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La corrupción somos todos

La sociedad mexicana evade la realidad al proclamar que sólo el Gobierno es corrupto

Los mexicanos estamos en días de expiar culpas en cuerpo ajeno. Gozosos vemos cómo desde varias trincheras acusan al Gobierno de opaco, infiltrado por delincuentes, refractario a la rendición de cuentas, seguido muy de cerca por los políticos y los partidos, que no han hecho mucho por cambiar la percepción en México y el mundo de que la corrupción nos tiene infectados. Los gritos de corruptos desde el exterior encuentran en tierras mexicanas su altoparlante multiplicador: quienes gobiernan e influyen sobre el destino nacional, son los responsables de la mala imagen del país.

El Índice Global de Corrupción dado a conocer recientemente por Transparencia Internacional colocó a México en un penoso lugar 72, con 3,9 de calificación positiva, muy abajo de los punteros Dinamarca, Nueva Zelanda y Suecia, que encabezaron la lista de naciones con un 9,3 de calificación. En sólo un año, México cayó 17 lugares en esa clasificación. Esta fatalidad tiene responsables, y el director de Transparencia México, Eduardo Bohórquez, al anunciar el Índice Global de Corrupción, lo aclaró: "La caída se debió a la percepción internacional sobre el crimen y el narcotráfico". Una lectura adicional es que en esos fenómenos hay funcionarios involucrados.

Acusar al Gobierno y a los políticos de corruptos es una práctica cotidiana. No son inocentes, en términos generales, sino que hasta pareciera que algunos se han esmerado para que el calificativo les quede como traje a la medida. Este es un país cuya sociedad política se permite libertades como el que el procurador general de la República, el abogado de la nación, sea enviado como embajador al Reino Unido después de que toda la estructura que tenía para combatir al narcotráfico resultó estar infiltrada no por uno o dos de los cárteles de la droga, sino por todas las bandas de criminales contra las que el Gobierno declaró la guerra.

Tolera que personajes que estuvieron ligados al narcotráfico cuando fueron funcionarios, sean ahora diputados en el Congreso federal, con fuero e impunidad que denota no sólo la falta de memoria, sino sobre todo, la falta de energía y decisión política de todos para detener la aberración política y el insulto al sentido común que ello implica. O permite el establecimiento a lo largo del país de un sistema de cobro y salvoconductos para centroamericanos que buscan entrar sin documentos a Estados Unidos, bajo el amparo de los agentes migratorios, rodeado de violencia, sin que haya acción federal alguna para romper con esa cadena de vergüenza.

Hay líderes sindicales millonarios protegidos por los partidos políticos, y trabajadores muy pobres; hay políticos que luchan entre sí por la propiedad de su partido, porque la franquicia les representa millones de dólares al año, convirtiendo la fundación de partidos políticos en México en un negocio altamente redituable. Existen carreteras que se pagaron y nunca se acabaron, y pasos a desnivel en las ciudades mexicanas que terminan en paredes. Había un alcalde al que le donaron una ambulancia, y cuando terminó su gestión se apropió de ella, la pintó y se la rentó al municipio que antes gobernaba. "La impunidad y la corrupción, binomio funesto, maltratan al país en su mero corazón", escribió el abogado Julio Scherer Ibarra, hijo de una de las leyendas del periodismo nacional, en un nuevo libro que circula en México sobre los abusos del poder.

Tienen razón los mexicanos en despreciar a los gobernantes y a quienes hacen leyes, y a quienes procuran la justicia, porque se lo han ganado a pulso. Pero, ¿son todos lo mismo? ¿Sólo en ellos está la corrupción? Identificar a los políticos y los gobernantes es lo más sencillo y lo menos doloroso. Pero ¿qué hay de todos aquellos al otro lado del río? Por ejemplo, Transparencia Internacional reveló la corrupción en las empresas privadas, donde a través de prácticas de auto contratación, los llamados "accionistas mayoritarios" exceden el 30% del valor patrimonial. México está en el penúltimo lugar de corrupción empresarial, sólo arriba de Rusia, y nos preguntamos los porqués. Pero en el 38% de los casos empresariales, la tendencia es recurrir a las relaciones personales y familiares para obtener contratos.

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En esta actitud está el fondo del problema de la corrupción que, en la cultura mexicana, es precisamente la solución a los problemas cotidianos. No importa si se tiene mucho o poco dinero. Los delitos de uno y las ilegalidades de otro, se resuelven con dinero, la forma más barata de salir de problemas en este país. La cultura mexicana está permeada por la corrupción, donde a veces ni siquiera nos damos cuenta de la profundidad con la que ha penetrado el organismo social.

La piratería de música y películas es un pequeño botón de la permisibilidad con la que la sociedad mexicana camina siempre del lado de la corrupción. Sobre una de las principales avenidas en el Centro Histórico de la ciudad de México, vendedores "piratas" -que no pagan impuestos ni rinden cuentas a nadie-, extienden frente a la policía su mercancía. Siempre hay gente comprando en poco menos de un dólar la música que, en los establecimientos legales, le costaría 20 veces más. En Tepito, un barrio popular en la capital, se pueden conseguir películas incluso dos semanas antes de que se estrenen en cartelera. Cigarros y dulces forman parte de las mismas cadenas de corrupción institucional admitida y aceptada por las autoridades, que ocasionalmente actúan para frenarlo, y la sociedad, que es la que abiertamente estimula su crecimiento.

Los mexicanos pagamos al policía para no pagar las multas de tránsito y ahorrarnos tiempo. Pagamos a quien nos atiende en un trámite burocrático, para que sea más expedito. Pagamos a un empleado de la compañía de luz para que nos conecte la energía de manera ilegal. Pagamos para que nos entreguen un título universitario. Pagamos por comprobantes fiscales para evadir al fisco. Por menos de 180 dólares podemos conseguir un acta de nacimiento falsa, y una credencial para votar, que sirven para construir una nueva identidad. Si pagamos todo eso, nuestra vida se hace más sencilla, más llevadera, con menos tribulaciones. Nuestro hígado no se hincha y dormimos mucho más tranquilos. Al fin que todos los males de la corrupción se los podemos achacar tantas veces queramos a nuestros gobiernos y nuestros políticos, que para eso les pagamos.

Raymundo Riva Palacio es director de ejecentral.com.mx.

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