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Nadal domina a Djokovic y jugará la final de Madrid

Con otra actuación categórica, el balear cierra una secuencia de siete triunfos sucesivos del serbio y aspira a su quinto trofeo madrileño en su sexta final del año. No vencía a Nole desde junio de 2014

Nadal celebra su victoria frente a Djokovic.Vídeo: JuanJo Martín (EFE) / REUTERS
Alejandro Ciriza

Este sábado, en la central de la Caja Mágica, un golpe de efecto en toda regla. Un cambio de orden anímico. Rafael Nadal se impuso a Novak Djokovic (6-2 y 6-4, en 1h 38m) y cerró un serial negativo que decía que no podía con el serbio desde junio de 2014, desde aquella final de Roland Garros. Pero este sábado, la historia dio un giro. Llegaron los nuevos vientos. En el 50º enfrentamiento entre los dos, el español quebró por fin la estadística y comprimió el clásico, ahora 26-24 a favor del serbio. Sin embargo, el que sonríe hoy día es Nadal, que jugará su octava final en Madrid –tiene cuatro títulos– frente al austriaco Dominic Thiem (doble 6-4 a Pablo Cuevas).

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Cambió el marco, porque esta vez la central de la Caja Mágica estaba descubierta, no caía el agua y había sol, que no calor, pero en realidad dio la sensación de que no había pasado el tiempo y de que Nadal continuaba con el recital del día previo ante David Goffin. Arrancó el balear como un toro bravo en un rodeo americano, brincando y dando coces, embistiendo y zarandeando desde el principio a un Djokovic que reflejaba todo lo contrario, una quietud que describe impotencia más que falta de hambre, porque el serbio, dice, quiere, pero hoy día no puede. No le da a Djokovic, al que casi todo le delata.

Sus andares, su derecha y su revés, profundamente anestesiados; también su mirada, porque ahora no compite con los ojos inyectados en sangre ni comprimiendo las mandíbulas (el efecto Becker). No está el serbio, o como decía Nadal un día antes, tal vez sí, porque a pesar de la marejada interior no vuelve la cara, pero desde luego no está a la altura de su propio nombre ni su historia. Ahora mismo, entre él y Nadal media un pequeño gran abismo físico y psicológico, porque mientras el balear acelera y juega con un motor de alta cilindrada, Nole camina cabizbajo y se desplaza en un seiscientos.

Así de rotunda es la diferencia hoy; más adelante, el tiempo lo dirá. Actualmente, Nadal está muy cerca de su punto óptimo. Su drive, el verdadero termómetro del mallorquín, ha recuperado el filo; el revés ya no es solo una herramienta defensiva, sino un recurso estratégico para diseñar los puntos y en momentos importantes hacer palanca; y el servicio ya no es únicamente el punto de partida, sino un gran bastión, el aspecto que en el que seguramente más ha evolucionado Nadal, que azotó desde el principio y sin piedad alguna.

Nole, varias marchas por debajo

Djokovic, cabizbajo, durante el encuentro de semifinales.
Djokovic, cabizbajo, durante el encuentro de semifinales.SERGIO PEREZ (REUTERS)

En un abrir y cerrar de ojos, 20 minutos, el español ya había trazado una frontera de cuatro juegos. Djokovic no reaccionaba de ningún modo y su bola aterrizaba mansamente en la zona intermedia del terreno de Nadal. Un regalo. Muchas bolas a la red, servicio flácido e indefensión cuando el balear ponía la directa. El uno y el otro iban con marchas diferentes, una, dos o incluso tres por debajo el de Belgrado, tierno y abordable. Sin un faro que verdaderamente le alumbrase, porque ahora, cuando gira el cuello y mira a su palco, ya no encuentra a un tótem o a un consejero de toda la vida, su hasta hace poco “familia”.

A dos semanas de París, Nadal marcó territorio. Vino a decirle al serbio: 'Aquí estoy de nuevo'

Ha perdido las referencias Nole –acompañado por su hermano Marko y su gurú espiritual, Pepe Imaz– y toda la confianza que ha ganado Nadal ha ido perdiéndola él. Jugó el balcánico como si supiera de antemano que ya estaba derrotado o no tuviera opciones. Le costó tanto entrar (4-1, 22 minutos, su primer juego) que le gente no tenía del todo claro que el que estaba ahí abajo era él y no un sucedáneo. Entregó el primer parcial en 39 minutos y se agarró al segundo con orgullo, con su inmensa clase. Dibujó un revés a dos manos anguladísimo, marca de la casa, e igualó el break de desventaja (2-2) en su primera opción de rotura. Entonces, por primera vez, un arrebato de los suyos, un gesto de rabia. Por un instante, Djokovic.

Pero fue eso, un instante, algo pasajero. Nadal no aflojó y el serbio estuvo durante muchas fases a su merced, aunque se revolvió en la recta final, cuando ya se sabía prácticamente vencido. El español se regocijó en su gran momento, exhibiendo piernas y marcándose varios sprints magníficos y algunos liftados fabulosos. Fue una señal. Un decir: 'aquí estoy de nuevo, Nole. Estoy preparado, Novak'. A dos semanas de Roland Garros, la mejor forma de marcar territorio. No le batía Nadal al de Belgrado desde hacía casi tres años; desde aquella tarde en la Chatrier, siete derrotas consecutivas [la última hace exactamente un año, el 13 de mayo] y ningún set en el casillero, el cénit de uno y los fantasmas del otro.

Un nuevo orden jerárquico

“Ya tocaba”, bromeó Nadal nada más concluir el partido. “Ya eran muchos partidos sin ganar y el haberlo conseguido significa seguir adelante, con la buena dinámica que tengo desde hace meses, y encima aquí, en Madrid, un lugar muy especial para mí...”, añadió el número cinco, que en su discurso echó un capote a su adversario: “Él quizá ha cometido algunos errores (…), pero sé que Novak viene de hacer cambios y seguro que pronto estará luchando por los torneos importantes, porque es uno de los mejores de la historia”. Nole, por su parte, tuvo un perder caballeroso: "Hoy es uno de esos días en los que el de enfrente juega mejor. Solo puedes felicitarle y continuar", expresó en la sala de conferencias.

Ahora, la inercia se ha invertido. Vence Nadal, padece Djokovic. Disfruta el de Manacor, seis finales ya esta temporada, y sufre Djoker. Aunque la escalera mundial diga lo contrario (Djokovic es el número dos, por detrás de Andy Murray), el clásico redefinió un nuevo orden jerárquico.

HALEP REVALIDA EL TÍTULO

Por segundo año consecutivo, Simona Halep se proclamó campeona en Madrid. La rumana, de 25 años, venció por 7-5, 6-7 y 6-2 a la francesa Kristina Mladenovic. De esta forma, igualó en el palmarés a Serena Williams (2012 y 2013) y a Petra Kvitova (2011 y 2015).

Mientras, la suiza Martina Hingis y la china Chan Yung-Jan conquistaron el título de dobles al superar (6-4 y 6-3) a la pareja formada por la húngara Timea Babos y la checa Andrea Hlavackova. Se trata del segundo Premier Mandatory de la pareja este año, tras el de Indian Wells.

Y en el dobles masculino, Feliciano y Marc López no pudieron en las semifinales con los franceses Nicolas Mahut y Edouard Roger-Vasselin (6-2 y 6-3).

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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