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Tribuna
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Integrar para cohesionar

Panorámica de un área de rascacielos de Caracas.
Panorámica de un área de rascacielos de Caracas.JEREMY WOODHOUSE

Las perspectivas de crecimiento, desarrollo y liderazgo en el escenario internacional de América Latina, han cambiado considerablemente en los últimos años.

Hace apenas cinco años, hablábamos del intenso momento de cambio político y social que América Latina estaba atravesando. Hoy, hablamos de una región que, tras años de crecimiento económico continuado, ha logrado no sólo una mejora notoria en los indicadores económicos, sino también en indicadores sociales, como el desempleo y la pobreza, además de concluir con éxito un intenso ciclo electoral. Y ello, a pesar de estar inmersos en una crisis financiera y económica sin precedentes, global, que está afectando a todo el planeta sin excepción, aunque en menor medida a América Latina. Algunos datos resultan reveladores: el PIB latinoamericano, después de caer el 1,9% en 2009, crecerá el 5,2% este año, según coinciden distintas estimaciones. Pero no sólo crece la economía latinoamericana sino también los puestos de trabajo, a diferencia de lo que sucedió en los años noventa.

América Latina se siente hoy más segura de sí misma. Tiene la capacidad y la voluntad de abordar sus propios retos y quiere hacerlo, además, de manera coordinada. La última encuesta del Latinobarómetro demuestra el mayor optimismo que, en general, perciben los propios ciudadanos. América Latina ha ganado en soberanía, lo que es un síntoma de madurez democrática, y le corresponde, por tanto, gestionar su complejidad.

No obstante, y como plantea el Informe Regional sobre Desarrollo Humano del PNUD que hoy se presenta, América Latina sigue siendo la región más desigual en el mundo, a pesar de que la desigualdad social se ha reducido en un 1,1% anual entre 2000 y 2007. Es cierto que la combinación de crecimiento económico, estabilidad financiera, responsabilidad fiscal y políticas sociales ha permitido que 37 millones de latinoamericanos hayan salido de la pobreza en esta última década. Pero también es cierto que una región como la iberoamericana tendrá muy difícil lograr la plena estabilidad política si en ella viven más de 200 millones de pobres. La aspiración de todos los gobiernos debería ser lograr un crecimiento con cohesión social para garantizar la inclusión. En este sentido, estoy convencida de que la integración regional es el mejor camino para alcanzar esa aspiración común y compartida también por los ciudadanos.

La integración regional no sólo tiene un efecto multiplicador sobre el crecimiento económico y favorece una respuesta más eficaz a los retos del desarrollo social, sino que la unión también permite hacer frente a una serie de fenómenos de alcance transnacional como el narcotráfico, el terrorismo o el crimen organizado. Eso supone, por un lado, reconocer las diferencias y tratar de hallar fórmulas estables de relación y colaboración y, por otro, buscar la manera de que la región se inserte en el escenario de la globalización y haga sentir su peso en el ámbito internacional.

La diversidad de los procesos de integración puestos en marcha, o el hecho de no haber adoptado aún un modelo de integración de referencia, no puede hacernos olvidar que la vitalidad de estas iniciativas afianza cada vez más la idea de que la integración y la cooperación regional son la mejor respuesta del continente al difícil desafío de mejorar los niveles de vida de sus sociedades, en un marco internacional de creciente globalización, fuerte competencia y decrecientes recursos.

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Para España , que tiene muy presente su propia experiencia comunitaria, la integración regional es una vía esencial. No sólo porque a través de los procesos de integración se puede apoyar la consolidación de las instituciones democráticas, reforzar la cohesión social y promover el desarrollo y el bienestar de los latinoamericanos, sino porque es la mejor manera de consolidar la incorporación de la región a la globalización.

El mayor protagonismo en la escena internacional de América Latina, reflejo de su creciente peso político, demográfico, económico y cultural en el mundo? también ha renovado el interés de otras potencias por fortalecer la relación con los países de la región. El positivo desarrollo de la región, en los últimos años, le ha permitido situarse en una posición inmejorable para participar en la configuración del nuevo orden internacional, más plural, basado en el diálogo y en la concertación, y en el que multilateralismo vuelve a demostrar su vigencia y utilidad a para frente a los retos globales.

Ello es posible, sobre todo, entre América Latina, la Unión Europea y Estados Unidos. Porque se dan las condiciones necesarias y porque existen las bases suficientes para avanzar ?nos unen unos mismos principios y valores, compartimos identidades culturales y tenemos intereses coincidentes. Todos buscamos construir sociedades más justas, libres, integradas y democráticas.

América Latina tiene la voluntad de ejercer ese nuevo protagonismo internacional que todos le reconocen, una voz propia capaz de defender sus propios intereses económicos y políticos, un nuevo liderazgo en un mundo que aspiramos a que sea multipolar y en el que el multilateralismo sea la regla de actuación.

Trinidad Jiménez es Ministra de Sanidad y Política Social de España

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