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TRIBUNA
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¿Beneficia China a Latinoamérica?

La clave para resistir la competencia industrial de Pekín está en la integración y la cooperación

Emilio Menéndez del Valle

Cabe preguntarse hasta qué punto la expansión económica de China ha beneficiado a los países latinoamericanos. Es conocido que la mayoría de estos afrontaron la globalización en función del Consenso de Washington, esto es, una rápida liberalización comercial y una disminución general del papel del Estado en temas económicos. A diferencia de ellos, China realizó las reformas económicas desde dentro y, desde 1978, el objetivo fue reestructurar gradualmente la economía bajo control estatal.

El enfoque chino de la liberalización no pudo ser más distinto al latinoamericano. En abierto contraste con la “terapia de choque” practicada en América Latina, China ha venido globalizando en virtud de lo que Deng Xiaoping denominó “cruzar el río sintiendo una a una cada piedra”, lo que permitió el desarrollo previo de empresas e industrias locales antes de liberalizar por completo. Tal como sostiene Kevin Gallagher, a causa de estas diferentes trayectorias de liberalización, el Estado chino todavía mantiene la capacidad de controlar e impulsar el proceso de globalización de su economía, mientras que la liberalización en América Latina ha dejado básicamente al Estado como subsidiario. En China, resulta obvio que las multinacionales han ganado terreno, pero el Gobierno ha impulsado eficazmente las empresas locales, mediante masivas inversiones públicas y público-privadas.

Antes de la crisis financiera de 2008, numerosos analistas sostenían que el rápido crecimiento chino impulsaría el desarrollo económico latinoamericano. Sabemos que el auge del gigante asiático condujo a un incremento de las exportaciones de las materias primas y a un aumento generalizado de los precios de las mismas en todo el mundo.

En el caso de que persista la tendencia que lleva a que las exportaciones de productos industriales latinoamericanos sean desbancadas por China, existe el peligro de que América Latina quede reducida a la dependencia exportadora de productos primarios. Recuerda Gallagher que el Gobierno chino aprendió pronto que la adquisición de tecnología extranjera a través de las multinacionales no conduciría necesariamente a la transferencia y desarrollo de la tecnología propia. Era preciso incrementar la capacidad de absorción de las compañías locales y desarrollar la propia capacidad tecnológica.

Ni que decir tiene que la cuestión no consiste en aprender a combatir a China, sino en cómo aprender de China

La estrategia para lograrlo consistió en apoyo gubernamental, en inversión cuantiosa en I+D en empresas concretas y en la creación de institutos y universidades especialmente dedicadas a I+D. Atención especial merecieron las compañías consideradas estratégicas para la industrialización.

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A primera vista, la expansión china es muy positiva para América Latina. Sin embargo, si América Latina no aumenta su competitividad industrial, China la suplantará en varios sectores de mercado en casa y en el mundo. Ello resultaría devastador porque Latinoamérica cuenta con los mercados regionales y globales para impulsar su diversificación exportadora.

Ni que decir tiene que la cuestión no consiste en aprender a combatir China, sino en cómo aprender de China. Ninguna otra nación en desarrollo ha logrado en tan poco tiempo cambios tan notables en su estructura industrial. Hay que decir, empero, que China no es un caso que pueda ser mecánicamente traspasado a las estrategias de desarrollo latinoamericanas y que solo Brasil (y, hasta cierto punto, México) disponen de la capacidad industrial, mercados exteriores e internos para intentar imitar a China.

Por cierto, son precisamente Brasil y México quienes recientemente están teniendo importantes fricciones con China. El primero estima que está inundado de productos chinos y exige la revaluación de su moneda, el yuan, para evitar que la industria brasileña sea dañada aún más de lo que ya ha sido.

Además, un creciente sector de opinión considera abusivo que Pekín compre casi exclusivamente materias primas y denuncia la introducción en la región de una cultura empresarial del “vale todo”, con desprecio de las normas de la Organización Internacional del Trabajo. Un dato ilustrativo sobre este particular es que numerosos ejecutivos locales incorporados a empresas chinas que operan en Brasil rompen tempranamente su contrato. De ahí que el Gobierno de Brasilia acabe de anunciar que aplicará controles más rígidos a las importaciones de China, pues teme que estas incluso aumenten en Latinoamérica y que, a causa de la crisis, decrezcan en Estados Unidos y en una Europa que se encamina hacia la recesión. Por su parte, el Gobierno de México denuncia las permanentes prácticas desleales de las empresas chinas, que recurren a diversos métodos para engañar a las autoridades aduaneras mexicanas. La Cámara mexicana de la industria del vestido sostiene que nueve de cada 10 dólares de importación de productos chinos entra ilegalmente.

No se trata de configurar a China como “amenaza”. Es simplemente un gigante político, económico y financiero, capaz de retar a Europa y a Estados Unidos. Tales características exigen a América Latina una concertación política y económica, sencillamente para poder competir. El gran reto de esta parte del mundo es lograr el alto grado de cooperación regional (económica y política) imprescindible para iniciar nuevas estrategias de desarrollo, viables en un mundo de competencia global sin miramientos. La integración y cooperación latinoamericanas son clave para resistir la competencia industrial de Pekín. Intentar hacer frente al desafío que supone el coloso chino individualmente, de Estado a Estado, es una aventura condenada al fracaso. Los líderes latinoamericanos tienen la palabra.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.

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