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¿Qué es lo importante?

Brian Sokol fotografía a refugiados con aquellos objetos o personas que consideran imprescindibles La exposición 'The most important thing' se exhibe en CaixaForum de Madrid hasta el 31 de mayo

Alejandra Agudo
Jean Bbaptiste, enfermero de 45 años, en el pueblo de Libenge, muestra su posesión más preciada e importante: su carnet de identidad de República Centroafricana.
Jean Bbaptiste, enfermero de 45 años, en el pueblo de Libenge, muestra su posesión más preciada e importante: su carnet de identidad de República Centroafricana.brian sokol (Acnur)

La familia. "En cualquier parte del mundo, mayoritariamente, la gente te dice que la familia es lo más importante". Brian Sokol, fotógrafo, ha escuchado esa respuesta muchas veces al preguntar a quienes retrata qué es lo más importante para ellos. Los protagonistas de esas instantáneas son refugiados en Sudán del Sur, Siria, Turquía, Irak, Jordania, Burkina Faso, Congo o Angola. Son algunos de los rostros de los 51 millones de personas —la cifra más alta desde la II Guerra Mundial— que viven desplazadas lejos de su hogar, su país, para huir de la guerra, la violencia, el horror, según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) de diciembre de 2013.

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La muestra The most important thing. Retratos de una huida que recoge este trabajo del Sokol para ACNUR se exhibe en CaixaForum Madrid hasta el 31 de mayo. En fotografías de gran formato, el visitante se encontrará con Alia, Benjamín, María o May. Conocerá sus historias, de dónde son y cómo han acabado en campos de refugiados. Y, sobre todo, qué es lo más importante para ellos. "Nada material". Eso fue lo que contesto la joven Alia, de 24 años, a la que Sokol conoció en el campo de refugiados de Domiz, en el Kurdistán iraquí, en noviembre de 2012. "¿Y tu silla de ruedas?", le preguntó el fotógrafo. "Mi silla no es algo material, es una extensión de mi cuerpo", arguyó ella. Sokol recuerda con gesto de sorpresa aquella conversación que reproduce palabra por palabra.

Como la de Alia, evoca muchas historias sobre los refugiados que ha conocido en años recorriendo el mundo, desde Irak hasta República Centroafricana. "Todas las fotografías tienen mucho trabajo detrás, de entrevistas y conversaciones para entender a las personas", aclara. Esa parte, dice, es fundamental. El relato de vida es clave para que dejen de ser número, para que las cifras y las estadísticas no deshumanicen la realidad. Y eso lo hace notar en sus instantáneas. "La gente que fotografío tiene dignidad. Tienen padres, hijos. Se peinan para salir bien en las fotos. Como cualquiera", apunta.

Sokol quiere que quienes vean sus imágenes empaticen con los retratados. "Mucha gente ni siquiera sabe sobre el problema de los refugiados", lamenta. Por eso, busca que los visitantes se metan en su pellejo y se pregunten qué es para ellos mismos lo importante, qué conservarían si de repente tuvieran que dejar su casa, como les ha pasado a más de 14 millones de personas en los últimos tres años por los conflictos en Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana y Malí.

Cualquiera puede convertirse en un refugiado Brian Sokol, fotógrafo

Los objetos (o las personas) merecedores de ser considerados como "lo más importante" son, en definitiva, una excusa para conocer la historia de quienes los atesoran. Una prenda de vestir, un cacharro de cocina, una máquina de coser, una red de pesca o una llave de un apartamento en Siria, que posiblemente ya no sea ni el fantasma del hogar que fue, alcanzan la categoría de símbolos. Recuerdos de una vida pasada, una esperanza para el futuro o simplemente un medio de vida presente.

"Hay mucha gente que guarda un objeto para llevarlo de vuelta a su país", afirma Sokol. "La mayoría desea volver algún día", asegura. Sin embargo, los hay que no. "Algunos ven tanto horror que no quieren regresar", apostilla. Ni siquiera con el pensamiento. Recuerda Sokol a un refugiado centroafricano que conoció en Congo. "El chico siempre estaba contento, haciendo bromas y pidiendo que le sacara fotos. Pero no podía prestarle mucha atención porque yo estaba haciendo una historia de la reubicación de una familia desde la frontera a un lugar más seguro en el interior del país. Hasta que un día, que estaba bromeando como siempre, le pregunté su historia. Le cambió la cara. Resulta que la Seleka entró en su casa y le cortó la garganta a su madre. Él, que estaba escondido bajo la cama, durmió esa noche sobre la sangre de su progenitora. Mientras me lo contaba, lloraba. Le caían grandes lágrimas por las mejillas. De repente, se había convertido en un ser humano diferente. Cuando terminó de contar su historia, pasó unos minutos serio y callado y, de repente, volvió a hacer bromas otra vez. Era un hombre asombroso".

Con este relato, Sokol aprovecha para subrayar que en sus idas y venidas al epicentro de las crisis humanitarias se ha encontrado con muchas clases de refugiados. Los que, como aquel chico, se aferran a la felicidad. "En los campos de refugiados he escuchado más risas que en cualquier parque de Nueva York", asegura. También ha conocido a los que no abandonan la idea de regresar y los que no quieren volver. Los hay que ya no saben dónde está su hogar y cuál será su destino. "Algunos en Sudán del Sur o Congo me decían: 'es la tercera vez que somos refugiados".

Y otros, que Sokol califica como "nuevos refugiados", no han asimilado su nueva situación. "Lo he visto en los sirios. Algunos tenían su propia casa y un Mercedes, y de repente se ven en un campo", relata el fotógrafo. "Yo solía dar dinero a Unicef y nunca pensé que sería un refugiado viviendo en Turquía en una tienda", parafrasea Sokol a un hombre que entrevistó en aquel país que hoy acoge a un millón de refugiados sirios de los tres millones que han huido fuera de sus fronteras desde que comenzó el conflicto, según datos de ACNUR. "Le puede pasar a cualquiera. Cualquiera puede convertirse en un refugiado", reflexiona ensimismado en medio del bullicio de un bar en el centro de Madrid, donde vino a presentar la muestra.

Él, que se dedica a documentar violaciones de derechos humanos y crisis humanitarias, y debería estar curado de espanto, se indigna al hablar de las injusticias, las individuales y las globales. "No estoy hecho de la misma pasta que esos a los que no les afectan las cosas. Me afectan y eso se nota en mis fotos. Hay quienes encuentran en la cámara un escudo protector. No es mi caso, a mí me hace sentir más cercano", reconoce. "No duermo tan bien como antes". Confiesa que, a veces, cuando regresa de los campos de refugiados a Nueva York y queda con amigos y hablan de cosas superfluas, le dan ganas de tirar su copa de vino a alguno de ellos.

Pese a la indignación que muestra ante la desigualdad y la injusticia, es optimista. "El mundo es susceptible de un sitio mejor cada día", asegura. "En la segunda mitad del siglo XX estábamos logrando construirlo, pero en los últimos 15 años se ha vuelto más violento y cada vez hay más refugiados. Y si la cifra sigue aumentando, ¿qué vamos a hacer? ¿Les dejamos morir?", apostilla. No vacila en responderse a sí mismo que espera que su trabajo "toque la fibra de las personas que normalmente no se interesan por estos asuntos". Y que, con presión popular y mediática, aumenten los fondos para asistir a los refugiados, añade. "Como se hizo para ayudar a los blancos desplazados durante la II Guerra Mundial", argumenta para los escépticos de los mecanismos de asistencia humanitaria internacional que ahora atienden crisis provocadas por conflictos en África y Oriente Medio principalmente.

En solo tres años de conflicto en Siria, hay tres millones de personas desplazadas, según ACNUR

Este estadounidense que, después de media vida fuera de las fronteras de su país natal, dice no sentirse americano —"allí me siento fuera de lugar"— ¿adónde vuelve? Su cámara le ha llevado a más de 70 países para realizar trabajos para agencias de la ONU, ONG y prensa. En algunos, se ha establecido de manera más permanente. En Sudán del Sur residió entre 2011 y 2012. Dos años en los que el país africano estaba construyendo la paz. "No tenían los problemas de hambre que hay ahora", anota. Pero es en Nepal donde considera que esta su "base". Allí, donde vivió 10 años entre 1997 y 2007, tiene un apartamento propio. Es donde volverá después de la promoción de la exposición. Aunque regresará a España pronto, anuncia. Planea mudarse a Barcelona el próximo abril. "No es una ciudad tan grande y agobiante como Londres o París, pero está cerca de los países a los que quiero ir. Siria, Turquía, Egipto... Y me gusta", explica. Además, quiere aprender español. De momento, sabe pedirse su propia copa de vino. "Tinto, por favor".

Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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