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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hagan sitio a Turing

La reina Isabel II firma una orden de Gracia y Misericordia con la que rehabilita al gran científico británico

SOLEDAD CALÉS

Teniendo en cuenta que a la Iglesia católica le llevó cuatro siglos conceder el perdón a Galileo por el delito de haber dicho la verdad, cabe considerar una bicoca los meros 71 años que ha tardado la Corona británica en pedírselo al genial matemático Alan Turing por el crimen de ser homosexual. Pero en otro sentido crucial, Buckingham Palace ha superado en perfidia a la mismísima y santísima Inquisición, porque Galileo al fin y al cabo estaba arremetiendo contra las certezas de quienes lo castigaron, pero Turing acababa de salvar la vida de los verdugos que le condujeron al ostracismo y quién sabe si a la muerte.

Produce una verdadera repugnancia pensar en el burócrata descerebrado que destruyó a uno de los mejores cerebros que el planeta engendró en el siglo pasado, y uno de los artífices del mundo moderno, porque no era capaz de ver más allá de su miope orientación sexual. Así que bienvenida sea la disculpa de la reina Isabel II aunque haya tardado siete décadas. Los hay más lentos.

Resulta muy difícil sobrevalorar la importancia del gran científico británico. Las ciencias de la computación en las que se sustenta el mundo actual fueron la creación de unos pocos genios, y Turing aparecería en cualquier lista muy corta junto al gran matemático de origen húngaro John von Neumann y otros pocos. El británico también fue el pionero de la inteligencia artificial que permite funcionar a nuestros ordenadores, teléfonos y automóviles, y el descubridor de los mecanismos de gradiente (o de reacción-difusión) en los que se basa buena parte de la biología actual.

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Pero Turing, además, fue reclutado por el Gobierno británico para descifrar los mensajes secretos del Ejército alemán durante la II Guerra Mundial y sus ecuaciones fueron decisivas para que las fuerzas aliadas arruinaran los planes de Hitler. Y el mismo Gobierno que al acabar la guerra le concedió la orden del Imperio Británico decidió, de manera incomprensible, procesarle por homosexualidad y declararle un peligro para la seguridad nacional. Al poco apareció muerto por cianuro. Cuando un día de estos haya que reescribir la historia, no olviden hacer sitio a Turing.

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