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'No hay cabida para el cinismo'

Con su visita, Michelle Obama pone a discutir a los jóvenes mexicanos

Podríamos resumirlo en una especie de consigna: "no hay cabida para el cinismo". O algo así vino a decirnos Michelle Obama durante su estancia, breve pero simbólica, en tierras mexicanas.

Bajó del avión que la trajo con ese movimiento que tanto seduce de los Obama: corren como si no, se visten como si fuera natural, y hay una cadencia que proyecta la voluntad de afirmarse.

Martes por la noche, y de la aeronave descendió una mujer joven, de mirada madura, con un vestido floreado en azules y oleajes como de crinolina, sandalia baja en rojo intenso, y grandes pulseras que decían "sí, soy yo". No hay más. Cuando te atreves a correr como chiquillo es o porque eres inconsciente (e intuyes que al final te espera el catorrazo de tu vida) o porque quieres afirmar que al mundo, hay que comérselo. La conciente inteligencia de los Obama, sin duda, los coloca en el segundo grupo (el catorrazo, para todos, es inevitable).

Su primera visita oficial, ella, como "Primera Dama" (lo que sea que esto signifique) del hombre que despierta pasiones encontradas, pero del que nadie niega lo que es. Visita que tiene muchas lecturas: la proyección de su propia agenda (nacional y global), y un reconocimiento del papel que juega México en esta intrincada arena de fuerzas mundiales. Sí, no se puede negar, hay un gesto de reconocimiento manifiesto de Estados Unidos a México cuando Michelle, que para Obama no es sólo su "Primera Dama", visita y habla. Reaching out, dirían en el anglo; tratar de tender puentes. Pero también a los locales nos toca analizar si somos capaces de otra relación con ese país al que nos unen históricas y profundas mareas de amores que se vuelven odios para reconocerse en pasiones, y desencuentros.

Entre las actividades previstas, para Michelle Obama, estaba un discurso ante jóvenes estudiantes (de nivel medio-superior y superior) en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Público variopinto, en origen y afinidades, también en edades. Ahí estaban, desde temprano. Llegar a la Universidad Iberoamericana no es fácil, no sólo por la ubicación sino por la separación simbólica. Es una institución de educación superior privada, de inspiración cristiana (encargada a la Compañía de Jesús), con todo lo que eso carga en simbolismo para los que pertenecen y los que no. Nada diferente a lo que encontramos en tantos lugares de este mundo. Pero ahí estaban, de universidades y colegios públicos y privados, algunos interculturales de regiones con alta densidad de población indígena. Confieso mi primera sensación: la evidencia de un México que no se mezcla y que no se toca. Las diferencias no sólo son evidentes, se profundizan. Se hablan sólo los que se reconocen, de un lado y otro. Grupos, grupitos, grupillos... así es, el mestizaje que se evoca desde la nostalgia fundacional no tiene que ver con la estricta separación de los mexicanos que aquí estamos. Nadie se toca.

Michelle Obama habló a estudiantes, nunca desconoció a su público. Y proclamó la esencia de su agenda personal: implicar a la juventud del mundo en el cambio generacional que necesitamos. Encontrar otras soluciones, otras respuestas; reconocer que en el mundo tenemos y tendremos la mayor cantidad de jóvenes de la historia; salir del pragmatismo del título y el ingreso, para reconocer al otro como horizonte. Compasión, encuentro, solidaridad. Mientras la escuchaba pensaba con pena en un legislador mexicano que hace días tuvo que disculparse por decir que lo que hace, es por amor a la Patria. Todos rieron; ¿cuál Patria? Y aquí está Michelle con un discurso de motivación casi básica. Sí, sí se puede; yes we can. Pero, ¿queremos?; do we want to?

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Pocas horas, intensas, y en el fondo sólo (sin desmerecer) simbólicas. La presencia de M. Obama en México descubre también quiénes somos. Los que se quejaron por la presencia del mal yanqui en tierras de pura cepa azteca; los que permitieron brotase su racismo en comentarios execrables sobre el personaje en cuestión; los que se re-enamoraron de alguien que representa la posibilidad de sobresalir a pesar de; a los que no les significó nada; y quienes con todo, palparon por un momento que en el Siglo XXI debemos articular nuevas retóricas, nuevas historias.

Terminó su discurso, y una joven, pequeñita, otomí, de una universidad intercultural del estado de México, sólo me dijo: "yo ya sabía lo que ella nos acaba de decir, pero qué bueno que lo dijo". Sí, será que andamos necesitados de motivaciones, de horizontes, de posibilidades, en medio de un México que así como se retuerce en su violencia, se reconoce en su genialidad tan propia. Michelle Obama no vino a decir nada nuevo; sólo que lo dijo.

Cierra la tarde, hace un calor enloquecido. Estos días de abril son duros para quienes el sol nos pone a prueba. También son los mejores meses, de explosión de colores en arbustos, árboles, ramajes. Algunos ya no tan jóvenes caminamos rumbo a una cerveza necesaria. ¿Sabes?, me dice uno, curtido como pocos, "no hay cabida para el cinismo".

O no por ahora, o no así.

¡Salud!

Gabriela Warkentin es directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México; Defensora del Televidente de Canal 22; conductora de radio y TV; articulista.

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