguras —hace unos meses difundió los correos electrónicos de una de ellas— realmente es un buen momento para ser un proveedor de servicios de seguridad cibernética.

En otras palabras, los hacktivistas siguen proporcionando a la industria buenos ejemplos de por qué debiera emplearse más dinero público en fortalecer la vigilancia de Internet y en eliminar el anonimato online. Véanse los recientes ataques de Anonymous a los sitios web de US Telecom y Tech America, dos asociaciones punteras del sector tecnológico que han prestado su apoyo a la Cyber Intelligence Sharing and Protection Act (CISPA), la polémica legislación sobre seguridad cibernética actualmente en estudio en el Congreso norteamericano. No hay que ser un genio para darse cuenta de que un ciberataque contra grupos que promueven una legislación que se enfrente a los ciberataques solo sirve para reforzar sus razones; es como disparar con un bazooka en una sesión legislativa sobre el control de armas. Algo que dichas asociaciones no han desperdiciado, sacando provecho al máximo de ese regalo de Anonymous. Así, el presidente de US Telecom declaró que “con sus actuaciones, los hacktivistas subrayan la importancia de una inmediata activación de la CISPA para garantizar que Internet sigue siendo un foro abierto y seguro para todos”. Con independencia de lo que suceda con esta concreta pieza legislativa, es probable que los legisladores se encuentren bajo una presión creciente a la hora de hacer algo con relación a los ataques de Anonymous, y que ese “algo” no propiciará ningún tipo de “libertad de internet”.

Podemos esperar que en China suceda algo similar. El daño causado por los ataques de Anonymous a los sitios web de su gobierno es mínimo, mientras que el valor simbólico de exponer la censura china de Internet ante el público internacional podría decirse que es insignificante, ya que se trata de un problema bien conocido. Pero los ataques de Anonymous sí que dan al gobierno chino buenas razones para invertir dinero en la vigilancia de la Red y hacerlo, quizá, incluso con apoyo popular: Anonymous no ha omitido exponer detalles de tarjetas de crédito de víctimas inocentes, y la floreciente clase media china fácilmente tendría en cuenta las implicaciones de una inseguridad online. Si los ataques continúan, Anonymous podría dotar a China de su particular “momento Stuxnet” pero sin imponer ninguno de los agobiantes costes del famoso virus; basta con ver el actual flirteo de Irán con la idea de un “Internet nacional”, que no es sino el producto de una gran preocupación por los ciberataques.

¿No se da cuenta Anonymous de nada de eso? ¿Por qué no buscan medios más efectivos de ciberactivismo? Es aquí donde la estructura descentralizada de Anonymous pasa de ser un activo a ser una responsabilidad. Es un movimiento que afirma no tener líderes —bueno, aparte de esos “líderes” que resulta que están trabajando para el FBI— y sin nadie que ejerza el liderazgo no es raro ver que los fáciles objetivos a corto plazo (que a menudo limitan con la travesura) tienen prioridad sobre las metas estratégicas a largo plazo.

Sin embargo, una campaña online para defender la “libertad de internet” no es lo mismo que una campaña online para recaudar fondos para un candidato presidencial o para las víctimas de un desastre natural; requiere algo más que unos cuantos clics o de donaciones en efectivo. Además, los objetivos y las prioridades de esa campaña probablemente estén cambiando todo el tiempo, dependiendo del contexto político. Mientras que recaudar un millón de dólares es una tarea tan evidente en tanto que van llegando, defender la “libertad de internet” requiere de una constante interpretación, deliberación y discriminación entre diferentes procedimientos.

Las jerarquías no tienen el monopolio de hacer bien esas cosas, pero en ausencia de una mayor burocratización y una clara aceptación de mecanismos formales para la toma de decisiones y, de manera más importante, asumiendo culpas cuando tales decisiones conducen a consecuencias desafortunadas, Anonymous podría acabar por ser una amenaza tan grande para la libertad de Internet como su principal enemigo, el gobierno de Estados Unidos.

Evgeny Morozov es profesor visitante en la Universidad de Stanford y profesor en la New America Foundation.

Traducción de Juan Ramón Azaola.

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