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Tribuna
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Una papa en la vagina

La película peruana 'La teta asustada' ayuda a intentar una reflexión sobre la violencia en México

Dime, Señor, y la violencia, ¿con qué palillos la atajamos?

Fausta lo vio y lo vivió todo. El horror del terror. Sin decirlo; pero tampoco hacía falta. Ese Perú que se volvió inenarrable. Porque así es la violencia. Un Perú que se manifiesta en algunos silencios. Y en esa papa (o patata) incrustada en la vagina: una forma de protestar y defenderse de las múltiples violaciones, reales y simbólicas. Quien habla es La Teta Asustada, película peruana que acaba de ser nominada al Óscar como Mejor Película Extranjera. Obra de Claudia Llosa, con la extraordinaria actuación de Magaly Solier, como Fausta: mujer tan dura, pero tan dura, que devela su dulzura. No puede de otra. Porque así también es la violencia. El problema es cómo retratarla. O digerirla. O acomodarla.

Le he dado vueltas al asunto. Dicen que la papa, o patata, es menos nuestra que del Perú. México, en su imaginario, es más del maíz, del chile, o del chocolate (aunque tengamos papas). ¿Qué símil nos serviría para hablar, sin nombrarla, de la violencia que vivimos? Porque articularla ya no tiene sentido. La acumulación de muertos es sólo un número; la tragedia está en otra parte.

Termina enero, 2010. Año que se pretende de festividades para recordar la Independencia que nos distinguió y la Revolución que nos encaminó. Pero, como que la fiesta no llega. Sólo este fin de semana fallecieron 16 jovencitos en un ataque artero en la ya marcada Ciudad Juárez, allá en el Norte del país. Según cuentan los que todavía pudieron contarla, llegaron unos, separaron a las mujeres de los hombres (que se note, la fiesta en la que estaban era en territorio "seguro": las casas de los implicados, pues), y comenzaron a disparar. Fueron cayendo, los más jóvenes de 13, los mayores... Dicen unos que esos muchachos estaban reunidos en casas particulares, festejando algún cumpleaños, porque era más seguro que ir a un bar. Dicen otros, entre ellos la versión oficial, que se trató de un ajuste de cuentas entre bandas juveniles. Como si esta última explicación nos debiera provocar un suspiro de alivio: si fueron bandas rivales, y yo no pertenezco a ninguna, estoy a salvo. Pero una ecuación tan simplista no parece hacerle justicia a la realidad. ¿Se trata, como dice El Paso Times, de la banda Los Artistas Asesinos? ¿O eran sólo unos jóvenes reunidos para festejar? Qué necesitados estamos de ubicarlos en algún extremo del continuo social. Sobre todo, para diferenciarnos.

Se suman las preguntas: ¿nadie se dio cuenta?; un convoy de varias camionetas que llegó al lugar, ¿no llamó la atención?; los ahí reunidos, y asesinados, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?... ¡¡aagghh!!!...

Este mismo fin de semana, un poco más al Sur de ese Norte enfrentado, en Torreón, fallecieron varias personas, acribilladas. Unas en un bar, otras en la calle. Unas culpables (¿de algo?), otras inocentes (¿por default?). Los números ya casi no importan, porque las cifras nos encuadran la tragedia. Pero lo cierto es que enero, que acaba de terminar, nos dejó más de 900 muertes violentas, ligadas a la lucha en contra del crimen organizado, en territorio nacional. Si los números no importan, ¿qué hacemos con esas centenas de muertes?

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Oiga, seño (muy mexicana expresión para no decir ni señorita, ni señora); deje de hablar mal de México. ¡¿Qué no ve que espanta a los que se quieren acercar?! Ooohhh. ¡¿Qué no le enseñaron que la ropa sucia se lava en casa?! Oiga, señor (muy mexicana expresión para manifestar distancia y diferencia), yo no hablo mal de México. Al contrario, busco en la palabra compartida, entenderlo. Porque me importa.

2010 nos pone a prueba. La violencia en el país se acentúa, sea en los ejemplos ya mencionados, o en otros que se articulan. También es año de redefiniciones. De alianzas partidistas, de elecciones, de tentaciones de regresar a donde alguna vez estuvimos mejor (¿será?). Es año de afirmación de individualidades, de manifestación ciudadana. Es año de vivir México en su dimensión más fascinante. Justo por eso toca tocar lo doloroso. Toca tocar. Porque lo doloroso hace mucho nos toca a cada uno.

Fausta, con su rostro de arcilla segura, le teme a una sola cosa: al otro. No a la madre, que se funde en ella misma; no a la familia que es una continuación, si bien defectuosa. Le teme a ese otro, que al parecerse se vuelve peligrosamente distinto. Por ello cultiva la papa en su vagina, la protege, y se protege. ¿Y nosotros? ¿Nos toca envolvernos en una mazorca para contener las ráfagas? ¿Nos toca escondernos en el maguey para espantar las malas vibras? ¿Nos toca hacernos crecer alguna mata de chocolate, maíz, chile, para proteger los espacios que permiten la violación de la intimidad? Toca tocar.

Me dio mucho gusto que La Teta Asustada fuese nominada al Oscar; si no por otra cosa, para que se mantenga viva más tiempo. Ya sabemos cómo funcionan los ciclos de exhibición y distribución de nuestra cultura mediática. Y me da gusto no sólo porque se trata de una buena película, bien narrada y escenificada. Sino porque en su expresión nos provoca, y nos obliga a vernos en el espejo. Ciudad Juárez está tan lejos de Lima como lo está en realidad de la propia Ciudad de México. Pero en su esencia, el dolor nos toca a todos. Y si no podemos incrustar la papa (o patata) en la vagina, podremos por lo menos ir pensando en formas propias de repeler el dolor violento.

O, si no Señor, ¿dime con qué palillos atajo lo que se va?

Directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México; Defensora del Televidente de Canal 22; conductora de radio y TV; articulista.

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