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Análisis:Bolivia, Morales y Chávez
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El imán de la autenticidad

En uno de los cables en los que la diplomacia estadounidense informa sobre las cosas de Bolivia hay un comentario revelador. "Ha emergido una tensión ideológica entre Cuba y Venezuela para ganar el corazón del Gobierno de Morales", se dice ahí, con lo que se apunta a la singularidad que sostiene y confiere prestigio a un presidente que conserva un apoyo popular incuestionable. Esa singularidad no es otra que la bandera indígena que enarboló Morales para conquistar el poder en 2005 y que ha seguido siendo su principal arma no solo para seducir a los dos países que se promocionan como los grandes adalides del socialismo en Latinoamérica, sino para mantener fascinada a gran parte de la ciudadanía del resto del mundo y a una nada desdeñable fracción de sus intelectuales de izquierdas. Los indígenas han sido las grandes víctimas del dominio colonial y del que vino después, tras la Independencia. Un gobernante que reivindica sus orígenes aimaras y que llega a poner fin a semejante injusticia sólo puede ser bienvenido.

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Y tiene una lógica aplastante, por tanto, que se disputen su amistad cuantos manejan en política el mensaje de las buenas causas. El propio Evo Morales ha convertido la simbología y los términos y los referentes que ha defendido tradicionalmente la izquierda en la argamasa que sostiene su gestión y que le sirve para soldar el apoyo que recibe de los desfavorecidos que, en Bolivia, son la inmensa mayoría y que, en distintos momentos, se ha resquebrajado. En ese sentido, su difícil relación con los militares, donde "no tiene una red de amigos personales" (dicen los cables), y su empeño en que el Ejército se proclamara socialista, contra la voluntad de muchos de sus mandos, constituyen uno de los asuntos que destacan en la información facilitada por los diplomáticos estadounidenses.

Es ahí donde se muestra la habilidad y la finura del instinto político de Evo Morales, que ha sabido diversificar los apoyos sobre los que construye su liderazgo (su círculo de colaboradores más próximo, un grupo de notables boliviano y esa "caja de Pandora" en la que se mezclan cubanos y venezolanos, según los informes del Departamento de Estado) para utilizarlos a conveniencia, como han hecho tantos gobernantes que convirtieron la conservación del poder en la verdadera meta de sus mandatos. Si hay asuntos, pues, donde no consigue imponerse a través de sus cómplices más próximos lo hará recurriendo a sus amigos extranjeros.

En el Ejército, por ejemplo, donde tanta mano tiene Chávez. Y si para congraciarse con este, o con quien haga falta, es necesario hacer un gesto, aunque pueda hacer chirriar el motor de su ejecutivo, lo hará. Lo cuentan los diplomáticos: cuando el ministro de Exteriores se ocupaba con el embajador de Estados Unidos de la expulsión de los agentes antidroga de ese país tuvo que ausentarse para contestar una llamada. Unos minutos después volvía para comunicarle que el presidente había decidido que también él hiciera las maletas. El caso es que, hace muy poco, la viejo obsesión de Evo Morales se ha hecho realidad: el Ejército boliviano se ha proclamado "socialista, antiimperalista y anticapitalista". Un nuevo triunfo, un nuevo guiño a la izquierda.

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