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Porque lo digo yo
Columna
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Especiales

Precisamente si todos se sienten especiales está claro que no lo son: lo especial es no sentirse especial

Cristiano Ronaldo, ayer entrenando con la selección de Portugal.
Cristiano Ronaldo, ayer entrenando con la selección de Portugal.Francois Nel (Getty Images)
Íñigo Domínguez

En los años cincuenta solo el 12% de los jóvenes estadounidenses pensaba que era “una persona especial”. Ya adivinan lo que sigue: hoy se sienten especiales el 80%. Es extrapolable al resto de Occidente y como hoy cualquiera se considera joven, pues ahí estamos todos. Este dato, que augura filas al psicólogo y pastillitas, es citado por Rutger Bregman en Utopía para realistas (Salamandra). Lo gracioso es que es ahora cuando somos menos especiales que nunca, todos tan igualitos y predecibles, tanta gente embrutecida por los gimnasios, los móviles y los packs de series. Y precisamente si todos se sienten especiales está claro que no lo son: lo especial es no sentirse especial. Ahora bien, dirán, una cosa es sentirse y otra serlo realmente, porque aquí se cuela mucha gente que no es, todos podemos dar nombres. Seguro que tienen conocidos a los que se les ha ido completamente la olla en Facebook. Empieza a ser universal aquel viejo chiste malévolo de argentinos sobre el mejor negocio del mundo: comprar uno por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. ¡Alto! ¡Xenofobia! Ya oigo los gritos, pero es que te lo contaban argentinos, he aquí su grandeza. Sin ahondar en las secuelas de Paulo Coelho, quizá todo se reduzca a lo de siempre: querer vivir del cuento y evadir impuestos, como un futbolista caro. También se ha disparado la cantidad de famosos, cuyo número exacto ya escapa incluso al servicio de documentación de ¡Hola! Si le sumamos influencers, youtubers, tuiteros y cuñados con blog aquí ya solo quedan cuatro viviendo tan panchos en el anonimato. ¿Se lo imaginan, cómo será eso? Hay gente que ni lo ha conocido, con su foto dando la vuelta al mundo desde que nació.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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