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Del "¡Viva la República!" a otra regencia

Los nubarrones que se ciernen sobre la inestable Bélgica no son los primeros que han afectado a la zarandeada Casa Real de los Saxo-Coburgo-Gotha, llegados de rebote a Bruselas en 1830. La mayor crisis de la monarquía sacudió al país en 1950, cuando los belgas estuvieron al borde de la guerra civil y en el acto de jura de un jovencísimo Balduino como regente, un diputado comunista gritó "¡Viva la República!", exclamación que pocos días después costó la vida al líder del partido a manos de unos pistoleros nunca encontrados. De nuevo se vuelve va especular con abdicación y regencia en Bélgica.

Aquella crisis, conocida históricamente como la Cuestión Real nació de la conducta de Leopoldo III, padre de Balduino, durante la II Guerra Mundial, con el país ocupado por los nazis. A juicio de la izquierda, el rey no estuvo a la altura del desafío histórico y en vez de optar por el exilio, pasó la guerra en su palacio de Laeken (donde, viudo desde 1934 de la adorada Astrid, la madre de Balduino, se volvió a casar en 1941) antes de ser deportado a Austria por los alemanes.

Tras las elecciones de 1949, un gobierno de conservadores y liberales decide convocar un referéndum sobre la pertinencia del retorno de un rey sospechoso. Para la cita con las urnas del 12 de marzo de 1950 se indica explícitamente que no están en cuestión ni la monarquía ni la dinastía y que la pregunta es exactamente: "¿Está usted a favor de que el rey Leopoldo III reanude el ejercicio de sus poderes constitucionales?". El 57,68% de los belgas asiente, con un apoyo masivo (72,2%) en un Flandes que había estado en sintonía con el ocupante germano, y un escaso 42% en Valonia, que vio en el resultado un temido escoramiento del monarca hacia la sensibilidad e intereses norteños.

Autorizado finalmente el retorno del soberano, el aterrizaje de Leopoldo en Bruselas en julio se produjo entre algaradas callejeras, atentados contra los ferrocarriles, huelga general, muertes de manifestantes y movilización del Ejército para controlar la situación. "En estas condiciones, no veo otra posibilidad que la de renunciar", anuncia Leopoldo al dar paso como regente a Balduino, quien jura en dramáticas circunstancias y bajo un atronador "¡Viva la República!" el 11 de agosto de 1950, sin haber cumplido aún 20 años. El rey también adelanta que abdicará cuando el príncipe alcance la mayoría de edad Gobierno, lo que ocurre en julio de 1951.

Medio siglo después, unos belgas a los que resulta imposible imaginarse en estado de pasión encrespada y que han optado por la ignorancia mutua entre flamencos y valones, asisten con cierta indiferencia a los vaivanes entre políticos. La actual situación da un vuelco a la del referéndum de 1950. Hoy son los francófonos de una Valonia económicamente débil quienes ven en la monarquía un seguro nacional, mientras los neerlandófonos de la pujante Flandes la contemplan como si fuera el freno que cabe esperar de un régimen criptofrancófono. Algún periódico se ha preguntado si a Felipe no le ha llegado la hora "de tomar el relevo en vez de prolongar indefinidamente la situación, sus años de preparación y las dudas que suscita". A Alberto y Fabiola no les parece buena la idea, en particular a la reina, mientras llevadas las cosas ya al extremo y especulando con la posibilidad de que no se llegue a un acuerdo en la reforma constitucional del año que viene se teoriza con un abandono en cadena Alberto-Felipe que haga pasar la corona a Isabel, hoy de 4 años. De la mano de la princesa llegaría una regencia que debería corresponder a su madre, Matilde.

Pero Matilde, elegante, con la estampa propia de la aristocracia de la que procede, popular y alejada de la polémica tampoco gusta a los flamencos más extremistas, que piensan que, aun con Felipe en el trono, será ella la que lleve la corona en casa. A la princesa le reprochan que sea de raíz flamenca, pero culturalmente francófona, y que no hable a la perfección la lengua del norte.

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