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“Me gustaría que el próximo en ser juzgado fuera George W. Bush”

El abogado de derechos humanos Reed Brody (HRW) ha sido clave en el enjuiciamiento del expresidente de Chad

José Naranjo
El abogado Reed Brody, en Dakar.
El abogado Reed Brody, en Dakar.Alfredo Cáliz

La Contra nicaragüense, el general Pinochet, el sátrapa haitiano Jean-Claude Duvalier, el ugandés Idi Amin, el etíope Mengistu o las matanzas de Tíbet. El abogado Reed Brody (Nueva York, 1953) ha dedicado su vida a la defensa de las víctimas de violaciones de Derechos Humanos y a intentar llevar ante la Justicia a toda suerte de tiranos. Apodado el cazador de dictadores, ha sido pieza clave en el enjuiciamiento en Dakar del ex presidente de Chad, Hissène Habré, cuya sentencia se conocerá el próximo 30 de mayo. Por primera vez en la historia, un dictador africano acusado de torturas, crímenes de guerra y contra la Humanidad ha sido juzgado en aplicación de la justicia universal gracias a la tenacidad y persistencia de sus víctimas. Desde 1999, Brody, consejero jurídico y portavoz de Human Rights Watch, trabajó junto a ellas para que este juicio fuera posible. Ahora se plantea escribir un libro de todo ello.

“Ningún tirano acepta con complacencia ser juzgado, Habré ha intentado sabotear el proceso, pero nosotros nunca tuvimos miedo de la verdad”. En su opinión, “los crímenes del régimen están muy documentados y así ha quedado claro en el juicio, tenemos miles de asesinatos y decenas de miles de encarcelamientos sin garantías”. El primer día del proceso, el dictador, que se enfrenta a una posible condena a perpetuidad, trató de presentarlo como una actuación “neocolonialista”, argumento repetido por quienes le defienden. Sin embargo, a juicio del abogado neoyorquino esto es "muy fácil de desmontar. Quienes lo han denunciado son chadianos, ellos fueron los arquitectos de este juicio, no el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ni la Corte Penal Internacional. Ha habido un aplauso unánime a este juicio en el plano internacional”.

Tuvo que pasar un cuarto de siglo para que llegara este momento, pero Brody recibió lecciones de superación desde la infancia. Su padre, un judío húngaro, pasó tres años en campos de trabajo alemanes. “Él fue siempre muy discreto, solo me lo contó al final de su vida y por mi insistencia, pero me impactó mucho. Fue de los pocos supervivientes de su campo y luego emigró a EE. UU. sin un duro, trabajaba como obrero de día y estudiaba por la noche. A los 57 años se doctoró en Lenguas y se convirtió en profesor universitario”.

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En el Brooklyn de los años sesenta, donde casi todos eran negros o latinos, Brody era de los pocos niños de clase media. Y soñaba con ser abogado y con viajar. “Quería cambiar el mundo”. Tras graduarse con 23 años, se fue cinco meses a recorrer Sudamérica con el libro Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, en la mochila. “Por primera vez en mi vida me enfrenté a muchas realidades que no conocía: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Chile. Recuerdo especialmente Potosí, donde visité las minas. Hacía un calor insoportable, la esperanza de vida allí era de 39 años. Empecé a ver la relación entre la prosperidad de mi país y la pobreza de los demás. Y también me tropecé con las dictaduras. En Argentina me quitaron el libro de Galeano en un control, pasé dos horas desnudo en el baño de la estación de trenes de Rosario. Luego conocí la Chile de Pinochet, donde aprendí español”.

Su primer empleo fue en la Fiscalía de Nueva York defendiendo a los consumidores, pero otras causas le reclamaban. A los 31 años escribió un extenso informe en el que acreditaba las atrocidades cometidas por la Contra (movimiento armado opuesto al Gobierno sandinista) en Nicaragua, que provocó que el Congreso de los EEUU cortara la financiación a este grupo y que el mismísimo presidente de EEUU, Ronald Reagan, calificara a Brody de “simpatizante sandinista”. “Fue una experiencia de empoderamiento, de darme cuenta de que se podía cambiar un poquito el rumbo de las cosas”, recuerda. Tras trabajar en la Comisión Internacional de Juristas defendiendo a abogados y jueces perseguidos por todo el mundo, su cruzada por los Derechos Humanos le llevó a El Salvador, Guatemala, Tíbet, Haití, Timor del Este o la República Democrática del Congo.

Sin embargo, la detención de Augusto Pinochet en 1998 a instancias del juez español Baltasar Garzón lo cambió todo, de hecho el caso Habré es heredero directo del caso Pinochet. “Cuando a finales de los noventa los lores británicos dijeron que un dictador podía ser juzgado en cualquier lugar del mundo por violaciones de los Derechos Humanos hubo una especie de efervescencia en el mundo de la justicia internacional para llevar ante los tribunales a quienes parecía que estaban lejos del alcance de la Ley. Podíamos soñar”. Para ese entonces, el abogado neoyorquino trabajaba ya para Human Rights Watch y las organizaciones internacionales de Derechos Humanos empezaron a buscar otros Pinochet.

El problema es que no todos los dictadores ni gobernantes del mundo que han cometido crímenes de guerra se sentarán en el banquillo. “Personalmente me gustaría que el próximo Habré fuera George W. Bush, que se le juzgara por las torturas, las prisiones secretas, Guantánamo. Aunque aún estamos muy lejos de que existan las condiciones políticas para ello, lo cierto es que no se ha dicho la última palabra, de hecho Bush ha dejado de viajar”.

Fotogalería de las víctimas del ex dictador chadiano Hisséne Habré.
Fotogalería de las víctimas del ex dictador chadiano Hisséne Habré.Alfredo Cáliz

Brody insiste en que deben crearse las condiciones políticas. “En el momento en que Pinochet fue detenido en Londres coincidían factores políticos. En Reino Unido acababa de ser elegido el laborista Tony Blair, que estaba empezando su viaje hacia el centro pero podía ofrecer a Pinochet a sus bases; y en la sociedad española había un enorme apoyo a este proceso por toda la conciencia que existe sobre las dictaduras latinoamericanas. Cada vez que el Gobierno de Aznar intentaba interferir en la demanda presentada por el juez Garzón, las asociaciones de Derechos Humanos y los medios de comunicación montaban un gran revuelo", resume.

Tras la detención de Pinochet fuimos contactados por Delphine Djiraibe, de la Asociación de Derechos Humanos de Chad e iniciamos la investigación sobre Habré. Pero no fue el único caso. Recuerdo que el ex dictador etíope Mengistu, que vivía en Zimbabue, viajó a Sudáfrica por un tema de salud y aprovechamos para poner una demanda en este país, pero no prosperó. Igual ocurrió con Izzat Al Duri, el brazo derecho de Sadam Hussein, quien viajó a Viena por cuestiones de salud en 1999 pero el Gobierno de Austria le permitió salir del país. Hubo varios intentos. Lo que a mí me interesó de Habré es que se había refugiado en Senegal. Con el caso Pinochet se criticó que siempre son los países europeos los que juzgan a los dictadores del Tercer Mundo. Pues en este caso nos hemos salido de este paradigma. Senegal era un país a la vanguardia de la defensa de los Derechos Humanos, uno de los primeros en ratificar el tratado contra la tortura, etc, si Senegal juzgaba a Habré la justicia universal sería realmente justicia universal”.

Otro ejemplo de que algo podría fallar en la justicia internacional es que hasta ahora la Corte Penal Internacional, en cuya creación participó el propio Brody, sólo ha abierto procesos contra africanos, lo que ha generado un enorme recelo en el continente hasta el punto de que algunos jefes de Estado han amagado con abandonar el Estatuto de Roma. “Pero eso no es un problema de la CPI”, argumenta Brody, “sino del Consejo de Seguridad de la ONU que le facilita los casos de Sudán y Libia, pero no los de Chechenia, Tíbet o Guantánamo. El problema es que Rusia, EEUU y China, que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad pero no firmantes del Tratado de Roma, pueden vetar cualquier intento de juzgar a sus presidentes o a los de aquellos países a los que ellos protegen. Es evidente que las cosas tienen que cambiar”.

Para Reed Brody es clave que los estados garanticen la aplicación de la justicia universal, por eso fue una enorme decepción que España reformara la Ley para introducir limitaciones en este principio el pasado 2014. “Lo fue para todo el mundo. España era el templo de los Derechos Humanos, el último recurso al que podían acudir los guatemaltecos, los presos de Guantánamo, los tibetanos. Hay tanta miseria en el mundo que cuando hay un país que ofrece posibilidades de justicia, todos quieren ir ahí y al final el barco se hunde. La solución sería que todos los países ofrezcan un mejor nivel de protección de los Derechos Humanos”.

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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