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Tribuna
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Aterrizajes de emergencia

Una entera gama de verdes islámicos se disputa los nuevos liderazgos y hegemonías

Lluís Bassets

Los aviones van aterrizando, pero lo hacen como y donde pueden. Nadie ha pensado en construir una pista, apenas unas balizas improvisadas. Todo sucede con gran sacrificio y una ilusión desbordante en el pasaje y la tripulación, y justo al lado de casa, sin que nadie nos haya pedido nuestra opinión. Con toda la razón. La improvisación y la falta de previsión son nuestras y tendrán consecuencias para todos. Pero la decisión de aterrizar no nos pertenece.

Es una imagen potente, que utiliza Javier Solana en sus charlas sobre nuestro planeta en transformación, y se refiere a la comparación entre las revoluciones de 1989 en Europa central y oriental y las de 2011 en el mundo árabe. La UE puso entonces la pista de aterrizaje para que los países que se habían sacado de encima el yugo soviético pudieran integrarse en la nueva Europa unificada, mientras que Estados Unidos puso la seguridad de la OTAN. Ahora, en cambio, no sucede ni lo uno ni lo otro. No hay pista europea para este aterrizaje. Y tampoco hay seguridad. Al contrario, tanto Bruselas como Washington olvidaron con dolosa desmemoria el tendido de pistas para que los países árabes alcanzaran la democracia.

La entera primavera árabe ha pillado a la UE y a EE UU en la peor posición posible, en un momento de profunda somnolencia política y de desordenada reacción ante esas turbulencias financieras que luego fueron crisis de las deudas soberana y ahora ya es del euro y del entero proyecto europeo. Los socios de la UE apoyaron a los regímenes dictatoriales hasta el último minuto y en algunos casos más allá incluso. Mandaron a los países de mayoría islámica el claro mensaje de que Europa es un club cristiano, cuestión que los conservadores de casi todos los países intentaron inscribir en la finalmente nonata Constitución europea. Rechazaron con aplazamientos y obstáculos artificiosos la candidatura de Turquía. Se encastillaron en el proteccionismo agrícola y comercial y, al llegar la recesión económica, impusieron barreras a la circulación de personas y a la inmigración, además de enervar los reflejos populistas más xenófobos e islamófobos.

Esas fueron las pistas que tendimos a esos países sometidos a largos años de dictadura: aterriza como puedas. No hablemos ya de las pistas tendidas por Washington: muy pensadas para la estabilidad y la seguridad de Israel y poco para los ciudadanos de estos países. Y sin contar las pistas falsas de Irak y Afganistán, que han conducido al desastre. Por eso el despertar será doloroso. Cuando salgamos de nuestra crisis y despertemos, tomaremos plena conciencia de que las pistas improvisadas son verdes, de un restallante verde islámico, y que lo único que se dilucida estos días es qué tonalidad tendrán. Los primeros datos de las elecciones egipcias no albergan dudas sobre las gamas a escoger. No quisimos el verde moderado turco y podemos tener dos tazas de verde intenso ahora. Se disputan la hegemonía en la zona el verde democrático turco, el rigorista saudí y el autoritario y clerical de los persas. Podemos consolarnos con la idea de que el verde explosivo de Al Qaeda está fuera de juego y que la pista turca sigue teniendo muy buen tirón.

Hay que ser claro respecto a los disgustos que procurará este nuevo mapa. Los habrá. En libertades y derechos humanos, estatuto de la mujer, laicidad, y minorías religiosas, como los coptos egipcios, cada vez más vulnerables y desprotegidos. También en la arena de la política internacional, que no se organizará bajo el prisma occidental. Estos países tendrán una actitud distinta y más activa ante el conflicto israelo-palestino; Hamás no será una organización terrorista para ellos; la relación con Teherán no será de enemistad, y mucho menos de incomunicación, sino de rivalidad y competencia por la hegemonía y el liderazgo regionales. Nada de esto puede gustar en Washington y tampoco en Bruselas. Pero que no guste no significa que se siga con las mismas políticas que nos han conducido hasta aquí: sin pistas, sin visión estratégica, sin política en definitiva; solo intereses económicos y comerciales y miope oportunismo geopolítico.

Los expertos británicos Anthony Dworkin y Susi Dennison, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, han advertido en el informe titulado Europa y las revoluciones árabes: una nueva visión para la democracia y los derechos humanos que los revolucionarios árabes no contemplan a los países europeos como modelo para sus sociedades y para las democracias que están construyendo. “Mientras el poder global se desplaza hacia Asia y América Latina, sería un anacronismo que la UE se presentara a sí misma como el guardián privilegiado de los valores universales”, señalan. Y advierten que “si la UE adopta una actitud meramente defensiva, preocupada por los riesgos de la inmigración o la competencia a su sector agrario, quedará muy limitado el impacto que puede conseguir en la región”. Los errores pasados no son garantía de aciertos futuros. Al contrario, son el antecedente. Pero debiéramos evitarlos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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