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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Europa, después del diluvio

Urge priorizar de una vez el empleo y un crecimiento sostenible y solidario, garante del modelo social

Juan F. López Aguilar

El 16 de noviembre el Parlamento Europeo vivió un debate encendido sobre la hora más crítica que ha conocido la UE desde que se puso en marcha. Su conclusión fue terminante, por más que Barroso y Van Rompuy insistan en los paños calientes: ¡Nada ha funcionado si de lo que se trata es de “calmar” a los mercados! Ninguna de las medidas adoptadas hasta ahora en el Consejo —una y otra vez fragmentarias, sincopadas, forzadas por circunstancias sobrepasadas de inmediato por otras todavía peores— ha tranquilizado al monstruo. Cuando nos despertamos, continúa estando ahí. Too little, too late: demasiado poco, demasiado tarde. Y, lo que es determinante, en la dirección fallida. No por error ni omisión, sino por una política que ha trabajado desfachatadamente por la disolución de la política. Ante ella, no es viable ninguna solución “técnica” —sepámoslo: no está funcionando—, sino, sin más, otra política.

Que la estrategia ha sido equivocada desde el principio lo sabe ya todo el mundo. No es conocimiento experto (en el que coinciden, por cierto, los resistentes progresistas y los conservadores lúcidos), sino de dominio público. Error de diagnóstico, fracaso de las recetas. Europa ha aprendido poco del gran crash del 29, pero no ha aprendido nada de la década perdida de Japón, de la que solo rebotó cuando cambió de terapia. Que es lo que hay que hacer cuando un tratamiento no funciona, en lugar de persistir hasta la contumacia en empeorar al enfermo recetando fármacos contraindicados para la salud del paciente. No es redoblando ajustes ante el fracaso de los ajustes hasta ahora practicados como remontaremos el abismo hacia el desastre. Y no es estigmatizando a los países con problemas como pecadores culpables de sus padecimientos como comprenderemos que ese futuro de Europa que nos está acechando no es acerca de ellos sino de todos nosotros, incluyendo a los 80 millones de europeos alemanes.

1. Error de diagnóstico. El origen de la crisis no fue fiscal, sino financiero. Primero fueron los bancos y los balances contaminados por los activos tóxicos. El colapso del crédito impactó en la economía real, con gran destrucción de empleo. Fue ahí cuando se evidenció que la gran contradicción del capitalismo global ya no es la que contrapone capital y trabajo, sino la que enfrenta al capital productivo con el capital financiero. Que no es aliado del primero, sino, cuando pintan oros, su prestamista usurero y, cuando pintan bastos, su más implacable enemigo, y sin compasión alguna por los puestos de trabajo que pueda fulminar con un golpecito a una tecla en la pantalla virtual del enriquecimiento de los especuladores. Así, acto seguido, explosionó la antipolítica y ese populismo rampante que ha dado nuevas vestiduras y alas a la extrema derecha, mientras el

voto progresista ha venido a nihilizarse, abandonándose al pánico, a la indignación o al espanto. Lo cierto es que la anorexia preceptuada a Grecia ha empeorado su recesión. No solo le impide crecer sino que le ha infligido un sufrimiento moral como no habíamos conocido y alcanza, amenazadora, la propia idea de democracia, que es la que eligió a Papandreu con una mayoría absoluta para que, en apenas dos años, le hayan escarnecido esos poderes fácticos (los “técnicos” y los mercados) que, estos sí que de verdad, no representan a nadie, ni responden en las urnas.

¡Y no es culpando a “Europa” como daremos cuenta de lo que realmente nos pasa! Lo que hemos padecido hasta ahora no han sido medidas europeas sino dictados impuestos por un directorio germano-francés que habla con acento alemán, autoerigido en el defecto y el vacío del genuino liderazgo supranacional al que aspirábamos cuando, por fin, después de 10 años agónicos, entró de una vez en vigor el Tratado de Lisboa.

2. Error de terapia. El problema de Europa no es la inflación, sino la destrucción de tejido productivo y el paro, la desesperanza de los jóvenes y la disolución del sueño que un día tuvo aliento europeo. En ese océano de malestar, resentimiento, miedo, inseguridad y eurofobia, los que pretender mandar sobre la UE y el Banco Central se han mostrado insensibles, hasta la insensatez, tanto ante las evidencias de los desperfectos causados como a los argumentos que abundan en lo que habría que hacer si hubiese voluntad pareja al discurso proclamado. ¡Crecer y generar empleo requiere invertir, y para ello nos hacen falta más recursos, europeos y nacionales! Urge un pacto fiscal que repare el descosido de más de tres años de anemia e insolidaridad en el reparto de las cargas y sacrificios exigidos, y asegure la preservación del modelo social europeo. Y es imperioso incrementar los recursos propios de la UE y corregir las insufribles injusticias tributarias entre los Estados miembros y dentro de los propios Estados.

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3. Error de comportamiento del médico de cabecera, que apunta al Banco Central: la especulación imparable contra la deuda soberana no tiene fundamento económico. Si fuera así, Estados Unidos, Reino Unido, incluso Francia y Alemania, y desde luego Japón, que crece ahora por fin, estarían crucificados. Tiene fundamento político: descansa en las debilidades congénitas con las que nació el euro, nuestra moneda única, sin instrumentos para su defensa y sin gobierno económico, fiscal y presupuestario de alcance genuinamente europeo. Es la ausencia de política en la defensa de la unión monetaria que nos dimos la que nos ha hecho vulnerables al enriquecimiento predatorio de inversores sin escrúpulos. Desde que nos asomamos al foso de los tiburones, la UE no ha obrado, ni de lejos, unida en la diversidad (tal como reza su lema). Por contra, ha arrastrado los pies desunida ante la adversidad.

4. No podemos permitirnos ningún error de receta que añadir a los ya muchos que han soportado los más débiles. A todos los episodios de esta interminable agonía, la hegemonía conservadora ha impuesto un desastroso manejo de la propia crisis. Muchos han sido instigados deliberadamente a desertar de las urnas y hasta de lo que la ciudadanía significa en democracia, en un aquelarre de alegada “impotencia de la política”. ¡Es justamente por ello por lo que no podemos permitir que la canciller Merkel nos imponga a los demás esas pretendidas reformas de los tratados que menos falta nos hacen! Las que necesitamos no deben imponer castigos a los países que se han visto obligados, como España, a practicar el déficit —tras una legislatura entera con superávit— para proteger a los desempleados (¡35.000 millones de euros al año!) y garantizar derechos de ciudadanía (educación, sanidad, pensiones, servicios sociales, dependencia). No ya porque dicha idea sirva a los intereses de una Europa cada vez más alemana, sino por su inaceptable error de juicio al no distinguir el mal de lo que es solo el síntoma.

No es cierto que los socialistas europeos no hayamos opuesto alternativa a todos estos errores. Combatiendo el déficit de visibilidad que eclipsa al Parlamento Europeo, venimos invariablemente oponiendo un relato muy distinto; si hay que abordar el debate para reformar los tratados, corrijamos los defectos con los que arrancó nuestro euro, que está ahí para quedarse. Gobierno económico, armonización fiscal, coordinación presupuestaria. Y ello en plazos asumibles, no de imposible cumplimiento. Tesoro europeo, agencia europea de deuda, ministro europeo de Finanzas, eurobonos. Recursos propios de la UE. Defensa política del euro. Autorización al BCE para actuar como prestamista de último recurso. Impuestos sobre los bancos, sobre las transacciones y contra la especulación. Lucha sin cuartel contra el fraude, contra la corrupción y los paraísos fiscales. Y una agencia europea de calificación que ayude a romper la colusión de las agencias de descrédito que han trabajado para el dólar y los especuladores.

No solo urge priorizar de una vez el empleo, sino un crecimiento distinto, inteligente, sostenible, garante del modelo social y globalmente solidario. Muy lejos de aquel paisaje evocado por el surrealista Max Ernst, en una Europa arrasada por un diluvio contra el cual hemos ofrecido a los dioses airados de los mercados sacrificios dolorosos, aunque invariablemente inútiles.

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