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Tribuna
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La desactivación de Irán

La diplomacia debe intentar crear confianza en ambos bandos negociadores

Joschka Fischer

El 18 de febrero se iniciaron en Viena unas negociaciones decisivas sobre el programa nuclear de Irán entre este país y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania. El acuerdo provisional alcanzado el pasado mes de noviembre en Ginebra reflejó la aceptación de facto por parte de Occidente de que Irán tiene derecho a llevar a cabo un enriquecimiento limitado de uranio enriquecido en el marco del Tratado de No Proliferación (TNP). Occidente liberó unos 7.000 millones de fondos iraníes congelados y relajó algunas de las sanciones, mientras que Irán accedió casi a congelar su programa nuclear, con lo que se creó la base para un acuerdo duradero. La realización de esas posibilidades será, sin embargo, difícil.

En primer lugar, habrá que superar una montaña de desconfianza mutua. Occidente e Israel no creen que el programa nuclear iraní esté concebido para fines meramente civiles. De lo contrario, ¿por qué habría de invertir Irán miles de millones de dólares en un programa hecho casi a medida para fines militares? Los dirigentes iraníes continúan convencidos de que Estados Unidos sigue queriendo provocar un cambio de régimen. Desde la perspectiva de Irán, la mano extendida americana podría convertirse en un puño.

Además, cualquier compromiso podría ser impugnado dentro de ambos bandos, lo que propiciaría graves conflictos políticos internos. Y aun cuando los dirigentes actuales de los dos bandos fueran sinceros, ¿lo serán también sus sucesores?

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La falta de confianza entre Irán y Occidente nos lleva directamente al segundo obstáculo para un acuerdo amplio: la verificación y la supervisión. La cuestión fundamental en esas negociaciones se refiere a la “capacidad de romper el equilibrio”: el tiempo que necesitaría, en el marco de cualquier acuerdo con Occidente, para incumplirlo y fabricar un arma nuclear. ¿Cuánta supervisión será necesaria no solo para verificar el cumplimiento, sino también para descubrir cualquier intento de ruptura del equilibrio?

Las cuestiones técnicas son complejas y el proverbial quid está en los incontables detalles, pero las perspectivas de acuerdo dependerán de la resolución de tres cuestiones amplias.

¿Tiene Obama un mandato nacional para pactar una revocación completa de las sanciones?

Las dos primeras reflejan las dos vías hacia la obtención de la bomba: el enriquecimiento de uranio y la producción de plutonio. Cualquier acuerdo viable obligará a Irán a renunciar al enriquecimiento de uranio por encima del nivel del 5% necesario con miras a un programa de energía nuclear para uso civil, aceptar límites para los volúmenes de enriquecimiento, el número de centrifugadoras y la tecnología, acceder a renunciar al reprocesamiento y abordar las operaciones en el reactor de agua pesada de Arak. La tercera se refiere a la supervisión y la vigilancia, que durante no poco tiempo tendría probablemente que superar lo acordado en el Protocolo Adicional del TNP y abarcar ciertas instalaciones militares.

De hecho, la duración del acuerdo revestirá importancia decisiva. Occidente quiere que se aplique durante el mayor periodo posible, mientras que Irán preferiría un marco temporal muy corto dentro del cual alcanzar sus objetivos fundamentales: una revocación duradera y completa de las sanciones internacionales y el reconocimiento como potencia nuclear no militar conforme al TNP. Eso plantea otra cuestión importante: ¿de verdad tiene el presidente de EE UU un mandato nacional para negociar una revocación completa de las sanciones?

A este respecto volvemos a la cuestión fundamental de este proceso: las cuestiones técnicas, aun siendo importantes, siguen siendo solo una expresión de los conflictos y hostilidades políticos subyacentes. Estos son los factores reales que impulsan la confrontación a cuya desactivación van encaminadas las negociaciones de Viena.

Todos los participantes relevantes se aferran a sus posiciones iniciales. EE UU no quiere que Irán llegue a ser una potencia nuclear militar ni que consiga preponderancia regional. Europa comparte esa posición, pero es más flexible. Arabia Saudí, potencia suní, quiere impedir que el chií Irán sea una potencia en ascenso en el Golfo y se ha adherido al bando opuesto en Siria, Líbano e Irak. Israel se opone a que Irán se convierta en una potencia nuclear militar y está dispuesto a impedirlo por medios militares.

Para lograr un compromiso sostenible que todos acepten, las negociaciones deben ir acompañadas de medidas diplomáticas encaminadas a crear confianza. Irán debe decidir si quiere seguir la vía norcoreana del aislamiento internacional o alguna variación de la vía china a la integración en la economía mundial. Además, debe entender que su relación con Israel y con Arabia Saudí afectará a las negociaciones, ya sea positiva o negativamente.

Y Occidente tendrá que acostumbrarse a la idea de coexistir con un programa iraní de energía nuclear civil, sin por ello dejar de limitar la capacidad iraní para llegar a ser una potencia nuclear militar en ascenso. Como muestran los ejemplos, muy diferentes, de la Unión Soviética y China, el régimen iraní podría desplomarse algún día o experimentar un cambio muy profundo... probablemente cuando casi nadie se lo espere. Hasta entonces, debemos hacer todo lo posible para desactivar juntos la bomba nuclear de relojería.

Joschka Fischer, exministro de Asuntos Exteriores y exvicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, fue un dirigente del Partido Verde Alemán durante casi 20 años.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

© Project Syndicate / Instituto de Ciencias Humanas, 2014.

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