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El duque de Palestina

El millonario Munib al Masri es una institución en su tierra Desde su imponente mansión en Nablus, lucha por el proceso de paz entre israelíes y palestinos Acompañó el ataúd de Arafat, con quien compartió una gran amistad, y se codea con dirigentes de todo el mundo

Munib al Masri, a las puertas de su mansión.
Munib al Masri, a las puertas de su mansión.Mikel Marín

Cuando se abren las cuatro puertas de la rotonda que corona el monte de la Misericordia, en la ciudad palestina de Nablus, al norte se contempla el monte de las Maldiciones, al oeste se adivina la costa mediterránea, el sur apunta a la Meca y al este se vislumbra en un día claro Jordania. En el centro, a 900 metros sobre el nivel del mar, el ojo de una cúpula baña en luz intensa una estatua de Hércules, que en esta casa recibe el apodo de “señor de Palestina”, cuenta su dueño que por su fuerza, su resistencia y su tesón. Apoyado en su escultura, Munib al Masri ojea sus posesiones sin darles excesiva importancia. Tapices, muebles, cuadros y antigüedades son para él meras piezas de museo entre las que vive con un deseo que le consume: lograr la paz entre palestinos e israelíes.

No hay alma en Palestina que no conozca a Munib al Masri, de 79 años, apodado el Duque de Nablus. Desde los campos de refugiados de las playas de Gaza hasta las montañas de Cisjordania, Al Masri es padrino y santo patrono, abogado de la causa palestina, benefactor siempre dispuesto a ayudar en todo, desde la educación de los hijos de la familia más pobre hasta la gestión diplomática más delicada del presidente Mahmud Abbas. Para llegar a su casa, uno no tiene pérdida. Cualquier persona en las calles de Nablus señala la cima del monte donde su mansión reposa solemne.

Ojalá acabáramos siendo pobres si pudiéramos retener nuestra tierra y nuestra dignidad"

Al Masri figura habitualmente en las listas de los árabes más ricos del mundo. Suele ser el único palestino en ellas. Su fortuna se estima en 1.600 millones de dólares, algo que él ni confirma ni desmiente. Podría vivir donde quisiera, Nueva York, París o Ammán, pero ha decidido quedarse donde le ancla su corazón. “Soy un nacionalista”, dice, sentándose en el sofá de cuero de su biblioteca. “Amo a mi país. Amo al mundo árabe. Y como Palestina es la que más me necesita ahora, estoy en Palestina. Mi héroe, Arafat, me trajo aquí. Yo acompañé su ataúd desde París hasta esta tierra. Nunca nos separamos”.

Cientos de fotografías decoran esta mansión, a la que el propio Yasir Arafat bautizó como la Casa de Palestina. Muestran a Munib al Masri con actores, reyes y cantantes; con escritores, políticos y deportistas. Pero hay, sobre todo, muchos retratos de Arafat. Arafat con su icónico pañuelo y su uniforme de teflón, o vestido de camisa y pantalón en tiempos remotos. En Oslo o en Ramala. Dando discursos y presidiendo actos militares. Y, sobre todo, Arafat y Munib, Munib y Arafat, en amistad eterna. Una de las fotos es especialmente llamativa. En ella, dos hombres transportan a Al Masri, desmayado, a una ambulancia.

“Sucedió en Ramala, en octubre de 2004. El helicóptero se llevaba a Arafat, que iba a recibir tratamiento en París. Yo iba a acompañarle, pero al verle allí me desmayé. No pude ir con él. Finalmente fui, y traje su ataúd de regreso a esta tierra”, dice. El dolor se refleja en su cara e intenta despejarlo con un manotazo al aire. Arafat falleció el 11 de noviembre de 2004. Fue enterrado pasados unos días, pero en noviembre se exhumó su cuerpo, para tomar 20 muestras que están siendo analizadas por médicos forenses. Muchos palestinos, incluido Al Masri, creen que fue envenenado por agentes israelíes.

Fotos personales de Munib Al Masri con el rey Juan Carlos, el papa Juan Pablo, Yasir Arafat y Rania de Jordania.
Fotos personales de Munib Al Masri con el rey Juan Carlos, el papa Juan Pablo, Yasir Arafat y Rania de Jordania.Mikel Marín

Hace un mes, en una conferencia en el mar Muerto organizada por el Foro Económico Mundial, en la que se propuso un plan para dinamizar la economía de Cisjordania y relanzar el proceso de paz, hubo una frase repetida varias veces en el escenario: “Gracias a Munib”. A Munib al Masri le saludaron en señal de reconocimiento líderes de todo el mundo, desde el presidente Abbas hasta el secretario de Estado norteamericano, John Kerry. Quedaba patente el poder y la influencia de este hombre modesto, versado en los protocolos de la diplomacia y veterano hacedor de reyes. Muchos en Palestina consideran, por ejemplo, que al nuevo primer ministro, Rami Hamdalá, nombrado por Abbas, lo eligió él.

En sus muchos viajes y despachos con líderes mundiales, Al Masri ha pasado también por España. Visitó por primera vez el país cuando era un joven en la veintena. “Recuerdo que visité en una ocasión un bar de Madrid que se llamaba OK Corral. Se me acercó una de las bailarinas, que me agarró de las orejas y me dijo: ‘Viva la madre que te parió”, cuenta. Esas seis palabras, en español, no las olvidó nunca. Como ministro en Jordania, había coincidido en varias ocasiones con el rey Juan Carlos. Ambos se reencontraron en 2011, durante una visita del Monarca español al mar Muerto. Allí, Al Masri aprovechó lo aprendido en Madrid. “Me acerqué y le dije: ‘Majestad, viva la madre que te parió”, recuerda. “Él se rió. Me ha parecido siempre una persona agradable y humilde”.

Al Masri nació en 1933 en el monte de las Maldiciones. Su padre era mukhtar, líder de la villa, y su familia regentaba una tienda de oro en un recoveco de la ciudad vieja. Es el menor de 11 hermanos. Vivió con su familia la partición de Palestina y la declaración de independencia de Israel. Con la guerra en la sangre, decidió, costase lo que costase, viajar a América, a convertirse en piloto para luchar contra los israelíes. Luego optó por algo menos beligerante y más lucrativo: estudió Geología del Petróleo en Texas.

La mansión de Al Masri, en lo alto del monte de la Misericordia, está inspirada en la villa La Rotonda de Vicenza.
La mansión de Al Masri, en lo alto del monte de la Misericordia, está inspirada en la villa La Rotonda de Vicenza. Mikel Marín

En las vacaciones de verano buscaba empleos temporales que le ayudaran a costearse la matrícula. En 1953 se mudó a Chicago, donde pagaban mejor a los inmigrantes. Frecuentó la sala de baile Palladium, decorada al gusto renacentista con un toque manierista. “Pensé entonces que si volvía a Palestina, construiría una casa similar”, dice. Regresó en 1956, con Ángela, su mujer, a la que había conocido en Estados Unidos, y con la que tendría cuatro hijos y dos hijas, que ya le han hecho abuelo en 18 ocasiones.

Pero antes de construir su mansión tuvo que hacer su fortuna. Primero, al frente de la empresa EDGO, una contratista de proyectos de explotación de crudo y gas en Jordania, y luego con PADICO, un grupo financiero que controla, entre otras, empresas de telefonía, manufactura y agricultura en los territorios palestinos. Paralelamente fue ministro en Jordania y, según la leyenda, rechazó en tres ocasiones ofertas de liderar el Ejecutivo palestino. En 1998 decidió cumplir, por fin, su sueño.

Le pidió a su hijo Rabih, que había estudiado Arquitectura en California, que dibujara una réplica de Villa La Rotonda, construida en Vicenza en el siglo XVI con un diseño de Andrea Palladio. Compró una parcela en lo alto del monte de la Misericordia y contrató a los interioristas Joseph Achkar y Michel Charriere. En total, 240 contenedores llegaron a esta montaña desde Jordania con muebles, obras de arte y antigüedades. A Al Masri le aguardaban, sin embargo, dos problemas.

La mansión de Al Masri está poblada de antigüedades, desde una estatua de Hércules hasta cuadros de Picasso y Modigliani.
La mansión de Al Masri está poblada de antigüedades, desde una estatua de Hércules hasta cuadros de Picasso y Modigliani.Mikel Marín

El primero tuvo una solución relativamente fácil. “Excavando para construir los cimientos, encontramos estos tres trozos de cerámica”, explica, mientras señala una urna. Era parte de una iglesia bizantina del siglo V. Decidió preservarlos y convertir su sótano en un museo que enseña a los visitantes.

La solución al otro problema quedó fuera de su alcance. Tras dos años de construcción, estalló la segunda intifada, la revuelta palestina contra la ocupación israelí. Nablus fue uno de sus epicentros. Para los israelíes, la ciudad se convirtió en capital del terrorismo. Las fuerzas armadas de Israel ocuparon la mansión —en construcción— durante tres semanas. Desde uno de los porches se ven aún los efectos de los desencuentros entre israelíes y palestinos: Itamar y Braja, dos asentamientos judíos en tierra palestina, ilegales según el derecho internacional. Esa vista le recuerda la necesidad de una solución pacífica al conflicto, dos Estados vecinos y en paz según las fronteras previas a la guerra de 1967.

Todo el dinero de Al Masri no podría comprar la paz. Por eso, tal vez, no le da especial importancia a su riqueza. Es un hombre extremadamente sencillo. Cuando abandona una habitación, apaga personalmente todas las luces. “Tenemos grandes problemas en Nablus con el suministro de electricidad. A veces hay apagones. Hay que ahorrar”, dice. Casi todo lo que se consume en Casa Palestina se cultiva en sus huertos.

En esta mansión-museo, en la que cuelgan dibujos de Pablo Picasso y Amedeo Modigliani y donde la posesión más preciada de su dueño es un antiquísimo mapa de la llamada Tierra Santa en el que se muestra una lista de profetas bíblicos, a Al Masri no le abandona una idea, que determina sus actos y sus planes de futuro. “¿De qué vale la riqueza sin un Estado? Ojalá acabáramos siendo todos pobres si pudiéramos retener nuestra tierra y nuestra dignidad. De nada sirve ser rico sin dignidad y sin tierra”, sentencia, con cierto aire de melancolía.

El respeto del padre

Con la entrevista acabada, y a dos kilómetros de Casa Palestina, el asistente de Munib al Masri llama al periodista y al fotógrafo: “El señor Al Masri les pide que regresen”. De regreso a la mansión, Al Masri espera en el portón. Ofrece enseñar la ciudad vieja de Nablús, donde creció y viven sus familiares. Es una labor casi imposible. En el paseo, decenas de personas se le acercan, le susurran al oído, le piden consejos o favores. “Abu (padre) Rabih”, le llaman en señal de respeto. Le ofrecen manzanas, pepinillos, refrescos... Un hombre con gesto dolorido se le acerca y le susurra. Al Masri se aparta a un lado y saca de su cartera un fajo de dinares, que coloca en su mano. El hombre, aliviado, dobla algo las rodillas, y le dice: “Gracias, Abu Rabih”.

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