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Los republicanos no logran dar con un candidato convincente

Herman Cain, pese a los escándalos, mantiene su ventaja frente a Romney y Perry

Antonio Caño
El candidato republicano Herman Cain.
El candidato republicano Herman Cain.JONATHAN ERNST (REUTERS)

Barack Obama carece todavía de un rival republicano. La carrera presidencial en la oposición atraviesa por una fase de guerra sucia y desconcierto que es la muestra de la falta de credibilidad de cualquiera de los candidatos en liza y de la crisis de identidad de un partido dividido entre la presión de sus bases conservadoras y la necesidad de encontrar una figura convincente para los votantes independientes y centristas.

Obama está es en estos momentos lejos de ser un presidente invencible. Una encuesta de ayer del diario USA Today mostraba que el 60% de la población de doce estados tradicionalmente decisivos en las urnas estima que el país está en la dirección equivocada. La popularidad de Obama en ese sondeo es de apenas un 40% e incluso estaba por detrás de Mitt Romney en una potencial competencia por la presidencia.

Romney parece el hombre más capacitado para batir a Obama porque es quien mejor puede apelar a los votantes moderados contrarios a la gestión de Obama. Pero Romney no ha conquistado todavía el corazón de los republicanos, y por esa razón no es aún el seguro aspirante a la presidencia.

Todos los conflictos que actualmente se viven en la oposición tienen que ver con esa fragilidad de Romney, que permite que cualquiera que llegue con otro discurso más agresivo, más conservador, más provocativo, es decir, que cualquiera que no sea Romney, se convierta inmediatamente en una estrella con opciones de robarle el liderazgo.

Romney es un aspirante débil que ni siquiera ha sido capaz de encender a sus propios seguidores

El caso más reciente es el de Herman Cain, el propietario de la cadena de restaurantes The Godfather´s, un exitoso vendedor de pizzas. Cain es el más sorprendente candidato republicano que uno puede imaginar. Negro, inexperto, imprudente y osado, se ha atrevido incluso a hacer un anuncio televisivo en el que su jefe de campaña aparecía en primer plano fumando orgullosamente un cigarrillo. Es fácil de entender el grado de excentricidad que eso supone en el mundo actual. Pero ni eso privó a Cain del primer lugar en las encuestas, que ocupa ya desde hace veinte días.

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Ante su persistencia en ese puesto, surgió esta semana la noticia de que Cain había cometido acoso sexual al menos sobre dos empleadas. La denuncia parece bien fundada porque los periodistas que la respaldan aseguran poseer pruebas contundentes. Pero Cain lo ha negado y ha acusado a uno de sus rivales, el gobernador de Tejas, Rick Perry, de haber fabricado el suceso.

Perry, por su parte, ha desmentido también esa acusación, y ambos candidatos se han enzarzado en una batalla que, durante unos días, está alimentando las páginas de los periódicos. La razón por la que Cain ha apuntado contra Perry es porque se supone que ambos se disputan el espacio que queda a la derecha de Romney. Desaparecido Cain, sería el cálculo, Perry volvería a ser el hombre de los conservadores, el favorito del Tea Party.

Todos estas disputas son habituales de las campañas electorales y serán completamente ignoradas cuando empiece la guerra de verdad por la Casa Blanca. El problema es que nadie sabe bien cómo va a llegar el Partido Republicano a esa guerra. Si, como parece lógico, Romney acaba siendo el candidato, será siempre un aspirante débil que ni siquiera ha sido capaz de encender a sus propios seguidores. Como ha advertido el columnista conservador George Will, “Romney sería el Michael Dukakis republicano”.

Después de muchos años en esta misión —ya fue candidato en 2008—, Romney se ha ganado fama de ser un político vacilante y oportunista que siempre dice lo que conviene y carece de convicciones. Fue partidario del aborto cuando le sirvió para ser gobernador del progresista estado de Massachusetts y ahora es un firme opositor a esa práctica. Lo mismo puede decirse de otros aspectos esenciales de su programa, como el de la reforma sanitaria.

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