_
_
_
_
_
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Triunfo islamista

Las elecciones de Marruecos permiten un avance limitado hacia la monarquía parlamentaria

La victoria islamista en Marruecos supone una bocanada de aire fresco en un sistema político anquilosado, que fue levemente reformado en julio con la aprobación plebiscitaria de una nueva Constitución. Aunque el monarca retiene todavía una cuota importante de poder en el nuevo marco constitucional, las urnas hacen aflorar, como sucedió en Túnez hace un mes, al país real que los consejeros reales y la burguesía acomodada tratan de esconder y las cancillerías europeas se esfuerzan en no ver. Hartos de corrupción, desigualdades y autoritarismo, una parte importante de los marroquíes se inclinan por partidos que prometen honestidad y justicia social y que quieren dar un barniz religioso, y quizá algo más, a sus instituciones.

Por mucho que el sistema electoral, el diseño de las circunscripciones y la participación de partidos artificiales le hayan perjudicado, la victoria del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) demuestra que las legislativas del viernes han sido probablemente las más libres de Marruecos desde que hace 55 años accedió a la independencia. Esta inusitada transparencia es, en parte, achacable a la primavera árabe y a la presión de la calle.

Más allá de los datos globales conviene tener en cuenta que es el Marruecos urbano, más ilustrado y desarrollado, el que mayor rechazo ha demostrado a la consulta, absteniéndose u optando por el principal partido de oposición.

La participación real no ha sido del 45%, como indica el Ministerio del Interior, sino del 25%. Unos ocho millones de marroquíes adultos no figuran en las listas de electores, por descuido o por rechazo al sistema, a los que hay que añadir tres millones de inmigrantes, que solo podían votar mediante un complicadísimo trámite utilizado por muy pocos. Entre los abstencionistas, un buen puñado ha seguido las consignas del Movimiento 20 de Febrero, que preconizó el boicoteo de las urnas.

La probable formación de un Gobierno cuyo primer ministro sea islamista demuestra que la alternancia política es posible, pero no va a suponer un cambio radical. Aunque haya cedido parte de sus atribuciones, el rey sigue siendo la figura central del entramado institucional. Además, el PJD tendrá que gobernar en coalición con otros partidos, lo que recortará su margen de maniobra. Pese a sus limitaciones, la experiencia vale la pena. Es un paso pequeño pero real hacia la monarquía parlamentaria, que debe ser aplaudido y estimulado.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_