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Reportaje:

La red de Solana

El premio Carlomagno distingue al jefe de la diplomacia europea por su empeño en que la UE tenga su propia voz en el mundo

Andreu Missé

Embozado con las solapas del gabán que le llega casi hasta los pies, camina solitario como un cartujo, con el ceño fruncido, por el fondo de la sala del aeropuerto militar de Bruselas una fría mañana de febrero. Cavila y traza el plan del día. Escudriña las palabras que dirá por la mañana para aliviar a sus amigos kosovares, especialmente al nuevo presidente, Fatmir Sejdiu. Calcula qué tono empleará por la tarde para transmitir confianza a sus también amigos, los líderes serbios, Borís Tadic y Vojislav Kostunica. Su regla es escuchar a todas las partes.

En el avión, su oficina ambulante, en la que este año lleva ya recorridos 140.000 kilómetros, empiezan las sesiones de trabajo. Primero con sus asesores cargados de dossiers. Después, puesta al día de las últimas noticias con su mano derecha, Cristina Gallach. Sigue un segundo internamiento, en el que repasa el correo en su mini ordenador, cuya pérdida ha enloquecido más de una vez a su escolta. Luego prepara de su puño y letra el contenido de las reuniones en su inseparable cuaderno. Más de 300 libretas cronológicas registran sus reflexiones y propuestas. Todo con una pulcritud y caligrafía envidiables. Es la vida del Solana desconocido, el hermético, que devora informes y guarda sus secretos con extremo celo.

Más tarde habrá un encuentro con los periodistas. Aparece el Solana de la cara amable, el tono distendido y hasta cariñoso para compensar la ausencia de noticias. La estrategia de sus viajes se basa en una intensa preparación del terreno. Numerosos contactos telefónicos previos con sus interlocutores, muchos de los cuales acaban siendo sus amigos. "Solana es un maestro en vincular relaciones personales y profesionales", señala uno de sus antiguos colaboradores. Pero es también exigente hasta la crueldad consigo mismo lo que a veces repercute hasta el dolor con sus más estrechos colaboradores, aunque algunos le son fieles desde hace veinte años.

Llegados al destino empiezan las entrevistas con sus interlocutores, que siembre acaban con una invariable pregunta: "¿Cómo podríamos seguir en contacto?" Hace pocos días dejó atónito a Yang Jiechi, el ministro de Asuntos Exteriores de China, quien le respondía: "pues a través de los contactos oficiales". "No, no", insistía Solana, "quiero su teléfono particular, su correo electrónico privado, tenemos que seguir en contacto". Así, con tenacidad ha ido construyendo una selecta agenda profesional / personal con los actores más relevantes de la política internacional.

En plena guerra del Líbano del pasado verano, el viaje incluyó reuniones privadas con el presidente del Líbano, Fuad Siniora; con Saad Hariri, el hijo del ex primer ministro asesinado, y con Sabish Berri, próximo a la milicia de Hezbolá. En Israel, mantuvo un largo encuentro con el primer ministro, Ehud Olmert, y en los territorios palestinos con el presidente de la Autoridad Nacional de Palestina, Mahmud Abbas. Siempre ve a todos.

Es la red Solana. Una tupida tela de araña urdida de contactos a los niveles más insospechados. Así se ha convertido en un asiduo asistente de las celebraciones de aniversario de Magdeleine Albright, ex secretaria de Estado de Estados Unidos. Mantiene una relación muy estrecha con Bill y Hillary Clinton y visita con frecuencia al también ex secretario de Estado Henry Kissinger.

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Con Washington, no obstante, ha habido sus más y sus menos. Durante el mandato del secretario de Estado de Defensa Donald Rumsfeld nunca puso los pies en el Pentágono. Más tarde, con su sustituto, Robert Gates, y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, las relaciones han mejorado sensiblemente. Con Naciones Unidas su hombre era el ex secretario general Kofi Annan. En Oriente Medio, Simón Peres y el desparecido Yasser Arafat, han sido sus guías. En la UE, ha mantenido un química especial con el ex primer ministro sueco Göran Person. La red Solana cubre también Rusia. El ex titular de Exteriores Igor Ivanov figura entre sus amistades más próximas y el presidente, Vladímir Putin, ya lo ha llevado a su dacha particular.

Alemania, que acaba de concederle el premio Carlomagno, la máxima distinción europea, es el país que está valorando más su gestión para convertir a la UE en un actor de primera línea en la política internacional. Ésta es la tercera distinción que este país concede a Solana en lo que va de año. En enero recibió la Gran Cruz del Orden del Mérito y en febrero la Medalla Paz a través del Diálogo. Alemania, que a diferencia de Francia y Reino Unido, no tiene derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, valora especialmente la política exterior de la UE. Una política a través de la cual se siente representada. "No sería una exageración decir que te has convertido no sólo en la cara sino en el alma de la Política Exterior y Seguridad Común" de la Unión, le dijo el ministro de Exteriores Frank ?Walter Steinmeier, cuando le impuso la Gran Cruz.

Solana llegó al mundo de la política internacional hace apenas una quincena de años. En julio de 1993, el día que cumplía 51 años, Felipe González, su gran referente político y amigo personal, le nombró ministro de Asuntos Exteriores. Llegaba muy bien equipado. Una sólida base científica y una larga experiencia política. Como científico había sido catedrático de Física del Estado Sólido, con cinco años de formación en Estados Unidos, donde fue discípulo del sabio Nicolás Cabrera.

Fue precisamente su oposición al franquismo lo que le había llevado al extranjero tras su expulsión de la Universidad en 1963. Su estancia en las universidades americanas en plena efervescencia contra la guerra de Vietnam influyó poderosamente a aquel joven madrileño recién ingresado en el clandestino Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Una militancia que su hermano Luis pagó con más de dos años de cárcel. A diferencia de sus compañeros de generación, más identificados con el activismo revolucionario del mayo del 68, Javier Solana había bebido en los movimientos estadounidenses de lucha por las libertades civiles e igualdad de derecho con planteamientos más pragmáticos.

La llegada de la democracia, tras la muerte de Franco en 1975, puso también fin a su carrera científica. La senda de investigador que había iniciado siguiendo los pasos de su padre, un reconocido profesor de química, se vio truncada para entregarse de lleno a la política. Primero en la oposición como diputado. Desde 1982, participó en todos los Gobiernos de González, ocupando sucesivamente las carteras de Cultura, Portavoz del Gobierno, Educación y Asuntos Exteriores. La experiencia de Gobierno acarreó también correcciones de línea. El que había sido autor de 50 razones para decir no a la OTAN, tuvo que hacer campaña a favor. Exteriores exigió redoblar esfuerzos para dominar la jerga y penetrar en el elitista mundo de la diplomacia. Sus contactos internacionales le ampliaron su campo de mira. La presidencia de España de la UE en julio de 1995, fue una nueva palanca para potenciarle en las cancillerías europeas.

La ocasión fortuita llegó en noviembre de aquel año tras la dimisión imprevista del secretario general de OTAN, Willy Claes, por una corruptela doméstica. El ministro de Asuntos de Exteriores de Alemania Klaus Kinkel, su homóloga italiana, Sussana Agnelli, y sobre todo el premier británico, Tony Blair, apostaron enseguida por él. El hombre que junto a Narcís Serra estaba mejor colocado para llegar a la Moncloa tuvo que optar. La decisión la tomaron juntos González y él, pensando en lo relevante que sería para los intereses nacionales que un español tomara el mando de la OTAN. El empujón definitivo vino de la mano de Clinton, quien fue expresamente a Madrid para pactarlo con González. Su formación anglosajona y el liberalismo que había absorbido de parte de su familia formada en el Instituto Libre de Enseñanza, jugaron mucho a su favor.

En la Alianza logró uno de sus mayores logros personales, el acuerdo con Rusia en 1997, que puso fin a la guerra fría entre los dos bloques. Pero en la OTAN también tuvo que tomar la decisión "más dolorosa", según confesaría a sus íntimos. El 24 de marzo de 1999, los aviones de la Alianza bombardearon Serbia, Kosovo y Montenegro, la primera acción ofensiva de la organización en sus 50 años de vida. El ataque, que no contaba con la autorización de Naciones Unidas, tenía el apoyo cerrado de varios líderes europeos, como Blair, Jacques Chirac y Gerhard Schröder. Se justificó por razones humanitarias "contra el genocidio en Kosovo". Tres meses después, era aclamado por las calles de Pristina por una multitud fervorosa que coreaba "Solaná, Solaná, NATO, NATO". En el otoño de 1999, los mismos, Blair, Chirac y Schröder fueron a buscarle para que pusiera en pie la Política Exterior de la UE, que se había aprobado inicialmente en Maastricht (1991), desarrollado en Ámsterdam (1997) y que entró en vigor en Colonia (1999).

Necesitaban a un hombre experimentado y tuvieron que vencer las resistencias de los norteamericanos que le querían cuatro años más en la OTAN. Su trabajo en la UE cada vez es más reconocido. "Después de Solana ya no podrá ya no podrá pasar nada en el mundo sin contar con Europa" ha señalado Jean?Claude Juncker, primer ministro luxemburgués. Juncker asegura que "sin Solana habríamos tenido una guerra civil en Macedonia".

El consenso de Europa, Estados Unidos, Rusia y China para que conduzca las negociaciones con Irán es una prueba de la importancia de la voz de la UE, un salto en el que Solana ha contribuido de forma decisiva.

Javier Solana.
Javier Solana.

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