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Un gesto simbólico

La decisión de la Organización de Estado Americanos (OEA) de derogar una resolución adoptada hace 47 años para excluir al Gobierno de Cuba de sus trabajos ha generado reacciones significativas ante el giro adoptado por la diplomacia de Estados Unidos en relación con América Latina, en general y con Cuba en particular. Mientras algunos sectores poderosos del exilio cubano han apoyado la decisión del Departamento de Estado al consensuar una declaración que permite a ambas partes -defensores y críticos del Gobierno de Cuba- mostrarse satisfechas con una decisión que archiva el expediente cubano en la OEA, los portavoces parlamentarios del exilio cubano en Estados Unidos han dejado oír voces airadas de protesta.

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Mario y Lincoln Diaz-Balart, congresistas republicanos por Miami, así como la también representante Ileana Ros-Lehtinen, nacida en La Habana, y el senador de origen cubano Bob Menéndez criticaron la resolución consensuada en San Pedro de Sula, Honduras, y volvieron a amenazar con pedir al Congreso norteamericano que retire los fondos con los que contribuye a financiar la organización. Washington aporta más del 60% del presupuesto de la OEA. Especial violencia contenían las palabras de los hermanos Diáz-Balart: "la OEA es un bochorno putrefacto", recogidas por El Nuevo Herald, que bien podría haberlas pronunciado en La Habana su pariente el comandante Fidel Castro.

Sin embargo, no todas las reacciones del exilio cubano han sido hostiles a la resolución que deroga la suspensión de Cuba y abre la oportunidad de un regreso de la Habana a la organización. Jorge Mas Santos, presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), felicitó a la Casa Blanca y a la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, que estuvo presente en la jornada inaugural de la asamblea, "por su valiente posición frente a una enorme presión diplomática". Pero Mas Santos, hijo del fundador de la FNCA, recordó que si Cuba quiere regresar a la OEA "debe cumplir plenamente los principios de su carta". Se refería así a la Carta Democrática Interamericana, aprobada en 2001 cuando habían desaparecido las dictaduras militares del continente, y a la que Estados Unidos quería hacer referencia explícita en la resolución sobre Cuba.

Para permitir el consenso, Washington retiró esa condición y aceptó un párrafo más vago: "la participación de Cuba en la OEA será el resultado de un proceso de diálogo iniciado a solicitud del Gobierno de Cuba y de conformidad con las prácticas, los propósitos y principios de la OEA".

Como tanto el Gobierno cubano como Fidel Castro, en sus artículos periódicos, han dejado claro que no tienen el más mínimo interés en reintegrarse en la organización cabe preguntarse a que viene toda esta batalla diplomática peleada, en una primera línea por principales aliados de Cuba -Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Ecuador- y en una segunda línea por potencias emergentes como Brasil, cuyo ministro de Asuntos Exteriores, Celso Amorín, tuvo un papel muy activo en la Asamblea de la OEA.

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La respuesta más evidente puede estar en las cuatro cumbres que se celebraron el pasado mes de diciembre en Costa de Sauípe, estado de Bahía, Brasil. Además de las reuniones del grupo de Río, de Mercorsur y de Unasur, Brasil reunió por primera vez a todos los países de América Latina y el Caribe en un gesto que dejó clara su vocación de liderazgo regional. Cuba, que fue reintegrada en esa cumbre al llamado sistema interamericano, recibía el mayor apoyo diplomático de las últimas décadas en un claro en mensaje a Washington de que el dialogo norte-sur en América debía cambiar.

La nueva administración norteamericana parece ser consciente de los cambios políticos que se están registrando en el continente y adapta su diplomacia a las nuevas circunstancias que en palabras de Mas Santos, presidente de la poderosa FNCA, es de una "enorme presión diplomática" de los países latinoamericanos.

Pero la presión diplomática latinoamericana tal vez le venga bien a la nueva administración norteamericana para superar las resistencias internas en el diálogo que desea iniciar con La Habana, ya sea sobre temas migratorios, narcotráfico u otros de mayor calado. Daniel Restrepo, asesor de la Casa Blanca, que estuvo presente en San Pedro de Sula, y que pasa por ser uno de los diseñadores de la nueva política de relación con Cuba, es un decidido partidario de eliminar cualquier barrera que aísle a las sociedades cubana y estadounidense.

"Las leyes de EEUU deben dejar bien claro que el futuro de Cuba será decidido por los cubanos en Cuba" escribía a finales de 2007 en su condición de director del Proyecto de las Américas. En su opinión, el presidente de Estados Unidos debería pedir el Congreso que elimine las condiciones "absurdas" que mantiene respecto a la normalización de relaciones con La Habana. "Esas condiciones crean una situación en la que EE UU no puede apoyar los esfuerzos de transición hasta que la transición sea completa. Las condiciones anacrónicas deben ser reemplazadas por otras basadas en la realidad" escribió. Tal vez esa política ya esté en marcha, aunque todo el mundo sabe que La Habana detesta la palabra transición.

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