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El independentismo da un vuelco a Bélgica

Los nacionalistas separatistas de Flandes se convierten en el partido más votado - Los socialistas francófonos aceptan negociar un acuerdo para reformar el país

El paisaje político belga ha dado un vuelco espectacular que augura tiempos de incertidumbre con el arrollador triunfo de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), el partido republicano y conservador que ambiciona la independencia de Flandes. El grupo de Bart de Wever superó todas las expectativas al obtener del orden del 30% de los votos en Flandes (un 17,2% en el conjunto del país, con el 97% de los votos escrutados) y convertirse en el primer partido de Bélgica, con 28 de los 150 escaños del Parlamento en liza.

Los francófonos viven el el veredicto de las urnas como un drama y se plantean cómo formar un frente ante las temidas reformas del Estado que reclamará la N-VA. En su discurso de celebración de la victoria, comenzado por una cita en latín, De Wever intentó tranquilizarles: "Tiendo la mano a los francófonos". Elio di Rupo, el líder de los socialistas (34% en Valonia y Bruselas, que se traduce en un 14% en el conjunto del país, y 26 escaños), convertidos en el partido de los francófonos, se la aceptó.

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"Querido amigos. Nil volentibus arduun. NVA", dijo Weber en latín a modo de saludo a los enfervorizados seguidores que le esperaban para celebrar el triunfo en un hotel del centro de Bruselas. Lo tradujo de inmediato: "Nada es imposible para quien de verdad lo desea". El deseo de su partido, que no tiene aún 10 años de vida, era convertirse en el motor del cambio hacia una Bélgica más descentralizada, como paso obligado hacia la escisión, y De Wever cree estar ahora en condiciones de catalizar ese cambio.

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Es una visión que pone los pelos de punta a buena parte del país y el propio De Wever lo reconoció: "Somos conscientes de que el 70% de los flamencos no ha votado por nosotros y que habrá que tender puentes". En su calidad de primer partido en Flandes, unos seis millones de habitantes de los 10,5 millones de Bélgica, el líder del N-VA habló de responsabilidad y fijó dos prioridades: "Poner orden en las finanzas públicas y reformar el Estado".

Lo primero supone controlar los flujos financieros entre las regiones y tutelar gastos como pensiones y seguridad social. Lo segundo, modificaciones en las estructuras y reparto de poderes entre las regiones. Su objetivo es descentralizar Flandes y Valonia para que vivan como entidades separadas que se unen cuando tengan algo en común. Lo que él llama una confederación. Para más adelante queda la independencia, que también predican otros dos partidos flamencos. Todos juntos forman el 45% del electorado.

Hasta ahora esas ideas han suscitado el repudio de los francófonos belgas (Valonia y Bruselas), que ven a De Wever como un lobo temible. "Tiendo la mano a los francófonos", les dijo con ánimo dialogante y explicó por qué: "A nadie interesa que el país siga bloqueado. Hacen falta reformas en las estructuras. De nada sirve ir para atrás. Hemos de tener el valor de seguir adelante".

Más allá del objetivo independentista -"No hay mayoría en Flandes para esta ambición final", reconoce con realismo Danny Pieters, uno de los cerebros del partido y responsable de la vertiente social del programa-, la N-VA ha catalizado la frustración de la población de Flandes con un sistema político que lleva años paralizado. Los flamencos han visto traicionadas las expectativas de las elecciones de 2007, ganadas arrolladoramente por Yves Leterme también con la promesa de reordenar el país.

El carácter histórico del triunfo de la N-VA quedó subrayado por el desfondamiento del partido Cristiano Demócrata y Flamenco (CD&V) del primer ministro en funciones, tradicional fuerza hegemónica de referencia en Flandes, que se ve degradada al segundo puesto con un humillante 18,4% en Flandes, que se traduce en un 10,67% nacional y 17 escaños.

Leterme estaba con la cabeza gacha. "El resultado revela el deseo flamenco de que haya cambios y estamos dispuestos a cooperar para sacar al país de la parálisis", declaró.

Son los socialistas, grandes vencedores entre los francófonos, quienes llevarán ahora la voz cantante negociadora con la N-VA. Con el 36% de votos acumulados entre Valonia y Bruselas, más los sufragios que puedan aportar sus correligionarios de Flandes, los socialistas son la primera familia política belga y, según Elio di Rupo, su líder, "el partido de los francófonos de Bélgica".

Un modo de decir que serán los socialistas quienes les defenderán de los temidos embates de De Wever. Di Rupo estuvo contemporizador y transigente. Las urnas, dijo, han demostrado que "una parte de la población flamenca quiere que el país evolucione. Si se quiere estabilizar el país, el PS actuará". Recordó que "el Partido Socialista está a favor de una reforma del Estado". Mano aceptada de De Wever.

Sería una de las paradojas de estas elecciones, que un socialista francófono se pusiera al timón del país, una imagen no vista en más de tres décadas, gracias al triunfo y con el apoyo de un nacionalista flamenco. A partir de hoy comenzarán los tanteos para formar Gobierno, cuya futura composición es imposible de determinar. Todos los partidos quedan a la espera de lo que diga y haga De Wever, quien durante la campaña insistió en que si entrar en el Gobierno supone renunciar a su programa, como hicieron antes otros líderes flamencos, él no lo hará.

Un votante mira las listas electorales en un colegio de Berchem
Un votante mira las listas electorales en un colegio de BerchemAP
El líder del partido conservador N-VA, Bart De Wever, vota en la escuela pública de Berchem, en Amberes
El líder del partido conservador N-VA, Bart De Wever, vota en la escuela pública de Berchem, en AmberesGETTY
De Weber ha tendido a la mano a los socialistas, los más votados en la zona francófonaVídeo: AGENCIA ATLAS

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