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Qué mueve a... Alberto Morlachetti

“La utopía de construir un mundo justo tiene mucho de pensamiento mágico”

Alberto Morlachetti creó hace 40 años la Fundación Pelota de Trapo para niños en riesgo de exclusión. Cuenta con varios talleres, biblioteca, escuela y hasta una agencia de noticias

Alejandro Rebossio
Alberto Morlachetti
Alberto Morlachetti

Alberto Morlachetti es quizá uno de los argentinos que más conoce sobre la realidad de los niños en situación de riesgo social. Nació pobre, trabajó desde pequeño, se graduó de sociólogo, pero prefirió dedicarse a los chavales como los que él mismo había sido. De 71 años, hace 40 comenzó a crear lo que hoy es la Fundación Pelota de Trapo, que cobija a 25 niños en un hogar, recibe a otros 200 durante el día, da recreación y alimento a otros 175, cuenta con talleres escuela de imprenta y panadería, una biblioteca, una escuela de educadores populares y una agencia de noticias. Fue funcionario de la provincia de Buenos Aires en los tiempos del gobernador Antonio Cafiero (1987-1991), peronista, y coordina el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, que agrupa a organizaciones como la que él dirige en el municipio bonaerense de Avellaneda y que fue una de las impulsoras de una de las medidas sociales más emblemáticas del Gobierno de la también peronista Cristina Fernández de Kirchner, la asignación universal por hijo. Pero Morlachetti, que en la última dictadura militar de Argentina (1976-1983) fue expulsado de la docencia en la Universidad de Buenos Aires por comunista, prepara para este año, en pleno estancamiento económico y subida de la inflación a más del 30%, una nueva marcha para denunciar que "el hambre es un crimen".

Morlachetti se mueve por los pibes: "No habría renovación humana si no nacieran chicos. Hay que confiar en que ellos son como heraldos que traen algo nuevo. Uno podrá pensar que es pensamiento mágico. Y sí, la vida tiene pensamiento mágico y pensamiento científico. La utopía de construir una sociedad más justa tiene mucho de pensamiento mágico". Comenzó a jugar al fútbol con los niños de su barrio, Gerli, en 1974. "Yo tuve una vida muy parecida a ellos. Era obvio que tenía una especie de mandato que cumplir. Sabía que debía estudiar, terminar la facultad, pero en cuanto terminara debía dedicarme a trabajar con chicos porque era lo que a mí me gustaba y lo que yo sentía. Aparte siento una empatía profunda con esa edad de la vida, la del asombro, de las preguntas hermosas, es la edad en que la palabra no está contaminada, en la que los chicos tienen miradas, gestos, palabras que son como piedras preciosas, uno se va renovando permanentemente".

Morlachetti nació en un campo de la provincia de Córdoba donde trabajaba su abuelo anarquista, que había participado de una rebelión de pequeños arrendatarios de tierras, el llamado Grito de Alcorta, en 1912. "Por él tengo un cariño entrañable. Los anarquistas son muy bellas personas". Después vino a los ochos años con su familia a Gerli. "Acá la vida fue muy dura, quedamos a la intemperie, había que trabajar vendiendo diarios y tratar de estudiar como se podía. La pobreza fue amarga en todos los tiempos, pero en el bar de (las calles) Lacarra y Heredia siempre tenía el sándwich de jamón y queso para que comiera. En ese entonces caíamos presos porque robábamos una bicicleta, en la comisaría te hacían baldear todos los calabozos y después te pegaban una patada en el culo y te dejaban ir. Yo quería una bicicleta hasta que me la pude comprar", recuerda el líder social.

Solo se retrasó en la escuela en 1958, cuando de adolescente se convirtió en militante de la educación pública frente a la irrupción de la privada en Argentina. "Nunca puede ser una mercancía el legado de saber de una generación a otra, es una obligación de la especie humana", opina mientras bebe mate en su casa de Gerli.

En 1982 comenzó con el hogar Pelota de Trapo, cuando “aparecieron los primeros chicos de la calle” en las estaciones de tren.

"Siempre quise trabajar con los chicos. A los 12 años entrenaba al fútbol a pibes de diez. En 1974, si bien había pobreza, no era esta pobreza que se palpa. Los pibes tenían cierta contención, eran abrazados por los barrios, que no expulsaban, como hoy", compara Morlachetti. Lo que comenzó con partidos de fútbol y chocolate caliente derivó en la creación del hogar de día Casa del Niño. En el Gobierno de Cafiero se multiplicaron por toda la provincia. "Los pibes necesitan abrazos, cariño, vínculos. Entonces los llevaba a jugar campeonatos, premiaba el esfuerzo, el buen compañerismo, o que uno hizo dos faltas en lugar de 23. Mis compañeros docentes de la facultad veían esto como una ridiculez, pero yo lo veía como central. Me decían: 'Pero vos sos inteligente, tenés que estar en la cátedra". Años después yo les dije: 'El problema de ustedes es que venían, me miraban, metían un zapato en el barro y después tiraban el zapato. Ustedes no querían estar en este mundo, ustedes quieren investigar papeles tras papeles, pero la teoría nace de tu propia experiencia. Por eso yo nunca quise irme del barrio, porque sería irme del lugar donde uno gestó la utopía", se explica Morlachetti.

"Esta obra fue el reflejo de este país. La Casa del Niño permitía que los papás o las mamás fueran a trabajar, uno compartía la crianza del chico, trabajábamos con su cuerpecito para que la desnutrición no empezara a tallar su estética de horror", recuerda Morlachetti. En 1982 comenzó con el hogar Pelota de Trapo, cuando "aparecieron los primeros chicos de la calle" en las estaciones de tren. "En 1984 me voy a vivir con ellos, no tenía otra alternativa. Ahora Pelota de Trapo es una romería. Vas un sábado, pasan chicos, son chicos bravos, unos ursos, los mismos que te asaltan, pero la ven a Norma, que es la patrona del lugar, y le dan un beso. ¿Por qué? Yo creo que nadie huye de la ternura y ellos van adonde hay ternura", argumenta Morlachetti.

Allí niños del barrio juegan al fútbol, van a la piscina que donó un empresario o se comen un sándwich que les reparte Norma. "No damos de comer por un caracter caritativo, que desechamos. Lo hacemos porque son pibes que colaboran con el lugar, con el corte de yuyos, con desmalezar la vía (del tren), forestar el lugar, hoy Pelota de Trapo tiene sombra y antes era un desierto", continúa el sociólogo.

Para dar sustento económico a las obras, pero sobre todo para que los adolescentes se educaran en el trabajo, Pelota de Trapo primero intentó armar un gallinero y después acabó teniendo una imprenta y una panadería, que producen y también funcionan como escuelas de oficios. Muchos de sus graduados se desempeñan en fábricas y panaderías de la zona sur de la periferia de Buenos Aires. Ahora la panadería está detenida por unos meses porque se les ha roto una máquina y su proveedor se demora en arreglarla. "El principal proveedor de humanidad es el trabajo. Tiene una carga de valores, como compañerismo. Yo en una época trabajaba con pibes de carácter penal, era lo que más me gustaba porque era el desafío más grande, y esos pibes salían rápidamente con el trabajo. Si yo no hubiese trabajado, yo no me salvaba del barrio y la pobreza. El trabajo disciplina muchísimo", defiende Morlachetti y critica la ley argentina que en 2013 elevó de 14 a 16 años la edad mínima para que un adolescente sea contratado.

El educador popular considera que la pobreza actual en Argentina es “más intensa y cruel” que cuando él comenzó su proyecto hace 40 años

El educador popular considera que la pobreza actual en Argentina es "más intensa y cruel" que cuando él comenzó su proyecto hace 40 años. "El paco (pasta base de la cocaína) era inexistente. Había marihuana, pegamento, que te destruía, pero no a la velocidad del paco. Además, el cuerpo social tenía unos mecanismos de defensa que hoy no los tiene. Habría que pensar qué le ocurre a la sociedad que festeja cuando matan a un chico porque está asolando el barrio, y no entiende que ese chico es producto de una sociedad que lo ha abandonado. Hemos llegado al absurdo de creer de que hay que protegerse de los niños y no ampararlos", dispara contra los proyectos de ley de algunos políticos a favor de bajar la edad de imputabilidad penal de 16 a 14 años.

A finales de los 80, Morlachetti, el cura Carlos Cajade y el entonces obispo de Quilmes (al sur de Avellaneda), Jorge Novak, comenzaron a gestar el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo. "El sistema estaba cambiando y el Estado del bienestar se despedía para siempre y nos dejaba un estado neoliberal, feroz, que convertía a los chicos en excedentes demográficos. Antes los chicos, con los oficios, trabajando, eran parte del ejército de reserva del que hablaba Carlos Marx. Estaban prontos para reemplazar a los trabajadores en sus fábricas. Pero hoy, con la cantidad de chicos que nace, no sirven ni para ejército de reserva, desde esa concepción darwinista de la historia. Por eso aparece el paco y una especie de exterminio que los va matando con balas, hambre. El movimiento escribió consignas que hoy son parte de Argentina: el hambre es un crimen, ni un pibe menos. Hizo marchas nacionales muy importantes. No fue fácil. Estuvimos con (el expresidente argentino Néstor) Kirchner (2003-2007) reunidos, le pedíamos la asignación universal por hijo, pero que tuviese al menos el trabajo incorporado porque, de lo contrario, nuestros chicos son rehenes de un asistencialismo feroz", lamenta Morlachetti.

"Hoy el movimiento está pensando una nueva marcha, porque así la reclaman muchas organizaciones, porque las provincias están mal, el Gran Buenos Aires (periferia de la capital) está mal", advierte Morlachetti. "Van a marchar los chicos y los educadores de Argentina, también vienen de Bolivia, Perú, Chile y Paraguay. El movimiento es autónomo, no depende de un partido político. Estamos viendo cómo financiar los ómnibus (autobuses) porque iríamos desde Puerto Iguazu' (noreste de Argentina) hasta Buenos Aires, pasando por El Dorado, Posadas, Resistencia, Goya, Paraná, Santa Fe, Rosario. Sería después del Mundial. Hoy me mueve lo mismo que me movía cuando empecé, yo creo que los chicos merecen vivir, todos. A mí me asusta, más que la guerra de Irak, ver al hombre contemporáneo consumir hasta el final de sus vidas, eso no tiene ningún destino para nuestra condición humana, hemos nacido para nada, cuando en realidad hemos nacido para transformar y embellecer el mundo", sentencia Morlachetti.

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