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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Candidato Al Sisi

El espejismo de Tahir concluirá con la vuelta de los militares a la presidencia de Egipto

El anuncio del mariscal Abdel Fatah al Sisi de que deja las Fuerzas Armadas para alcanzar la presidencia de Egipto no ha sorprendido a nadie, pero está en las antípodas de lo previsto por el levantamiento popular que hace tres años derrocó al eterno dictador Hosni Mubarak. Los generales egipcios, el verdadero poder tras la fachada civil, han coreografiado durante meses los prolegómenos de un gesto que volverá a colocar a uno de ellos al frente de los destinos del más importante país árabe, como ha sido siempre excepto durante el breve Gobierno islamista.

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Desconocido para los egipcios hasta la primavera de 2011, Al Sisi, ahora en el apogeo del culto a la personalidad y sin rivales de relieve, será un candidato imbatible en las elecciones de este verano, a las que seguirá, para evitar sorpresas, la renovación del Parlamento. Nadie puede esperar una campaña neutra y libre, en la que competir abiertamente por el poder, tras la vorágine de tres años en Egipto. Al Sisi tiene el absoluto apoyo de los militares y de la maquinaria del Estado, del mundo de los negocios y de una buena parte de la opinión pública, que quiere una mano firme como la demostrada por el devoto general en la sangrienta represión de los Hermanos Musulmanes. Al Sisi ha anunciado su decisión la misma semana en que 529 islamistas han sido condenados a muerte en un juicio-farsa de dos días y se ha abierto proceso contra casi otros 700.

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Desde el golpe contra el Gobierno sectario e inepto de Mohamed Morsi, en julio pasado, los militares egipcios afirman que su objetivo es la democracia. Nada tan ilusorio. Bajo la batuta de Al Sisi, un rostro nuevo de la vieja guardia, el Ejército mantiene los elementos esenciales del Estado policiaco de Mubarak y el control absoluto de las simbólicas instituciones del país. Las cárceles están llenas de los proscritos islamistas, pero también de activistas laicos que creyeron en la revolución de la plaza Tahir. La nueva Constitución, aprobada masivamente por el 38% que acudió a votarla en enero, mantiene para las Fuerzas Armadas unos poderes y privilegios, políticos y económicos, sin parangón, incompatibles con un sistema democrático.

Después de tres años de vértigo y esperanza, Egipto cierra el círculo y se apresta a regresar al escenario del que pretendía escapar, el de un país en manos de sus generales, un poder oscuro e incontrolable. Al Sisi, con o sin uniforme, es y será visto como el hombre de los militares.

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