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Tribuna
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En puertas de la recesión

2012 será el año de las deudas acumuladas en su punto máximo en Francia, Alemania e Italia

Una vez pasada la cumbre europea de Bruselas, se respira con alivio. Es cierto que la reunión vino precedida por una fuerte dramatización que divirtió al expresidente Giscard d’Estaing y dio pie a una reacción por su parte. En resumen: el que dramatiza siempre gana, pues, si la cumbre fracasa, él fue quien alertó del peligro y, si tiene éxito, puede anotarse una gran victoria. Nicolas Sarkozy se ha anotado pues una gran victoria. Pero seamos justos: si la cumbre hubiera fracasado, Europa se habría visto arrastrada por una pendiente resbaladiza, o incluso se habría precipitado en el abismo. Sería igual de injusto no reconocer el esfuerzo que han hecho los dirigentes europeos, por mucho que les pese a aquellos que, desde el comienzo de la crisis, esperan la caída: uno tras otro, los obstáculos han sido vencidos y las reticencias alemanas a los esfuerzos solidarios han sido superadas. Estamos lejos de las caricaturas. Así, el comentario dominante anunciaba a una Alemania nostálgica del deutsche Mark y dispuesta a salir de Europa. En unas horas, el mismo comentario se transformó en un toque de atención contra los dictados de Alemania en la cumbre de Bruselas. Tanto Angela Merkel como Sarkozy cumplen con su cometido. Ninguno de los dos era particularmente europeísta; ambos lo son cada día más como consecuencia de la crisis. De hecho, la misma Alemania se ha mostrado más pragmática que ortodoxa.

En realidad, hace falta mucha humildad para abordar estas cuestiones, pues nos enfrentamos a una crisis inédita que nos ha sorprendido y, probablemente, no haya terminado de hacerlo. Hay que intentar anticipar lo que nos espera. A saber, en el orden político, un problema inmediato —el lugar y el papel de China— y una cuestión a más largo plazo: los contornos y la naturaleza de la construcción europea. Al ofrecer sus servicios a Europa, China ha enviado sobre todo una señal positiva. ¿Por qué rechazar una iniciativa encaminada a consolidar el euro como moneda de reserva y a ayudar a Europa a salir adelante? Sin embargo, en Francia, el presidente socialista de la Comisión de Finanzas, Jérôme Cahuzac, ha hablado de la amenaza de un “Múnich comercial”. Pues China, a cambio de sus servicios, quiere que se le reconozca el estatus de “economía de mercado”, lo que le facilitaría las cosas ante la OMC. Y Nicolas Sarkozy estima que, para los europeos, es indispensable que China acepte que su moneda esté sometida a las mismas reglas del juego que el dólar o el euro. Se está jugando, pues, una partida estratégica que, tal vez, podría llegar a mitigar el peso de un G-2 chino-estadounidense. En todo caso, es un signo más de que China es consciente de la interdependencia de las economías.

La crisis ha revelado igualmente las debilidades políticas de la UE. La consecuencia más inesperada es el rebrote del interés por el federalismo, hoy preconizado, ironías de la historia, por algunos de los que se opusieran al Tratado de Maastricht. Por supuesto, no hay federalismo a la vista. A no ser en el terreno presupuestario y fiscal, ya que habrá que buscar una convergencia. Pero la novedad reside en la forma en que se ha expresado el presidente francés al afirmar que la eurozona no está suficientemente integrada, mientras que la Europa de los Veintisiete, la UE en su configuración actual, seguramente lo esté en demasía.

Desde el punto de vista económico, nos encontramos ante dos escollos: la amenaza de una recesión y la de una guerra monetaria. Ahora nos hallamos en un periodo de ralentización, previo a la verdadera recesión. Este origina nuevas medidas de austeridad que, a su vez, pueden alimentar un proceso temible y ya en marcha: cuando todo el mundo frena al mismo tiempo, el crecimiento desaparece. Lo que necesitaríamos serían medidas escalonadas y que, en el interior de la eurozona, repartiesen los esfuerzos. Así, sería bueno que Alemania aceptase reactivar su demanda interior para apoyar la actividad de sus vecinos... El segundo peligro está vinculado a los movimientos que pueden sobrevenir con los cambios. Una política ya utilizada por Ronald Reagan y luego por George Bush padre, y que causó una víctima: Japón y su moneda, el yen. Todo hace pensar que Barack Obama fomentará una política de dólar débil, o incluso muy débil, que golpeará de lleno a la maquinaria industrial alemana, lo que tal vez le daría algunos años de respiro a EE UU.

Ahora bien, 2012, mucho más que los siguientes, será el año de las deudas acumuladas. Tanto la alemana como la francesa y la italiana alcanzarán su punto máximo. Es decir, que todos los enemigos de Europa y el euro tendrán nuevas oportunidades para maniobrar a nuestras expensas. Lamentablemente, Angela Merkel y el sucesor de Sarkozy tendrán otras ocasiones para dramatizar sus encuentros.

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